En el clima reciente de choferes asesinados la novela de Payeras queda como anillo al dedo; al dedo que tenemos todos metido en el culo.
http://www.sigloxxi.com/noticias/27878
Hace unos años, se encontraba uno a Payeras en la calle, en cualquier lado, y era de aprovechar y preguntarle: qué estás escribiendo vos Payeras. Y Payeras respondía: que estaba recopilando notas de la Extra, y que con esas notas iba a hacer una su novela.
Cosa que le daba a uno envidia. Pues si hay algo que merece ser novelado es nuestra local saga amarillista. De lejos, lo que mejor sabemos hacer en Guatemala: esperpentos fantásticos y vulgares. Payeras decidió conectar con esa corriente abisal en su novela resultante Días amarillos.
El libro nos lleva de la mano, es megafresco, lo deja a uno queriendo más. ¿Por qué diablos Payeras escribe cosas que acaban tan rápidamente? ¿Falta de ambición o de nervio? ¿Por qué nos le regala más espacio a sus imaginaciones? O a lo mejor es un perfecto sádico: se degusta cortando y cortando sus prosas, hasta prácticamente llevarlas a la inanición. O quizá Payeras es nomás otro escritor en Guatemala, sin el dinero suficiente para dedicarse al sueño majadero de jatear palabras a gran escala y trascender los mensajitos de texto. Él por supuesto lo pone más bello. En una entrevista, dice: “Es mejor hacer una novela breve, así no le quitás mucho tiempo a tus amigos”.
Pero de hecho da como ilusión leer un texto de Payeras. Porque detrás de todo texto de Payeras hay una visión que es importante. Es una visión que él tiene muy clara.
En Días Amarillos, esa visión está completamente allí. Es una lástima que el planteamiento formal de la novela no sea lo suficientemente fuerte para encumbrarla. Hay un juego fallido que procura mezclar la narración principal en primera persona con un diario literario que de hecho esta misma primera persona a la par escribe. El apareamiento pretendido entre ficción y metaficción quizá no se resuelve con eficacia (como ocurre en las obras de un Millás, por ejemplo). Cabe preguntarse si el recurso del diario era realmente necesario, si no termina devorando las promesas narrativas del libro. Ningún diario debería dispensarnos de una trama. Por el contrario, se diría que el texto se desperdiga por vicio de tantas estampas sociopoéticas que no acaban de fraguarse en ninguna coherencia horizontal. El libro no es tanto una novela sino más una colección de páginas que le fue entregando la ciudad a Payeras. Y uno aguarda inútilmente una historia, un desarrollo, un escollo, pivotes, sorpresas.
Un error pudo haber sido hacer del personaje principal un escritor. Realmente, hubiera sido genial que el personaje fuera cualquier cosa menos un escritor. Porque de lo contrario se va a dar inevitablemente el triangular jueguito posmoderno ya reagotado de: 1) escribir 2) sobre alguien que escribe 3) mientras se comenta el acto hipervinculante de la escritura.
Payeras no se contiene –conflictuado él también– y lo pone todo en la palestra: si se va arruinar la vida haciendo libros por lo menos que nos enteremos todos.
Dicho lo anterior, Días amarillos se presenta como un golpe logrado si uno lo mira desde una perspectiva menos estructural. Hay cuentos perfectamente individuales y bien planchados en el seno de la narración, como el capítulo –encantador– del travestí embarazado. Trozos especialmente notorios (como la entrada del 11 de septiembre). Frases que ya son brillantes eslóganes: “La fe es una locura que a nadie se le puede negar”, “La derrota es colectiva y el fracaso es solitario”, “No hay que creer, basta con salir a caminar”. Y una caterva de imágenes en general memorables.
Si a ello agregamos los capítulos ferozmente alegres de un humorista nato que lo desacraliza todo en plan bulldozer, agregamos los retazos de oralidad que se van integrando a la narración (la oralidad siendo el elixir de toda novela urbana), agregamos los personajes geniales (como el Director General de La Alerta “evangélico, paranoico, dipsómano”), entonces ya nos vamos encontrado con una obrita poderosa para distraernos de la neuralgia del vivir.
Sin que por ello pueda jamás ser acusada de optimista. Pues para eso está Payeras en el universo, para verlo todo amarillo, es decir negro. Para regalarnos su maíz tan devotamente decadente. Al final, no se sabe si está repugnado o infatuado por lo sucio, o ambas cosas a la vez. Sobre todo, es de alegrarse que Payeras sostenga su voto de pintar derrelictos y su compromiso con las trece mil miserias urbanas.
Título: Días amarillos
Editorial: Magna Terra
Año: 2009
Páginas: 95
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Hace unos años, se encontraba uno a Payeras en la calle, en cualquier lado, y era de aprovechar y preguntarle: qué estás escribiendo vos Payeras. Y Payeras respondía: que estaba recopilando notas de la Extra, y que con esas notas iba a hacer una su novela.
Cosa que le daba a uno envidia. Pues si hay algo que merece ser novelado es nuestra local saga amarillista. De lejos, lo que mejor sabemos hacer en Guatemala: esperpentos fantásticos y vulgares. Payeras decidió conectar con esa corriente abisal en su novela resultante Días amarillos.
El libro nos lleva de la mano, es megafresco, lo deja a uno queriendo más. ¿Por qué diablos Payeras escribe cosas que acaban tan rápidamente? ¿Falta de ambición o de nervio? ¿Por qué nos le regala más espacio a sus imaginaciones? O a lo mejor es un perfecto sádico: se degusta cortando y cortando sus prosas, hasta prácticamente llevarlas a la inanición. O quizá Payeras es nomás otro escritor en Guatemala, sin el dinero suficiente para dedicarse al sueño majadero de jatear palabras a gran escala y trascender los mensajitos de texto. Él por supuesto lo pone más bello. En una entrevista, dice: “Es mejor hacer una novela breve, así no le quitás mucho tiempo a tus amigos”.
Pero de hecho da como ilusión leer un texto de Payeras. Porque detrás de todo texto de Payeras hay una visión que es importante. Es una visión que él tiene muy clara.
En Días Amarillos, esa visión está completamente allí. Es una lástima que el planteamiento formal de la novela no sea lo suficientemente fuerte para encumbrarla. Hay un juego fallido que procura mezclar la narración principal en primera persona con un diario literario que de hecho esta misma primera persona a la par escribe. El apareamiento pretendido entre ficción y metaficción quizá no se resuelve con eficacia (como ocurre en las obras de un Millás, por ejemplo). Cabe preguntarse si el recurso del diario era realmente necesario, si no termina devorando las promesas narrativas del libro. Ningún diario debería dispensarnos de una trama. Por el contrario, se diría que el texto se desperdiga por vicio de tantas estampas sociopoéticas que no acaban de fraguarse en ninguna coherencia horizontal. El libro no es tanto una novela sino más una colección de páginas que le fue entregando la ciudad a Payeras. Y uno aguarda inútilmente una historia, un desarrollo, un escollo, pivotes, sorpresas.
Un error pudo haber sido hacer del personaje principal un escritor. Realmente, hubiera sido genial que el personaje fuera cualquier cosa menos un escritor. Porque de lo contrario se va a dar inevitablemente el triangular jueguito posmoderno ya reagotado de: 1) escribir 2) sobre alguien que escribe 3) mientras se comenta el acto hipervinculante de la escritura.
Payeras no se contiene –conflictuado él también– y lo pone todo en la palestra: si se va arruinar la vida haciendo libros por lo menos que nos enteremos todos.
Dicho lo anterior, Días amarillos se presenta como un golpe logrado si uno lo mira desde una perspectiva menos estructural. Hay cuentos perfectamente individuales y bien planchados en el seno de la narración, como el capítulo –encantador– del travestí embarazado. Trozos especialmente notorios (como la entrada del 11 de septiembre). Frases que ya son brillantes eslóganes: “La fe es una locura que a nadie se le puede negar”, “La derrota es colectiva y el fracaso es solitario”, “No hay que creer, basta con salir a caminar”. Y una caterva de imágenes en general memorables.
Si a ello agregamos los capítulos ferozmente alegres de un humorista nato que lo desacraliza todo en plan bulldozer, agregamos los retazos de oralidad que se van integrando a la narración (la oralidad siendo el elixir de toda novela urbana), agregamos los personajes geniales (como el Director General de La Alerta “evangélico, paranoico, dipsómano”), entonces ya nos vamos encontrado con una obrita poderosa para distraernos de la neuralgia del vivir.
Sin que por ello pueda jamás ser acusada de optimista. Pues para eso está Payeras en el universo, para verlo todo amarillo, es decir negro. Para regalarnos su maíz tan devotamente decadente. Al final, no se sabe si está repugnado o infatuado por lo sucio, o ambas cosas a la vez. Sobre todo, es de alegrarse que Payeras sostenga su voto de pintar derrelictos y su compromiso con las trece mil miserias urbanas.
Título: Días amarillos
Editorial: Magna Terra
Año: 2009
Páginas: 95
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