Esta señora (algo perversa –perversa por gorda–) debería de ser modelo, pienso yo, para una fotografía de Jan Saudek.
–Señora: usted debería de ser modelo para Jan Saudek.
La señora –conmigo en la sala de espera– me mira sin saber si tomar mis palabras como un cumplido, o como una razón suficiente para supurar pánico.
Ella no sabe quién es Jan Saudek, y si es alguien o me lo estoy inventando.
Es.
Alguien.
Fotógrafo.
Checo.
Y el hecho que sea checo (el hecho checo) lo convierte ya de sí en un iconoclasta por contexto. Vivió la censura comunista, la persecución, la Praga prohibida, demasiado prohibida, diríamos, para este renacentista de lo negro, que extrae de la decadencia una fuerte sensación de beldad.
Sus primeros trabajos, si curiosos, si levitados, no podían prever el trabajo que el propio Saudek iba a construir luego. En efecto, se genializó vertiginosamente. Así por ejemplo cuando introdujo el color a su obra (retocando a mano sus trabajos) (ese pezón enrojecido, qué deleite), cosa que lejos de entregar liviandad a sus cuadros, los llena a muchos de ellos de más dolor, de herrumbre.
Saudek dualiza: mujer/hombre, desnudez/ ropaje, belleza/vileza... Son eso: fotografías en donde suceden contrariedades elementales y efectivas.
De hecho, la crítica, al hablar de Saudek, siempre sugiere dos palabras, que nos remiten a una contraposición nuclear: perversión y ternura. La suciedad y lo virginal se confunden en sus fotografías como en una irrealidad inapelable, mancuerna para inversos.
La perversión, primero. Saudek arroja a sus fotografías una serie de tabús inopinados y sorpresivos, como inventados por él, sí, dispuestos por él. Esa mujer monstruosamente gorda (como ésta un tanto, en la sala de espera) muestra una vagina francamente abierta. El viejo –la edad, tremendo tema en Saudek– chupa con pasión un pezón. Esa niña pubescente, deliciosa, nos da lo más satánico de sí misma.
Las tetas desproporcionadas, la desnudez chocante, las carnes decrepitas, la oscuridad.
Saudek gestiona con lo más discrepante de la edad y del sexo ("la guerra de los sexos", él dice), de la humillación, de la muerte y de la sexualidad de la muerte.
Pero hay siempre un elemento de desnudez, de sinceridad en su obra. ¿Cómo decirlo? Sus modelos se publican desde una especie de candor.
–Señora: usted debería de ser modelo para Jan Saudek.
La señora –conmigo en la sala de espera– me mira sin saber si tomar mis palabras como un cumplido, o como una razón suficiente para supurar pánico.
Ella no sabe quién es Jan Saudek, y si es alguien o me lo estoy inventando.
Es.
Alguien.
Fotógrafo.
Checo.
Y el hecho que sea checo (el hecho checo) lo convierte ya de sí en un iconoclasta por contexto. Vivió la censura comunista, la persecución, la Praga prohibida, demasiado prohibida, diríamos, para este renacentista de lo negro, que extrae de la decadencia una fuerte sensación de beldad.
Sus primeros trabajos, si curiosos, si levitados, no podían prever el trabajo que el propio Saudek iba a construir luego. En efecto, se genializó vertiginosamente. Así por ejemplo cuando introdujo el color a su obra (retocando a mano sus trabajos) (ese pezón enrojecido, qué deleite), cosa que lejos de entregar liviandad a sus cuadros, los llena a muchos de ellos de más dolor, de herrumbre.
Saudek dualiza: mujer/hombre, desnudez/ ropaje, belleza/vileza... Son eso: fotografías en donde suceden contrariedades elementales y efectivas.
De hecho, la crítica, al hablar de Saudek, siempre sugiere dos palabras, que nos remiten a una contraposición nuclear: perversión y ternura. La suciedad y lo virginal se confunden en sus fotografías como en una irrealidad inapelable, mancuerna para inversos.
La perversión, primero. Saudek arroja a sus fotografías una serie de tabús inopinados y sorpresivos, como inventados por él, sí, dispuestos por él. Esa mujer monstruosamente gorda (como ésta un tanto, en la sala de espera) muestra una vagina francamente abierta. El viejo –la edad, tremendo tema en Saudek– chupa con pasión un pezón. Esa niña pubescente, deliciosa, nos da lo más satánico de sí misma.
Las tetas desproporcionadas, la desnudez chocante, las carnes decrepitas, la oscuridad.
Saudek gestiona con lo más discrepante de la edad y del sexo ("la guerra de los sexos", él dice), de la humillación, de la muerte y de la sexualidad de la muerte.
Pero hay siempre un elemento de desnudez, de sinceridad en su obra. ¿Cómo decirlo? Sus modelos se publican desde una especie de candor.
La señora de la sala de espera empieza a intuir torpemente que Saudek, según las explicaciones que trato de facilitarle, no es exactamente un fotógrafo de su gusto.
El desnudo saudekiano no es ningún fraude o combo fácil de inmoralidad o psiquiátrico; no se trata de concluir jurídicamente que Saudek es un arquetipo de improbidad o enfermedad. La suya es una genuina obsesión por el cuerpo (habiendo por el cuerpo tantas obsesiones falsas). Primero una fascinación por el cuerpo como tal, y también como soporte de pasiones y extravagancias.
Tendríamos que decir que por el escándalo de algunas de sus fotos, se olvida que se trata de un arte escrupuloso, de inmensa coherencia. Y una delicia de estetas. Esos settings, esos muros derruidos, esos sótanos oxidados… Esas composiciones sefiróticas… Texturas obsesivas, pliegues manieristas, coloraciones numénicas, sepias irreales... En medio de estos parajes estetizantes, en la caries barroca de semejantes decorados, el artista coloca a sus personajes burdelescos, que surgen como monarcas de su propia sucia elegancia. La constancia estética es apabullante.
Con todo, no diríamos tampoco que cada obra suya es un mero tableau. La idea de una escenografía queda deshabitada (en sus mejores trabajos, al menos) por lo rotundo de la foto. Hay una permanente devolución de lo estetizante a lo crudo.
Y de lo crudo a lo estetizante… Por lo cuál la perversión vuelve a quedar en su estado puro, penetrado el lector por su fuerza de sortija, por una súbita contracción. De esta dialéctica extrae Saudek su inmenso poder poético.
No termino mi explicación de Saudek, pero ya la señora gorda ha salido huyendo de la sala de espera. Bien, seguiré esperando. Pero una niña ya está entrando por la puerta.
2 comentarios:
Has visto las fotos de Pierre et Giles? Te las recomiendo. Divino kitsch.
extraer de la decadencia una fuerte sensación de beldad...
pero ¿qué conocimiento genera eso?
Creo que los humanos aprendemos con las sensaciones, sentimientos, emociones... y de ahí la reflexión... ¿porqué?
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