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Calamaro está sudando


Calamaro es un must en cualquier homilía musical que se precie de serlo. Publiqué en su momento este artículo de Calamaro, porque Calamaro fue para mí un invitado distinguido en mi vida, y a los héroes –a esa clase de héroes, quiero decir– hay que levantarles algunos monumentos en vida. Lo más contento de todo es que al parecer Calamaro leyó, pudo haber leído el artículo, y afichó en su blog un “Shalom Guatemala” que me saturó de bastante alegría (entrada 17 de octubre de 2006).



El argentino Andrés Calamaro no para de subir, no cesa de ser querido. A sus cuarenta y cinco, es respetado por las masas, estimado por los músicos, mimado por los dioses del rock´n´roll, y hasta por dos o tres del tango, que son incluso más temperamentales. Nadie nos garantizaba que, después del cenit decadente en el cuál se había concientemente establecido hace unos años, iba a resurgir como un ave fénix, más bien agradecido por todo. Escribe, compone, colabora, es viva carne en la parrilla de los agasajos, no para de subir, no cesa de ser querido…

Ya decía a su modo y en sus palabras el gran Henri Rollins que punketear a los veinte es fácil, lo difícil es preservar el espíritu veinte años luego. Ciertamente, no debe ser fácil para un tipo como Calamaro seguir siendo Calamaro, con tanto son detrás. Y sin embargo se mueve, no sabemos si a contracorriente o qué, pero se mueve, boquea, palpita. Incluso nos atrevemos a decir que se encuentra en un momento aleph de su carrera: hay un fervor de reconocimiento y antología a su alrededor, un momento recopilatorio, como si a su discografía le hubiese dado una embolia, una feliz congestión de omnipresencia.

Han pasado unos cuantos veranos desde aquella colusión cósmica del pop que supuso su intimidad musical con Miguel Abuelo. Unos cuantos veranos desde sus primeros discos como solista (en cuenta su Hotel Calamaro). Unos cuantos veranos desde que fuera Productor Lucido de Bandas En Suma Funcionales (Enanitos Verdes, Fabulosos). Unos cuantos veranos (oh) desde el reinado de Los Rodríguez. Unos cuantos veranos desde los brillantes Alta Suciedad y Honestidad Brutal. Unos cuantos inviernos desde su bello período maldito (Calamaro es clasificable en períodos, picassianamente), del cuál quedarán para siempre frases brillantes sobre la droga y ciertos intercambios necrofarandulescos con Charlie García (se podría hablar de un segundo curso de colaboración, beneficiando ambas carreras), y en el cuál pudo servir de insignia al blasón la frase de Wilde: “Es un honor arruinarse por la poesía”. Unos cuántos veranos desde el proyecto–disentería llamado El Salmón, con cinco discos honradamente patológicos, proyectando a Calamaro como un guerrillero de las maquetas, un deconstructor de la seriedad editorial, un autopirata internetizado. Nadie nos garantizaba que luego de semejante (aquí burdamente sinterizada) carrera, Calamaro nos iba a seguir regalando sus invaluables naipes.

Lo hizo. Recientemente, su discografía se ha visto engrosada con nuevos eventos felices.

Luego de la tempestad, vino El cantante. Músicos galantes invitados (Niño Josele, ejemplo), varios covers, pero una cosa propia, íntima. Obra serena, y aún así poderosa, reivindicante. Manuscrito de fragmentos extrañamente conjugados, alcanzando una gran congruencia interna. Y limpio, el disco. Como que Calamaro se había afeitado interiormente. Purificado vía tango y vía bolero y vía sentimiento clásico, patrimonial. Simplemente nos gustó a todos. Y todos lloramos con La libertad. Y todos aplaudimos con Estadio Azteca.

En 2006 (aparte de la colaboración en la banda sonora de Bienvenido a Casa) Calamaro saca Tinta Roja, como el anterior producido por Javier Limón. Un disco enteramente de tangos, y por tangos entiéndase tangos bestialmente clásicos. Un repertorio en extremo ajeno, en extremo público, casi oficial, por poco prostibulario, llegando a lo litúrgico, y de ramplón migrado al terreno de lo subjetivo, de lo titubeante. Casi una afrenta. Y para los dogmatizadores de turno, un insulto. Pero Calamaro logra aquí lo imposible, reingresar el tango en mentes resistentes, incluidas las de nuevas generaciones.

Han salido ya a la venta los dos discos homenaje a Calamaro (vendidos separadamente): Calamaro Querido! Con miríada de respetabilísimos, este material no es una formalidad discográfica con rostros menores. De hecho, incluye a artistas tan poderosos (y tan disímiles) como Los Fabulosos (y por aparte Vicentino, quién habría de acompañarlo en el concierto de Obras, junto a los Bersuit), Árbol, Diego Torres, Julieta Venegas, Joaquín Sabina, Los Pericos, León Gieco, Niña Pastori, Los Auténticos Decadentes, Pedro Aznar, o Javier Calamaro (hermano del aludido), entre otros. Estos discos no agotan el repertorio clásico de Calamaro, ni mucho menos, pero al menos dan un sentido ecuménico de su profunda flexibilidad. Hay joyas: como Te quiero igual, a cargo de Kevin Johansen; Sin documentos, a cargo del divertidísimo Muchachito Bombo Infierno. Quedan incluidas todas las generaciones, y el salmón remonta el río hasta sus fuentes más antiguas: Litto Nebbia. Por cierto que por estos días estará saliendo un disco de colaboración entre Litto Nebia y Calamaro (con canciones de ambos), El Palacio de las Flores.

Ahora los conciertos. A todo este movimiento discográfico, hay que añadir la parte en vivo: gira galana por España, en dónde sencillamente lo adoran, que incluyó un reencuentro justiciero con Ariel Roth, y en 2005, míticos toques en Luna Park (nos queda de esto el disco El regreso) y asimismo en Obras (DVD Made in Argentina, con disco bonus de seis rolas grabado en Madrid y San Sebastián). Nada mal para un artista que al volver a La Argentina estaba considerando seriamente mandarlo todo por el tubo, deprimido hasta la náusea, y autodeshauciado. Podemos ciertamente agradecer a la Bersuit por la intervención A&E que vino a galvanizar al cantante. Coadyuvaron, es de pensar, algunos premios –Konex de platino 2005, Gardel de Oro 2006 – y una relación sentimental, y el haber apartado al súcubo de la farmacopea lírica, que es la ilegal.

Una posible guinda del pastel es el compromiso de Calamaro con su blog personal, encontrable en http://www.calamaro.com/. Es sabido que Calamaro es un escritor fabuloso (que no necesita de las sin embargo muy apreciables contribuciones del Cuino Scornik), y su virtuosismo verbal queda más que corroborado en sus entrevistas, que merecen un libro, y que bien podrían ingresar en el Paris Review. Calamaro tiene una presencia abrumadora en Internet, pero la posibilidad de leerlo en directo es un estímulo más fundamental… Calamaro no vive de glorias pasadas, está sudando actualidad.

1 comentario:

Martin Guerra dijo...

Que lo siento que te hayan plagiado tu articulo.

 
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