Oh, es viejo este texto (publicado en El Acordeón el 15 de julio de 2001). Hubo una exhibición de Witkin (la primera en CA) en Colloquia –la desaparecida Colloquia– vía González Palma, y me pidieron un texto para el catálogo, y ese mismo texto fue el que se publicó en el diario, si mal no recuerdo.
Joel–Peter Witkin confiere a la fotografía contemporánea una mirada única y sobrecogedora. La polémica ha acompañado siempre a este artista norteamericano, cuyos trabajos impecables y perversos giran con frecuencia en torno a la muerte.
De una primera impresión sobre el trabajo de Witkin quisiera no hablar. Ello pues me parece que se trata de una impresión sin fondo. Hablo de la fascinación, el estupor, el hechizo rotundo y diferido... Un hechizo, ahora lo pienso, pobre, fácil. Todos reaccionan más o menos del mismo modo: escándalo, interjección categórica, los ojos muy abiertos sobre el libro abierto, sorprendidos por algún frik witkiniano. Allí no reside, naturalmente, ningún calado significativo, y hablaremos entonces de una mera psicología de lo tremendo, de la tozudez del alboroto, del ojo beato del asombro.
Luego me di cuenta que el trabajo de Joel-Peter Witkin no me conmovía más. Quizá me parecieron sus obras un mero ejercicio de estilo, una invitación aprendida de lo grotesco, una retórica.
Más tarde encontré declaraciones suyas en alguna entrevista, y allí creo que hubo una segunda seducción, una mejor seducción, una seducción más penetrante, pero esta vez hacia sus ideas, no hacia su obra propiamente.
Lo curioso es que estas ideas me terminaron llevando de vuelta a su obra, y a descubrir en ella rasgos ahora mucho más insondables, y una verdadera volición de entendimiento del mundo.
El título de este texto desconcierta, por varias razones. En principio pues el título supone que Witkin debe ser defendido, lo cual no sólo no es cierto, sino a estas alturas es un poco ingenuo, siendo él uno de los artistas más reconocidos e influyentes que hay en el mundo de la fotografía. De cualquier forma, por defensa entendamos un deseo de demarcar ciertos hallazgos, y por encima de eso: de evitar el lugar común.
Pensamos que Witkin, por ser un manufacturador de tableaux, por ser lo que se dice un esteta, eso por un lado, y por otro por ser hasta un punto un efectista, pensamos que por todo ello es un artista que no concibe dilemas. Nada más falso que eso. A partir de las declaraciones de Witkin caí en la cuenta de que es un espíritu altamente moral, religioso, y lo más desconcertante, un místico. Desconozco su trabajo de tesis para la Universidad de Nuevo Mexico, cuyo nombre debería quizá turbarme: Revolt Against the Mystical. Me bastan algunas entrevistas y opiniones del fotógrafo que he venido hallando por allí. Por ejemplo, un texto que he bajado de internet (entrevista con Michael Sand), en donde habla de los dedos de un muerto. Dice: It was as if they were reaching for eternity.
Sería más fácil, quizá, si Witkin viese el mundo como en sus cuadros, si se tratase de un desorden mental, de una cierta recurrencia por escenas perturbadoras, necróticas. Y desde luego, hay que pensar que Witkin mira el mundo en alguna medida como en sus cuadros, pero por encima de ello hay una distancia, un intervalo de lucidez, un sentido de la comunicación entre sí mismo y otra cosa. Eso tiene siempre algo de pavoroso. Sería más fácil creer en la muerte, en una muerte cerrada, en la nada. Witkin, sin embargo, ulterioriza. Witkin, meticuloso, milimétrico, elaborando y reelaborando, trabajando el negativo con ácidos, rayas y matices: ello corresponde al proceso ascensional del místico, hasta fijar el éxtasis. Fijar el éxtasis... la expresión tiene lo suyo de redundante: el éxtasis sólo es posible entenderlo como suspensión, y en ese sentido como fotografía.
Como los verdaderos místicos, Witkin concibe la espiritualidad a partir de la materia. Me apoyo en Cioran: “El místico no vive ni sus éxtasis ni sus ascos en los límites de una definición: su pretensión no es satisfacer las exigencias de su pensamiento, sino las de sus sensaciones. Y tiende mucho más que el poeta a la sensación, ya que merced a ella confina con Dios”.
¿En dónde habremos de buscar a Dios hoy en día? ¿En dónde habremos de encontrar a Jesucristo? Exactamente: entre los deformados, entre los leprosos, entre los mismos muertos: Lázaro. Witkin ha creado relaciones imprevistas de santidad en sus cuadros de muerte, tortura y mutilación.
Es lo que nos faltaba: habíamos invertido desde el siglo XIX el sentido de la belleza; ahora había que invertir el sentido de la santidad. Ello se lo debemos en buena parte a Witkin.
Claro, semejante convicción y sensiblería religiosa puede ser motivo de desprecio, quizá risa, por parte del ateísmo, por parte dde la ironía posmoderna, por parte de esa gran indiferencia religiosa que vive hoy el mundo. Un texto bastante entretenido de Cintra Wilson acerca del fotógrafo termina: Oh, Joel-Peter, take your black cape off and stop scowling at the picture window. Come in and eat Thanksgiving dinner with the rest of the family. Lo cierto es que no es muy difícil desacralizar a Witkin, burlarse un tanto o burlarse mucho de su persona. Pero, ¿no es más relevante sintonizarse con un cuadro suyo y darlo por real? No me parece que Witkin se introduzca a una morgue a trabajar con muertos sólo para cumplir con una cuota de oscuridad. De hecho, de haber escrito su crítica en una morgue, estoy seguro que el criterio de Wilson hubiese cambiado –y no poco. Quizá no es tan simple, y quizá de veras Witkin le puede prestar alguna dignidad a la muerte, y no ser un mero emblema para weirdos, descastados y portadas de bandas de hardcore.
Por otro lado, yo diría que hay toneladas de risa en la obra de Witkin. ¿No hay ironía en sus recomposiciones históricas –¿no son muy “posmodernas” sus referencias a artistas como El Bosco, Boticelli, Picasso, por ejemplo, a toda una tradición histórica que Witkin encumbra y desacraliza a la vez? ¿No hay un humor y rumor genial en sus naturalezas muertas (y muertas en verdad: una cabeza entre los vegetales)?
Creador intrigante de estos tiempos, Witkin debería causar más de una interrogante en cada uno de nosotros.
Joel–Peter Witkin confiere a la fotografía contemporánea una mirada única y sobrecogedora. La polémica ha acompañado siempre a este artista norteamericano, cuyos trabajos impecables y perversos giran con frecuencia en torno a la muerte.
De una primera impresión sobre el trabajo de Witkin quisiera no hablar. Ello pues me parece que se trata de una impresión sin fondo. Hablo de la fascinación, el estupor, el hechizo rotundo y diferido... Un hechizo, ahora lo pienso, pobre, fácil. Todos reaccionan más o menos del mismo modo: escándalo, interjección categórica, los ojos muy abiertos sobre el libro abierto, sorprendidos por algún frik witkiniano. Allí no reside, naturalmente, ningún calado significativo, y hablaremos entonces de una mera psicología de lo tremendo, de la tozudez del alboroto, del ojo beato del asombro.
Luego me di cuenta que el trabajo de Joel-Peter Witkin no me conmovía más. Quizá me parecieron sus obras un mero ejercicio de estilo, una invitación aprendida de lo grotesco, una retórica.
Más tarde encontré declaraciones suyas en alguna entrevista, y allí creo que hubo una segunda seducción, una mejor seducción, una seducción más penetrante, pero esta vez hacia sus ideas, no hacia su obra propiamente.
Lo curioso es que estas ideas me terminaron llevando de vuelta a su obra, y a descubrir en ella rasgos ahora mucho más insondables, y una verdadera volición de entendimiento del mundo.
El título de este texto desconcierta, por varias razones. En principio pues el título supone que Witkin debe ser defendido, lo cual no sólo no es cierto, sino a estas alturas es un poco ingenuo, siendo él uno de los artistas más reconocidos e influyentes que hay en el mundo de la fotografía. De cualquier forma, por defensa entendamos un deseo de demarcar ciertos hallazgos, y por encima de eso: de evitar el lugar común.
Pensamos que Witkin, por ser un manufacturador de tableaux, por ser lo que se dice un esteta, eso por un lado, y por otro por ser hasta un punto un efectista, pensamos que por todo ello es un artista que no concibe dilemas. Nada más falso que eso. A partir de las declaraciones de Witkin caí en la cuenta de que es un espíritu altamente moral, religioso, y lo más desconcertante, un místico. Desconozco su trabajo de tesis para la Universidad de Nuevo Mexico, cuyo nombre debería quizá turbarme: Revolt Against the Mystical. Me bastan algunas entrevistas y opiniones del fotógrafo que he venido hallando por allí. Por ejemplo, un texto que he bajado de internet (entrevista con Michael Sand), en donde habla de los dedos de un muerto. Dice: It was as if they were reaching for eternity.
Sería más fácil, quizá, si Witkin viese el mundo como en sus cuadros, si se tratase de un desorden mental, de una cierta recurrencia por escenas perturbadoras, necróticas. Y desde luego, hay que pensar que Witkin mira el mundo en alguna medida como en sus cuadros, pero por encima de ello hay una distancia, un intervalo de lucidez, un sentido de la comunicación entre sí mismo y otra cosa. Eso tiene siempre algo de pavoroso. Sería más fácil creer en la muerte, en una muerte cerrada, en la nada. Witkin, sin embargo, ulterioriza. Witkin, meticuloso, milimétrico, elaborando y reelaborando, trabajando el negativo con ácidos, rayas y matices: ello corresponde al proceso ascensional del místico, hasta fijar el éxtasis. Fijar el éxtasis... la expresión tiene lo suyo de redundante: el éxtasis sólo es posible entenderlo como suspensión, y en ese sentido como fotografía.
Como los verdaderos místicos, Witkin concibe la espiritualidad a partir de la materia. Me apoyo en Cioran: “El místico no vive ni sus éxtasis ni sus ascos en los límites de una definición: su pretensión no es satisfacer las exigencias de su pensamiento, sino las de sus sensaciones. Y tiende mucho más que el poeta a la sensación, ya que merced a ella confina con Dios”.
¿En dónde habremos de buscar a Dios hoy en día? ¿En dónde habremos de encontrar a Jesucristo? Exactamente: entre los deformados, entre los leprosos, entre los mismos muertos: Lázaro. Witkin ha creado relaciones imprevistas de santidad en sus cuadros de muerte, tortura y mutilación.
Es lo que nos faltaba: habíamos invertido desde el siglo XIX el sentido de la belleza; ahora había que invertir el sentido de la santidad. Ello se lo debemos en buena parte a Witkin.
Claro, semejante convicción y sensiblería religiosa puede ser motivo de desprecio, quizá risa, por parte del ateísmo, por parte dde la ironía posmoderna, por parte de esa gran indiferencia religiosa que vive hoy el mundo. Un texto bastante entretenido de Cintra Wilson acerca del fotógrafo termina: Oh, Joel-Peter, take your black cape off and stop scowling at the picture window. Come in and eat Thanksgiving dinner with the rest of the family. Lo cierto es que no es muy difícil desacralizar a Witkin, burlarse un tanto o burlarse mucho de su persona. Pero, ¿no es más relevante sintonizarse con un cuadro suyo y darlo por real? No me parece que Witkin se introduzca a una morgue a trabajar con muertos sólo para cumplir con una cuota de oscuridad. De hecho, de haber escrito su crítica en una morgue, estoy seguro que el criterio de Wilson hubiese cambiado –y no poco. Quizá no es tan simple, y quizá de veras Witkin le puede prestar alguna dignidad a la muerte, y no ser un mero emblema para weirdos, descastados y portadas de bandas de hardcore.
Por otro lado, yo diría que hay toneladas de risa en la obra de Witkin. ¿No hay ironía en sus recomposiciones históricas –¿no son muy “posmodernas” sus referencias a artistas como El Bosco, Boticelli, Picasso, por ejemplo, a toda una tradición histórica que Witkin encumbra y desacraliza a la vez? ¿No hay un humor y rumor genial en sus naturalezas muertas (y muertas en verdad: una cabeza entre los vegetales)?
Creador intrigante de estos tiempos, Witkin debería causar más de una interrogante en cada uno de nosotros.
1 comentario:
Algo de interna angustia, de esa que el cuerpo usa cuando se defiende de lo que los ojos exploran, descubriendo afuera, en todos los afueras, una extensión de interioridades calladas.
j_llaurado@hotmail.com
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