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La vulgaridad de lo sagrado


Michel Houellebecq es un autor fresco. En ese sentido, se parece un poco a la última consola de Playstation. Está lleno de ocurrencias. Es divertido hasta más no poder. Por supuesto, hablamos de un primer encuentro. Luego, al tercer y cuarto libro suyo (digamos lo equivalente a terminar un juego de Playstation y volverlo a jugar) uno empieza a considerarlo con menos entusiasmo. Su protagonismo es excesivo: quiere brillar a fuerza de ocurrencias.

Ese rasgo suyo –autor devorando a narrador– es el rasgo exacto de los escritores que en la vida real son egoístas. De allí que los personajes de Houellebecq sean iguales: los ha clonado de su misma persona. Leer La posibilidad de una isla es una experiencia básicamente igual a leer Plataforma o Ampliación del campo de batalla. El tono, el propósito. Los personajes suyos tan degradados y tan conscientes de su degradación: monologantes. Los temas también: sexo, turismo, religión, vejez, arte, ciencia, relaciones interpersonales, trabajo. En fin, el mercado.

Sin duda, el tema sempiterno de Houellebecq es el mercado. El mercado de los objetos. El mercado de las ideas. El mercado moral. El mercado de este capitalismo a la vez eterno y agónico. Lo conoce a fondo. Es como si tratase de ser actual por consigna. Houellebecq nos da la impresión que lo sabe todo acerca de aquello sobre lo que está ironizando. Houellebecq hace una completa demolición –casi programática– de todas las capas de la cultura francesa, recurriendo a una agenda personal de deshumanización que le ha valido un buen número de seguidores, y un buen número de detractores, es decir, de seguidores, que le acusan de ser finalmente lo que es: un cómico racista. Uno lee a Houellebecq para dar rienda suelta al canalla que hay en uno. Pensar la realidad desde lo inhumano no es nuevo, y siempre reconfortante. Basta con ver lo que hace de Teilhard de Chardin (p.73). Y como ésa hay muchas otras introspecciones, que lo convierten en el fondo en un santo, en un San Agustín–Houellebecq. Sí, es curioso el afán que pone en desmoralizar a sus congéneres. Lo triste es que la frescura de Houellebecq parece estar desactualizándose. Decir que el hombre H es el enfant terrible de las letras francesas actuales es demasiado fácil, y ya ni siquiera cierto.

Con todo, La posibilidad de una isla no deja de ser una historia, novela inteligente, sobre muchas cosas, y entre ellas toda una trama sobre la clonación y su futuro. Los hombres seriales y eso. Baste decir que le permite al autor francés incurrir en un género en el cuál no fracasa: la ciencia–ficción. Acaso porque incurre en él de una manera muy orgánica, desde su particular personalidad literaria, sin pretensiones innecesarias. Es apreciable que el Houellebecq se tome el tiempo asimismo de desmitificar el fenómeno solemne y magnético de las sectas, denunciando la vulgaridad de lo sagrado, por un lado, y por el otro la farsa de la ciencia, con todas sus verdades.


Ficha técnica:
La posibilidad de una isla
Michel Houellebecq
Alfaguara
439 págs.

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