
Esto fue escrito para La Cuerda, en un número dedicado a la infidelidad.
http://www.geocities.com/lacuerda_gt/eds/2003/lc200359.htm#lapaseante4
http://www.geocities.com/lacuerda_gt/eds/2003/lc200359.htm#lapaseante4
Hay un mandamiento de todos sabido que desaconseja vivamente el adulterio. Esto está escrito en las Tablas que Dios le entregó a Moisés, pero por aparte, si usted es ateo, está escrito en las Tablas del Sentido Común. Los adulterios suelen encallar mal, y si hay un ejemplo que funciona correctamente hay otros diez para desmentirlo. Se me ocurre uno bastante vistoso: el de Verlaine y Rimbaud, que terminó con un lujurioso y pasional plomazo, hace unos ciento treinta años, un diez de julio. Los amantes terminaron odiándose.
Adrian Lyle (Nueve semanas y media) está empecinado en demostrarnos que la infidelidad se paga cara. En los ochentas, muchos enardecidos adúlteros del planeta dejaron súbitamente de serlo tras ver el muy afamado thriller Atracción Fatal, y hasta la fecha el efecto en aquellos que lo ven suele ser el mismo. Sin embargo, a Lyle no le bastó hacer una película, tuvo que hacer otra con el tema. Y apareció Unfaithful (2002), con Richard Gere, Diane Lane, y Olivier Martinez.
El triangulo es una trampa de la geometría cuando de relaciones se trata. Diane Lane es aquí una esposa ni siquiera infeliz, que comienza por azar y continúa de buena voluntad un intercambio de fluidos más que jocoso con un francés, joven, enamorado de los libros, en fin buenazo, interpretado por Olivier Martinez. Cuando su esposo se entera, lo mata. Los casados se transforman a partir de ese momento en cómplices de un crimen, aparte de padres.
La lección de Atracción Fatal tenía su advertencia: la Otra es una loca, la Otra es una desquiciada, la Otra es una obsesa. La lección de Infiel es también interesante: su esposo, sí, su buen y grato esposo, es un asesino, el hombre con el cual ha compartido cama, dolores y esperanzas es un homicida. Vive en un callado rincón, es un padre titular, conserva después de muchos años las buenas maneras y los pequeños detalles, pero no por ello deja de ser un asesino. Sólo es cuestión de ponerlo un poquito nervioso.
En realidad, un tema viejo. Othello nos muestra cómo un hombre virtuoso cae en pecado a causa de los celos. En el caso de Othello, el crimen es la conclusión severa de la historia.
En el de Infiel, sin embargo, el crimen lo que hace es truncar las posibilidades especulativas de la trama. En efecto, si hay algo molesto en la película es que las otras dos puntas del triángulo pierdan el control, cuando lo interesante, lo realmente único hubiese sido que sólo la involucrada se fuera de cabeza. Al asesinar al amante, el esposo le está dando a su mujer una suerte de cordial pasaporte para escapar del territorio de la ética. El asesinato desdibuja el adulterio.
Por otro lado, cuando el esposo encara al amante, éste cesa de ser un hombre audaz y consumado, puesto más allá del bien y del mal, en el terreno puro de la lujuria creadora, para simplemente caracterizar a un crío que no sabe a qué se ha metido. Dentro del esquema dramático del filme, el amante no está en igualdad de condiciones. Es una debilidad imperdonable.
¿No sería más inquietante, más profundo, si la pesadilla tocase solamente, insularmente, al personaje representado por Lane? Acorralada: de un lado el marido perfecto, el portador de valores; del otro, el amante transgresor, el portador de libertades. Y ella perfectamente confundida, suspendida en un dilema puro. Entonces la película no hubiese quedado en mero thriller con su pasión y su sangre: se hubiese convertido en un espacio privilegiado para analizar el tema fascinante, inconcluso, sugerente, y poderoso, del adulterio.
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