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Palabras en el acto de entrega de Diccionario esotérico

Durante la presentación del libro, en Filgua, dije esto.


En el acto de entrega del premio Mario Monteforte Toledo, hice hincapié sobre la importancia que tuvo la biblioteca de mi abuela en mi vida en general, y en esta novela en particular. A ella está dedicado el libro, a ella, y también a mi madre, y a todas las formas asignadas al arquetipo Tierra, por usar una noción en boga. Esto incluye a la religión, con la cuál ya hice mis paces, aunque claramente no soy un hombre formalmente religioso. Dicho esto, entiendo que uno de los escenarios predilectos del poder a nivel local, y a nivel global, es la religión, hecho por demás comprobable día a día. Los conflictos buscan su carne de cañón esencialmente en la mentalidad religiosa, para qué vamos a engañarnos.

Escribí esta novela para explorar la intolerancia religiosa, la intolerancia de y hacia la religión, a sabiendas de que ambas son la misma cosa, y también lo hice para ganar una propia definición del mal, interiorizar en la parte oscura de la magia, y para saber qué es lo que le pasa a un hombre cuando no encuentra su trineo Rosebud, por hacer referencia al ciudadano Kane. Quise conocer –en clave de humor, en clave de cómic– las raíces siempre íntimas del fascismo, y observar el fenómeno de la guerra civil guatemalteca desde la distancia generacional, comprendiendo que esa distancia es ya ironía narrativa, incluso ironía a secas. Es la distancia perfecta, puesto que sólo cuando estoy alejado del hecho a narrar es cuando mi narración busca formas mediadoras válidas por sí mismas, y allí está la clave de la escritura: en permitirse todas las estrategias lúdicas y formales. Todos los niños son apostatas. Como se sabe, de ellos es el reino de los cielos. Lo cuál quiere decir que llegaremos al paraíso jugando. Para escribir sobre algo, se requiere de un cierto grado de inocencia. Pero la inocencia es lo que la guerra nos arrancó de tajo. Así que la novela de la guerra es mejor que sea contada por alguien que no haya estado directamente en ella, pero sí lo suficientemente cerca como para entender su drama histórico. Es mi caso, me parece. Es triste, pero para la generación posterior a la mía, la guerra civil guatemalteca es ya algo igual de abstracta que la batalla de Waterloo. Con esto quiero decir que la memoria es algo muy frágil, un destello crepuscular. Y si te toca, quiere decir que eres un privilegiado, y que tienes una responsabilidad de ponerlo en el lienzo.

Si tal empresa podrá ahorrarnos de venideros abortos históricos, no lo sé, y más bien no lo creo. Pero a lo mejor puede servir para clarificar la diferencia que hay entre el autor y el narrador. El Maurice que escribió Diccionario Esotérico no es el personaje principal de Diccionario Esotérico. Dicho de otra manera, no podemos seguir confundiendo personalidad y esencia. De esa confusión surgen todos los problemas, sin excepción. No podemos seguir pensando que son racionalmente equivalentes. De la misma manera que no podemos hacer equivalentes el mito de Dios con Dios en sí mismo.

Pero no es que Dios esté por encima de su propio mito. ¡Horror de la razón! Podemos decir que la esencia sólo se muestra y más aún: sólo vive a través del mito, por lo menos en una dimensión humana. Lamentablemente, la concepción teísta de un Dios único quiso consagrar la ilusión de un mito único. Pero Dios es como una copa que se quiebra en mil pedazos hermosos. Para regenerar la copa necesitamos de todos los pedazos por igual. Curiosamente, lo que nos impide reestablecer el vínculo de Dios y el mito es la creencia en un mito aislado, racionalizado, bastardo, llámese cristianismo, Corán, ateísmo, individualismo, llámese Maurice Echeverría, o cualquier otra interfase disponible para representación del ser. Sólo cuando integremos todos los caminos encontraremos el Camino. Mientras escribo esto, los libaneses siguen cayendo como moscas, como las moscas que Jean Genet describía en su crónica Cuatro horas en Chatila, sobre las matanzas en tierra libanesa en el ochenta y dos. Y hoy de nuevo la ignominia, la sangre enfriándose sobre el polvo…

Y ahora mis agradecimientos. Gracias otra vez a mi abuela, a mi madre, gracias a Claudia, mi esposa, por supuesto, y a los poderosos amigos invisibles. Quiero darme las gracias, además, y lo quiero hacer con la más grande de las seriedades. También quisiera darle las gracias a la Fundación Mario Monteforte Toledo, y a editorial Norma, especialmente a Geraldina Camargo, con quien ha sido un verdadero gusto trabajar. Por demás, me gustaría agradecer a dos aliados, Gloria Hernández y Juan Luis Font, por esta noche, y a todos ustedes, por la elegancia, por escucharme. Que Dios les conceda un segundo corazón, para que puedan sentir tres veces la vida. Buenas noches.

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