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Prosa para un fantasma

Con La pirueta, Eduardo Halfon ganó el XIV Premio José María de Pereda, bajo la lupa de un jurado que incluye a Almudena Grandes y Andrés Trapiello. Y al pie de la presea, unos 30,000 euritos.

La pirueta (publicado pulcramente por Pre–Textos y coeditada por la librería Sophos, que sabe donde poner su sello) es una novela encantadora. Así es como Halfon se va saliendo poco a poco, lenta y milimétricamente, del formato del cuento, corto o largo, en el cual corría el riesgo de quedar atrapado. Se nota en este libro esa tendencia de Halfon a ser estrepitosamente literario (nos recuerda a Juan Manuel de Prada, en una medida) en contraposición a esa clase de escritores que parecen guiados por una agenda interior más vaga, visceral, artaudiana, errática, nada, justamente, literaria. Literaria aquí no quiere decir enredada, para nada: La pirueta es un libro construido a partir de escenas vivas y divertidas que se desenvuelven con facilidad para el lector a través de una estructura sin rodeos. La historia empieza en la Antigua, en medio de lo que es claramente el Festival Paiz, pasa a otro momento en donde se convierte en una novela epistolar (y no emails, sino, preincaicamente, postales), se convierte en el portrait sentimental de un narrador fascinado por un personaje hermoso, lejano, imposible, como en un libro de Conrad. El objeto de tanta fascinación es aquí un músico servio vagamente gitano, un gitano que no lo es por entero, y allí está que la novela termina oníricamente en Serbia, con un guatemalteco entre gitanos entonces, lo cual es bastante relato. Un final por cierto magnífico. Un final sin final, como muchos en Halfon. A ese final Halfon nos lleva con impecabilidad y ningún aburrimiento, a pesar de que siempre va frenando, pues Halfon escribe pendiente de que no le pille el radar del exceso. En cuanto al narrador, es él mismo, Eduardo, Eduardito, ya que Halfon se siente siempre muy cómodo en su primera persona. Surge, eso sí, una especie de bilocación, en donde un Eduardo quiere ponerse del lado del autor, y otro Eduardo quiere ponerse del lado del personaje. El efecto es interesante. En términos generales, el narrador se presenta a sí mismo como alguien inteligente: por tanto la novelita está moteada de agudezas y referencias civilizadas, pero sería injusta catalogarla de pretenciosa. De hecho, el narrador, es inteligente en referencias pero torpe en otras cosas, y lo confiesa (como cuando entrando al aeropuerto de Belgrado, le dan ganas de llorar). Hay un pequeño perdedor allí que quiere salvar su dignidad a fuerza de palabras, y eso crea un efecto humorístico y lúdico. Como sea, las referencias están allí, y en especial en La pirueta vinculadas a todo el rollo gitano, su mitología y sus músicos legendarios recogidos en un prontuario sobre todo sentimental. ¿Sería mucho decir que los gitanos fueron los otros grandes perseguidos en los campos de la muerte, y que por eso el judío –involuntario, talvez, pero igual judío– Halfon se ha dejado magnetizar por ellos? Los gitanos… y Thelonious Monk, un alien, el último gitano cósmico, dando vueltas para siempre. La búsqueda del narrador de un músico sin patria ni raíces se transforma en un viaje fantasmal, y hasta un poco tonto (¿qué mayor torpeza puede darse que la de un guatemalteco en un grupo de gitanos, después de todo?). Fantasmalidad, lejanía. En Halfon hay siempre hay una ambición de desencuentro, un punto de exilio interior o geográfico, un punto de fuga en su diáspora íntima. Talvez por eso varias de sus historias se hacen en lugares que no son Guatemala, y por eso Halfon, Eduardo, Eduardito, es un poco nuestro propio Pitol.

Ficha técnica

Título: La pirueta
Editorial: Pre–Textos
Año: 2010
Páginas: 152

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