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Francis Dávila, al fin un disco

Ésta es la reseña que hice para el disco de FD, Shine, tal y como fue escrita y no como fue publicada. Fue publicada así:

http://www.sigloxxi.com/magacin.php?id=2941


Un punto de referencia, o más bien: el punto de referencia en la escena electrónica local, eso es Francis Dávila.

Si bien a Dávila no lo mueve la lógica depredadora de la competencia, lo cierto es que cualquiera que desee exhibir sus poderes como músicodeejay deberá a puro tubo medirse con él. Sus sets filinudos –resultados de una melomanía bastante compulsiva– nos ingresan a algo parecido a un estado de arrobo, engamuzado… Lo saben los empresarios de fiestas, que siempre le ofrecen bretes muy dotados, ya sea como plato principal o ya sea amenizando (abriendo toquines para una planilla que engulle: Graham, Tiësto, Josh Wink, Oliver Klein, etcétera). Es ciertamente nuestro embajador en el extranjero, en cuanto a tornas se refiere… De allí que la noche le abra consentidamente las piernas en fiestas de México a Bolivia, de Costa Rica a Colombia...

Adicionalmente se sabe que es músico y se sabe que es productor. En esta última esfera, su trabajo ha mantenido una ilación consistente, con éxitos en los charts. El mismo Paul van Dyk le ha colocado bajo su ala... Dicho lo anterior, nos parecía que su carrera se iba cristalizando más hacia el lado dj que hacia el lado producción. Como para equilibrar el orden en la balanza, ahora Francis Dávila nos adelanta un disco devoto: Shine.

Sacar un disco en Guatemala puede ser un acontecimiento feliz, pero en ningún caso fácil. Es más: es una metida de huevo. Ya se sabe que en los partos en el tercer mundo hay siempre riesgos de infección y muerte… En este caso, el artista funge como parturienta y partera al mismo tiempo. En realidad, se ocupa de todos los momentos del proceso cultural: artista, productor ejecutivo, grabador, editor, distribuidor, empresario... Y sin ningún presupuesto a la mano. Al final, aquellos que se meten a esto, terminan chupados por un oficio desastrado y nocturno… Así es como van perdiendo una veintena de libras por disco.

Especialmente cuando, como es el caso de Dávila, se vive enamorado del trazo, y hay esa mística efusiva de lo pro y de lo impecable. Al final, de tanto trabajo burdo sale la fineza más sutil: la elegancia.

Hacer un disco electro es un reto rodeado de trampas. Siendo un género tan químicamente puro, incestuoso, autorreferencial, es muy fácil caer en toda suerte de truismos. Muy fácil caer, sí, en las maquetaciones rígidas, en los lugares comunes. La originalidad es difícil para un estilo musical cuya mayor estrategia es la metástasis. En realidad, el electro es algo que muchos hacen muy bien, casi demasiado bien: casi mecánicamente bien. Pocos logran dar, no obstante, con una propuesta desgeometrizada, más dandy, ya no digamos enigmática. Ya estamos rehartos de las tonaditas psicohedonistas que los niños fresas disfrutan navegando en la SUV de papá. Hay que preguntarse qué pasaría si la gran mayoría de los productores del género se atrevieran a consensuar con otros registros musicales, e inclusive a darle la espalda a la electronica.

Disgresiones aparte, hay cosas que no vamos a dejar de apreciar inclusive en los puristas. En el caso de Francis Dávila, uno siempre admira el buen filin que satina sus materiales auditivos (allí está Lets go out tonight, y sobre todo Overground, sin duda de lo más rico del disco, con un momento de éxtasis a media rola).

Shine abre sus catorce tracks en flor con pinceladas de aquellos subgéneros que Dávila ha recogido de la cultura dance. Esto se ve en canciones como Looking for love, Domenica, o Dissolution, o Just Believe (por demás con remix). Dávila se hace rodear de dos chicas cantantes –Estefani Brolo y Flaminia– que son como sus alas en no todas pero sí en varias de las rolas. A lo mejor supo que la magia se iba a dar con las vocales o no se iba a dar del todo (Move). Se diría que la dificultad estaba aquí en cómo pasar del dancefloor al compacto, compartimentalizar el trip en piezas muy ceñidas, la mayoría de menos de cinco y cuatro minutos, aferrándose al concepto clásico de un disco. ¿Qué más? Algunas canciones –como Silent, o Fragile– ya han sido favorecidas por la audiencia. De hecho, este disco es posiblemente lo que el grueso de los seguidores de Francis Dávila, algunos con impaciencia, esperaban. A ellos Francis Dávila les arroja buenas vibras a granel, por medio de toda una corriente de optimismo que impregna el disco (e.g. Life can be so good). Posiblemente algunos –la mara psycho, muy susceptible– dirán que le hace falta al material ironía, algo vicioso en sus entrañas, algo sado o algo maso. Pero otros celebrarán esta marejada de bienestar, y sabrán recibirla con gratitud, en sus múltiples células.

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