
Giovanni Pinzón fue una referencia importante en los noventa, colectiva y personal. Se presentó en el Centro Cultural de España, y me pidieron que introdujera la actividad. Leí esto.
Me llamó Jorge Sierra hace dos días, para pedirme que estuviera aquí en sustitución de Lucía, programada originalmente para hacer la presentación, pero ella no pudo venir pues se encuentra varada en Sudamérica. En general, no me gusta hacer las cosas así a última hora, pero qué importa, la amistad no conoce estos pudores, y además Jorge Sierra me acompañó en la entrega de mi libro más reciente, estuvo allí de corazón, y ésta es mi forma de corresponderle.
Por demás, si no es así ya no veo a Giovanni. ¿No era Monteforte quién decía que llegado el momento a los amigos ya sólo se les mira en las presentaciones y en los funerales, algo así?
Empecemos. Creo que mi relación con Giovanni ha pasado por muchos matices: desde la admiración más vaporosa y beatífica hasta un crítico desencanto, y otra vez de regreso, en efecto péndulo. Creo que lo conozco, no sólo en el sentido de haber compartido con él ciertos momentos, sino sobre todo en el sentido de haberlo intensamente observado. Lo cuál no quiere decir que mis percepciones sean verdaderas. Posiblemente, Giovanni va a disentir en varios puntos sobre lo que aquí voy a decir. Lo cuál por otra parte tampoco les resta validez.
En mi anecdotario personal cuento con varias polaroids, instantes que me remiten a su persona.
Así la primera vez que escuché Bohemia Suburbana, estábamos mi amiga Yasmín y yo en el Obelisco, hace más años de los que me gustaría admitir. Esta banda, entonces desconocida, completaba el sound–check en el escenario, y recuerdo haber asumido que era una banda mexicana, porque en mi cabeza no cabía que algo tan fresco podía ser nacional. Así que mi primer contacto con Giovanni y con Bohemia Suburbana fue de mucha curiosidad, sí.
Un día, no recuerdo cómo, terminamos tomando litros de cerveza en el tejado de una casa en la Colonia Lourdes. Un ensayo de Bohemia Suburbana. Era muy emocionante. Tan emocionante que tomé y tomé cerveza, y me crucé completamente, y terminé bien loco en el piso, viendo las estrellas desde un punto en la ciudad. Y ese punto en la ciudad resulta que era la casa de Giovanni. Es que no podía ser de otra manera.
Posiblemente uno de los momentos más importantes para mí sucedió viendo a los bohemios en un bar de la zona 13, era tan fulminante lo que yo estaba sintiendo que me dije: “Yo también quiero ser artista, yo también quiero causar un efecto en las personas”. Y paf, decidí ser escritor.
Con Giovanni nos seguimos viendo de una u otra forma. A menudo en el Café Oro, dónde siempre lo hallaba con su sempiterna coca–cola y su cajetilla de mentolados. En el Café Oro, se reivindicaba toda una manera de vida, asociada al arte, contra todas las gerontocracias y dictaduras, lejos de la mentecatez general que siempre ha tenido en Guatemala un buen número de consulados. Fue en el Café Oro en dónde me mostró Mil palabras con sus dientes, recién salidito del horno, parecía muy feliz. Por cierto que el año pasado, iba yo caminando cerca de Sophos, y me lo topé, a Giovanni, y llevaba consigo Equismotivo, su disco en solitario, recién salidito del horno también, y tenía la misma expresión que aquella otra vez en el Café Oro. Lo cuál me califica para decir que el espíritu de Giovanni sigue vivo igual que siempre.
Lo recuerdo también en Casa Bizarra. Yo visité en repetidas ocasiones la Casa Bizarra. Y a veces acompañaba a Giovanni en las noches: mientras él pintaba en silencio, reconcentrado, monacalmente, yo me dedicaba a modificar la estructura esencial de mi tabique, a la vez que hablaba sin comas y como en estampida. Parece que nos entendíamos.
En realidad, a Giovanni lo asocio a la noche, muchos bares, muchos escenarios a deshoras, mucho humo. Estando una vez en El Establo, en el antiguo Establo, me dio una gran lección, recuerdo: el asunto es que Giovanni no tenía dinero para una cerveza, lo cuál, me explicó, no tenía importancia, puesto que su filosofía era que las cosas siempre llegaban, y dicho y hecho, alguien vino y le puso una cerveza en la mano. “Ya ves”, me indicó: “No hay de qué preocuparse”. Sin saberlo, Giovanni me había introducido al Tao, mientras fumaba mentolados entre el murmullo vital y el repicar de las botellas.
A todo esto, Bohemia Suburbana se iba haciendo más y más grande, en plan alud. Ya no era aquel grupo desconocido que yo había escuchado en el Obelisco. A la gente le interesaba su propuesta de renovación auditiva, en dónde confluían signos musicales sugestivos y novedosos; era obvio que los bohemios estaban escuchando cosas más interesantes que el resto de los mortales guatemaltecos, sumergidos por aquellos días, y a lo mejor hasta la fecha, en una gran ignorancia auditiva. La música alternativa no era aún el engrudo comercial que se volvió más adelante; todavía tenía eso de momentum, un surgir de posibilidades, y en tal atmósfera, Bohemia Suburbana crecía y solidificaba y llevaba la tradición rockera a nuevas alturas.
Lo interesante es que este éxito rebasó los límites de lo puramente musical, para ir ganando representividad generacional. Giovanni se volvió una voz en todo el sentido de la palabra. El fenómeno no se ha repetido. Me atrevo a decir que no hay un frontman hoy que tenga el mismo poder que Giovanni tuvo en los noventa.
Sin embargo, esta representividad generacional adoptó una forma más o menos morosa, muy lejos de la revolución que Giovanni tenía concebida, no sin cierta ingenuidad. La idea original de Giovanni era despertar conciencias, era que todos esos chavitos que lo estaban escuchando se convirtieran ellos mismos en artistas, en vehículos, lo cuál nunca sucedió o sucedió en un marco muy modesto; al contrario, fue testigo de ciertas formas irracionales de idolatría, tanto más preocupante cuánto que le robaba intimidad artística. Y yo recuerdo que en cierta época, todo este asunto lo tenía muy conflictuado.
Dicen mis amigos budistas que todo surge, mora, y cesa. Considero que los noventa, que fue una década tan querible, por oposición al reinado de Reagan, terminó muriendo más adelante por asfixia en la era Bush, y la fiesta no siguió, o siguió pero se hizo mierda contra una pared o contra la pantalla del televisor y la cara flácida, impersonal, del presentador de Fox News.
Bohemia Suburbana nunca logró verdaderamente realizarse en el plano internacional, es decir que nunca levantó del todo vuelo, como el albatros de Baudelaire.
Lo cuál a mí en un principio me frustraba. Pero luego entendí que Giovanni, siendo parte integral de su banda, también necesitaba estar a la vez lejos de ella, para realizar una visión que ha estado en él desde tiempos inmemoriales, desde antes de Bohemia Suburbana, precediéndola.
Es momento de decir que Giovanni es una figura bastante compleja, y es imposible reducirlo a cantante de rock sin mutilación evidente. Yo diría que Giovanni es tan complejo que se dan en él diversas contradicciones, que asume de la única manera en que se puede asumir una contradicción: creativamente. La vida de Giovanni se ha caracterizado por una intensa búsqueda, por una necesidad de crear puentes entre islotes aislados de sentido, fragmentos nadando sin coherencia en la nada amniótica, que fue todo lo que nos dejó el conflicto armado. Yo diría que su eterna obsesión ha sido la obsesión de la identidad. Y esto en varios niveles. La necesidad, en principio, de configurar una identidad individual, una ética de la singularidad propiamente, incluso de lo subterráneo, siendo el artista el mejor portavoz de tal reclamación.
Por otro lado, se da en Giovanni una necesidad de amasar una identidad colectiva. Giovanni desde este punto de vista se volvió una antena, una sensibilidad abierta a las corrientes tectónicas de la idiosincrasia nacional.
En un tercer nivel es en dónde, a modo de síntesis, se da el gesto político, a veces rabioso y ácrata, que ha caracterizado a Giovanni. Es el lugar en dónde colisionan lo colectivo y lo individual, como un balazo en el seso (y ya Giovanni recibió el suyo). A la vez es este plano el que le confiere a Giovanni el título de mensajero, esto es: de cantautor.
Y aquí la visión a la cuál me refería hace un par de párrafos, la mística que Giovanni defiende con los dientes. Se mira en sus letras, en su poesía, en su calidad de escritor, con serios luzazos definitivamente. De Giovanni yo diría que es un folk singer, sin peros. Y si bien se acomodó perfectamente al formato de rock star y de banda y de toques masivos, siempre vuelve, atávicamente, a su formato trovador, a su formato de guitarrista sobre franciscano banquillo, y a una actitud “hágalo–usted–mismo” o estética portátil. Una forma de hacer música en cierta medida purificante para él. Su disco Equismotivo representa plenamente esta libertad.
En otro orden de cosas, Giovanni es un magnífico pintor, cosa que no puedo dejar de mencionar aquí. Hace varios años yo me enojaba con Giovanni y le decía que había que comprometerse con un solo lenguaje artístico; porque yo en esa época era un purista. Pero tal cosa era una imbecilidad de mi parte, y más tratándose de Giovanni, que es como un roedor muy inquieto. Dicho esto, me dio mucha alegría cuando lo invitaron a exhibir al Japón. Y la verdad es que siempre me ha gustado su forma de pintar (esos rostros alucinados, inquietantes) y conservo celosamente una pintura que me regaló. Hay un candor primitivo en sus cuadros que adoro, pero que siendo primitivo o esencial no tiene nada de escueto ni mucho menos, sino exigen un grado de reelaboración interior, de sondeo, de entrega contemplativa.
Hay una faceta de Giovanni que a menudo incluso sus fanáticos más comprometidos olvidan, y es su habilidad como diseñador cultural. Me refiero específicamente a la Casa Bizarra en la cuál su presencia tuvo mucho que ver. En un primer aspecto, que es el que yo asocio a Giovanni, era una suerte de proyecto habitacional para creadores, una especie de probeta para el diálogo artístico y la retroalimentación experimental, y se ha dicho que fue el germen de lo que más tarde se llamaría Octubre Azul. Amén de ser una casa de locos, un manicomio gestionado por sus propios pacientes.
Otro proyecto importantísimo, nuclear, como frente de apertura y de sensibilidad, en el cuál Giovanni colaboró activamente, fue el Café Oro. Giovanni es un comunicador que entiende la necesidad de la comunicación –y la necesidad de circunstanciar adecuadamente la comunicación– y el Café Oro nos ofreció a todos una sobremesa fecunda, pero de ninguna manera solemne, al contrario: era un territorio para explayarnos cómodamente. Yo en lo personal tengo muy buenos recuerdos del Café Oro: toda esa poesía, toda esa música, toda esa verborrea fundacional.
Aparte de la vida artística de Giovanni está su vida de artista. Son dos cosas aparte. Cuando hablo de la vida artística, me refiero a su obra en específico. Y cuando hablo de su vida de artista, me refiero a la liviandad, el desorden, el callejeo, la mota, etcétera. Aún recuerdo los miércoles de Dash, que fue una especie de protoespacio electrónico (aunque en realidad no era música electrónica lo que se ponía) y en el cuál, otra vez, Giovanni tuvo mucho que ver. Aún hace poco veíamos a Giovanni tratando de levantar un bar en Carretera a El Salvador.
Hay otra cosa: su amor por Pana. Giovanni es, por lo menos fue, un panafreak: clásica, típica y arquetípicamente. Se parece a mi papá, que cultiva una relación un poco exagerada con el lago. Tiene eso de pata de chucho. Pana siendo la traslación total, se puede decir que apadrina y fomenta otros viajes de Giovanni a otras latitudes, adónde la música y la pintura lo han llevado.
Lo cuál no quiere decir que no sea un hombre en busca de un centro, y hasta cierto punto un conservador, un cultivador de la estabilidad. Leía ayer en una entrevista suya en Internet que se toma muy en serio eso de la monogamia y la fidelidad en pareja. En general, le da mucha importancia al hogar, me parece. Recuerdo lo mucho que quería a su perra –me refiero a su chucha– cuyo nombre ahora no recuerdo. Y me sorprendí mucho cuando me enteré de lo ordenado que es, y el mucho cuidado que pone en hacer su cama, vean, resabio de orígenes castrenses (si no me confundo Giovanni estudió en el Hall). Es un poco como Ramírez Amaya: tiene un gran amor por la mística del soldado. Asímismo me llama la atención de este Giovanni doméstico es su reivindicación de lo rústico, de lo simple, de lo artesanal. Siempre se ha visto a sí mismo como una especie de obrero, un productor de manualidades, un jardinero que ha sabido trasplantar esta dimensión tan concreta y material a su arte.
Del Giovanni íntimo no puedo decir mucho. Lo lamento pero este aspecto, que talvez es el único que importa, apenas he sabido explorarlo. Cuando tuve la oportunidad de hacerlo, creo que había una especie de competencia callada de mi parte con su personalidad, que no me permitió ningún acercamiento profundo. Y además, yo siento que no es fácil relacionarse con Giovanni. Es incluso trabajoso. Por su forma de ser, bastante hermética, por lo menos hermética conmigo. Lo mismo dirán de mi persona. Me atrevo a decir que tanto a Giovanni como a mí nos duele cada una de las máscaras que nos hemos puesto a lo largo de nuestras vidas.
Estas máscaras no disminuyen su importancia, al contrario lo presentan de manera más humana y heroica a nuestros ojos. Aprovecho esta ocasión para celebrar la presencia de Giovanni entre nosotros, su constancia como criatura artista, que ha elegido el sendero de la creación como forma de relacionarse con la realidad, de generar sentido. Allí sigue, dale que dale, como los eternos campesinos… Si no fuera famoso, estaría fabricando expresión de todos modos, cumpliendo el llamado de esta religión laica, abierta, que es el arte. Quiero hacer homenaje a su importancia en un contexto nacional, sobre todo durante la difícil transición a la posguerra. Y por último, me gustaría hacer notar su talento indiscutible como músico absolutamente personal y quebrador de moldes.
Estuve buscando una foto que nos tomó Sergio Valdés en un viaje que hicimos juntos a Monterrico. Quería dártela esta noche, Giovanni; por desgracia, se me traspapeló y a saber en dónde está. Te dejo en sustitución un abrazo hermano y mi eterna gratitud por tu fuego interior. Y a ustedes, yo les doy las gracias por la paciencia.
Me llamó Jorge Sierra hace dos días, para pedirme que estuviera aquí en sustitución de Lucía, programada originalmente para hacer la presentación, pero ella no pudo venir pues se encuentra varada en Sudamérica. En general, no me gusta hacer las cosas así a última hora, pero qué importa, la amistad no conoce estos pudores, y además Jorge Sierra me acompañó en la entrega de mi libro más reciente, estuvo allí de corazón, y ésta es mi forma de corresponderle.
Por demás, si no es así ya no veo a Giovanni. ¿No era Monteforte quién decía que llegado el momento a los amigos ya sólo se les mira en las presentaciones y en los funerales, algo así?
Empecemos. Creo que mi relación con Giovanni ha pasado por muchos matices: desde la admiración más vaporosa y beatífica hasta un crítico desencanto, y otra vez de regreso, en efecto péndulo. Creo que lo conozco, no sólo en el sentido de haber compartido con él ciertos momentos, sino sobre todo en el sentido de haberlo intensamente observado. Lo cuál no quiere decir que mis percepciones sean verdaderas. Posiblemente, Giovanni va a disentir en varios puntos sobre lo que aquí voy a decir. Lo cuál por otra parte tampoco les resta validez.
En mi anecdotario personal cuento con varias polaroids, instantes que me remiten a su persona.
Así la primera vez que escuché Bohemia Suburbana, estábamos mi amiga Yasmín y yo en el Obelisco, hace más años de los que me gustaría admitir. Esta banda, entonces desconocida, completaba el sound–check en el escenario, y recuerdo haber asumido que era una banda mexicana, porque en mi cabeza no cabía que algo tan fresco podía ser nacional. Así que mi primer contacto con Giovanni y con Bohemia Suburbana fue de mucha curiosidad, sí.
Un día, no recuerdo cómo, terminamos tomando litros de cerveza en el tejado de una casa en la Colonia Lourdes. Un ensayo de Bohemia Suburbana. Era muy emocionante. Tan emocionante que tomé y tomé cerveza, y me crucé completamente, y terminé bien loco en el piso, viendo las estrellas desde un punto en la ciudad. Y ese punto en la ciudad resulta que era la casa de Giovanni. Es que no podía ser de otra manera.
Posiblemente uno de los momentos más importantes para mí sucedió viendo a los bohemios en un bar de la zona 13, era tan fulminante lo que yo estaba sintiendo que me dije: “Yo también quiero ser artista, yo también quiero causar un efecto en las personas”. Y paf, decidí ser escritor.
Con Giovanni nos seguimos viendo de una u otra forma. A menudo en el Café Oro, dónde siempre lo hallaba con su sempiterna coca–cola y su cajetilla de mentolados. En el Café Oro, se reivindicaba toda una manera de vida, asociada al arte, contra todas las gerontocracias y dictaduras, lejos de la mentecatez general que siempre ha tenido en Guatemala un buen número de consulados. Fue en el Café Oro en dónde me mostró Mil palabras con sus dientes, recién salidito del horno, parecía muy feliz. Por cierto que el año pasado, iba yo caminando cerca de Sophos, y me lo topé, a Giovanni, y llevaba consigo Equismotivo, su disco en solitario, recién salidito del horno también, y tenía la misma expresión que aquella otra vez en el Café Oro. Lo cuál me califica para decir que el espíritu de Giovanni sigue vivo igual que siempre.
Lo recuerdo también en Casa Bizarra. Yo visité en repetidas ocasiones la Casa Bizarra. Y a veces acompañaba a Giovanni en las noches: mientras él pintaba en silencio, reconcentrado, monacalmente, yo me dedicaba a modificar la estructura esencial de mi tabique, a la vez que hablaba sin comas y como en estampida. Parece que nos entendíamos.
En realidad, a Giovanni lo asocio a la noche, muchos bares, muchos escenarios a deshoras, mucho humo. Estando una vez en El Establo, en el antiguo Establo, me dio una gran lección, recuerdo: el asunto es que Giovanni no tenía dinero para una cerveza, lo cuál, me explicó, no tenía importancia, puesto que su filosofía era que las cosas siempre llegaban, y dicho y hecho, alguien vino y le puso una cerveza en la mano. “Ya ves”, me indicó: “No hay de qué preocuparse”. Sin saberlo, Giovanni me había introducido al Tao, mientras fumaba mentolados entre el murmullo vital y el repicar de las botellas.
A todo esto, Bohemia Suburbana se iba haciendo más y más grande, en plan alud. Ya no era aquel grupo desconocido que yo había escuchado en el Obelisco. A la gente le interesaba su propuesta de renovación auditiva, en dónde confluían signos musicales sugestivos y novedosos; era obvio que los bohemios estaban escuchando cosas más interesantes que el resto de los mortales guatemaltecos, sumergidos por aquellos días, y a lo mejor hasta la fecha, en una gran ignorancia auditiva. La música alternativa no era aún el engrudo comercial que se volvió más adelante; todavía tenía eso de momentum, un surgir de posibilidades, y en tal atmósfera, Bohemia Suburbana crecía y solidificaba y llevaba la tradición rockera a nuevas alturas.
Lo interesante es que este éxito rebasó los límites de lo puramente musical, para ir ganando representividad generacional. Giovanni se volvió una voz en todo el sentido de la palabra. El fenómeno no se ha repetido. Me atrevo a decir que no hay un frontman hoy que tenga el mismo poder que Giovanni tuvo en los noventa.
Sin embargo, esta representividad generacional adoptó una forma más o menos morosa, muy lejos de la revolución que Giovanni tenía concebida, no sin cierta ingenuidad. La idea original de Giovanni era despertar conciencias, era que todos esos chavitos que lo estaban escuchando se convirtieran ellos mismos en artistas, en vehículos, lo cuál nunca sucedió o sucedió en un marco muy modesto; al contrario, fue testigo de ciertas formas irracionales de idolatría, tanto más preocupante cuánto que le robaba intimidad artística. Y yo recuerdo que en cierta época, todo este asunto lo tenía muy conflictuado.
Dicen mis amigos budistas que todo surge, mora, y cesa. Considero que los noventa, que fue una década tan querible, por oposición al reinado de Reagan, terminó muriendo más adelante por asfixia en la era Bush, y la fiesta no siguió, o siguió pero se hizo mierda contra una pared o contra la pantalla del televisor y la cara flácida, impersonal, del presentador de Fox News.
Bohemia Suburbana nunca logró verdaderamente realizarse en el plano internacional, es decir que nunca levantó del todo vuelo, como el albatros de Baudelaire.
Lo cuál a mí en un principio me frustraba. Pero luego entendí que Giovanni, siendo parte integral de su banda, también necesitaba estar a la vez lejos de ella, para realizar una visión que ha estado en él desde tiempos inmemoriales, desde antes de Bohemia Suburbana, precediéndola.
Es momento de decir que Giovanni es una figura bastante compleja, y es imposible reducirlo a cantante de rock sin mutilación evidente. Yo diría que Giovanni es tan complejo que se dan en él diversas contradicciones, que asume de la única manera en que se puede asumir una contradicción: creativamente. La vida de Giovanni se ha caracterizado por una intensa búsqueda, por una necesidad de crear puentes entre islotes aislados de sentido, fragmentos nadando sin coherencia en la nada amniótica, que fue todo lo que nos dejó el conflicto armado. Yo diría que su eterna obsesión ha sido la obsesión de la identidad. Y esto en varios niveles. La necesidad, en principio, de configurar una identidad individual, una ética de la singularidad propiamente, incluso de lo subterráneo, siendo el artista el mejor portavoz de tal reclamación.
Por otro lado, se da en Giovanni una necesidad de amasar una identidad colectiva. Giovanni desde este punto de vista se volvió una antena, una sensibilidad abierta a las corrientes tectónicas de la idiosincrasia nacional.
En un tercer nivel es en dónde, a modo de síntesis, se da el gesto político, a veces rabioso y ácrata, que ha caracterizado a Giovanni. Es el lugar en dónde colisionan lo colectivo y lo individual, como un balazo en el seso (y ya Giovanni recibió el suyo). A la vez es este plano el que le confiere a Giovanni el título de mensajero, esto es: de cantautor.
Y aquí la visión a la cuál me refería hace un par de párrafos, la mística que Giovanni defiende con los dientes. Se mira en sus letras, en su poesía, en su calidad de escritor, con serios luzazos definitivamente. De Giovanni yo diría que es un folk singer, sin peros. Y si bien se acomodó perfectamente al formato de rock star y de banda y de toques masivos, siempre vuelve, atávicamente, a su formato trovador, a su formato de guitarrista sobre franciscano banquillo, y a una actitud “hágalo–usted–mismo” o estética portátil. Una forma de hacer música en cierta medida purificante para él. Su disco Equismotivo representa plenamente esta libertad.
En otro orden de cosas, Giovanni es un magnífico pintor, cosa que no puedo dejar de mencionar aquí. Hace varios años yo me enojaba con Giovanni y le decía que había que comprometerse con un solo lenguaje artístico; porque yo en esa época era un purista. Pero tal cosa era una imbecilidad de mi parte, y más tratándose de Giovanni, que es como un roedor muy inquieto. Dicho esto, me dio mucha alegría cuando lo invitaron a exhibir al Japón. Y la verdad es que siempre me ha gustado su forma de pintar (esos rostros alucinados, inquietantes) y conservo celosamente una pintura que me regaló. Hay un candor primitivo en sus cuadros que adoro, pero que siendo primitivo o esencial no tiene nada de escueto ni mucho menos, sino exigen un grado de reelaboración interior, de sondeo, de entrega contemplativa.
Hay una faceta de Giovanni que a menudo incluso sus fanáticos más comprometidos olvidan, y es su habilidad como diseñador cultural. Me refiero específicamente a la Casa Bizarra en la cuál su presencia tuvo mucho que ver. En un primer aspecto, que es el que yo asocio a Giovanni, era una suerte de proyecto habitacional para creadores, una especie de probeta para el diálogo artístico y la retroalimentación experimental, y se ha dicho que fue el germen de lo que más tarde se llamaría Octubre Azul. Amén de ser una casa de locos, un manicomio gestionado por sus propios pacientes.
Otro proyecto importantísimo, nuclear, como frente de apertura y de sensibilidad, en el cuál Giovanni colaboró activamente, fue el Café Oro. Giovanni es un comunicador que entiende la necesidad de la comunicación –y la necesidad de circunstanciar adecuadamente la comunicación– y el Café Oro nos ofreció a todos una sobremesa fecunda, pero de ninguna manera solemne, al contrario: era un territorio para explayarnos cómodamente. Yo en lo personal tengo muy buenos recuerdos del Café Oro: toda esa poesía, toda esa música, toda esa verborrea fundacional.
Aparte de la vida artística de Giovanni está su vida de artista. Son dos cosas aparte. Cuando hablo de la vida artística, me refiero a su obra en específico. Y cuando hablo de su vida de artista, me refiero a la liviandad, el desorden, el callejeo, la mota, etcétera. Aún recuerdo los miércoles de Dash, que fue una especie de protoespacio electrónico (aunque en realidad no era música electrónica lo que se ponía) y en el cuál, otra vez, Giovanni tuvo mucho que ver. Aún hace poco veíamos a Giovanni tratando de levantar un bar en Carretera a El Salvador.
Hay otra cosa: su amor por Pana. Giovanni es, por lo menos fue, un panafreak: clásica, típica y arquetípicamente. Se parece a mi papá, que cultiva una relación un poco exagerada con el lago. Tiene eso de pata de chucho. Pana siendo la traslación total, se puede decir que apadrina y fomenta otros viajes de Giovanni a otras latitudes, adónde la música y la pintura lo han llevado.
Lo cuál no quiere decir que no sea un hombre en busca de un centro, y hasta cierto punto un conservador, un cultivador de la estabilidad. Leía ayer en una entrevista suya en Internet que se toma muy en serio eso de la monogamia y la fidelidad en pareja. En general, le da mucha importancia al hogar, me parece. Recuerdo lo mucho que quería a su perra –me refiero a su chucha– cuyo nombre ahora no recuerdo. Y me sorprendí mucho cuando me enteré de lo ordenado que es, y el mucho cuidado que pone en hacer su cama, vean, resabio de orígenes castrenses (si no me confundo Giovanni estudió en el Hall). Es un poco como Ramírez Amaya: tiene un gran amor por la mística del soldado. Asímismo me llama la atención de este Giovanni doméstico es su reivindicación de lo rústico, de lo simple, de lo artesanal. Siempre se ha visto a sí mismo como una especie de obrero, un productor de manualidades, un jardinero que ha sabido trasplantar esta dimensión tan concreta y material a su arte.
Del Giovanni íntimo no puedo decir mucho. Lo lamento pero este aspecto, que talvez es el único que importa, apenas he sabido explorarlo. Cuando tuve la oportunidad de hacerlo, creo que había una especie de competencia callada de mi parte con su personalidad, que no me permitió ningún acercamiento profundo. Y además, yo siento que no es fácil relacionarse con Giovanni. Es incluso trabajoso. Por su forma de ser, bastante hermética, por lo menos hermética conmigo. Lo mismo dirán de mi persona. Me atrevo a decir que tanto a Giovanni como a mí nos duele cada una de las máscaras que nos hemos puesto a lo largo de nuestras vidas.
Estas máscaras no disminuyen su importancia, al contrario lo presentan de manera más humana y heroica a nuestros ojos. Aprovecho esta ocasión para celebrar la presencia de Giovanni entre nosotros, su constancia como criatura artista, que ha elegido el sendero de la creación como forma de relacionarse con la realidad, de generar sentido. Allí sigue, dale que dale, como los eternos campesinos… Si no fuera famoso, estaría fabricando expresión de todos modos, cumpliendo el llamado de esta religión laica, abierta, que es el arte. Quiero hacer homenaje a su importancia en un contexto nacional, sobre todo durante la difícil transición a la posguerra. Y por último, me gustaría hacer notar su talento indiscutible como músico absolutamente personal y quebrador de moldes.
Estuve buscando una foto que nos tomó Sergio Valdés en un viaje que hicimos juntos a Monterrico. Quería dártela esta noche, Giovanni; por desgracia, se me traspapeló y a saber en dónde está. Te dejo en sustitución un abrazo hermano y mi eterna gratitud por tu fuego interior. Y a ustedes, yo les doy las gracias por la paciencia.
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