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Queremos más mal

Doble edición del libro La Banda de los Corazones Sucios: una bajo el sello editorial El Cuervo (Bolivia) y la otra con Ediciones Baladí (España). Se trata de un ensamblado hecho por el potente peruano Salvador Luis, cuya voluntad de repertoriar y dar a conocer la literatura iberoamericana actual en castellano es sobre todo encomiable, ya sea por vía de la revista digital Los Noveles, o creando compilaciones literarias tales como El Arca o Asamblea Portátil, o en su espacio de entrevistas Situaciones incómodas, en la revista Koult, en donde ya apareciera dialogando con nuestro buen Bromo.

En La Banda de los Corazones Sucios –cuyo subtítulo es: Antología del cuento villano– Salvador Luis pide a una serie de autores una serie de relatos inspirados en catorce malos de la película –ficticios, reales– que han dejado huella dactilar en nuestro imaginario, desde Josef Fritzl hasta Octopus, pasando por ejemplo por Franco. Pasando por ejemplo por una travestida Dulcinea. Pasando por ejemplo por… Dios.

Entre los autores invitados está el local Javier Payeras que recicla al propio Señor Presidente, y a su Cara de Ángel, resignificándolos a ambos en un contexto actual. El Señor Presidente, ya sea como figura mítica o histórica, está siempre en constante redefinición, como si fuera un software de Microsoft. Es un villano eterno.

En general, el mal es un recurso siempre renovable, siempre está allí o bien como medio (la ideología, el beneficio) o como fin en sí mismo (la perversión o la entelequia del morbo). O a veces como ambas cosas. De allí que mal y literatura mal hayan concebido una colaboración y un contrato así de jugosos. La escritura siempre encontrará inspiración en lo abyecto, y lo abyecto un hogar en la literatura y el arte en general. Será porque el arte es el único lugar en donde el mal posee una ciudadanía respetable, aunque a veces a los machacones se les ocurra tildar a los autores de depravados y sádicos. Pero eso es como el niño que mira a Johnny Depp y piensa que es Jack Sparrow. En realidad, el mal en literatura es necesario, y nos ahorra mucho mal en realidad. Es cierto que siempre hay enfermitos que están dispuestos a filetear a la mujer (Mailer) o jugar con ella a Guillermo Tell (Bourroughs) pero a lo mejor si no hubieran explorado el mal por escrito, habrían hecho de matar una profesión más fecunda y vitalicia.

Para ser sinceros, esperábamos que La Banda de los Corazones Sucios nos diera más morbidez, más crueldad, más humor negro, más villanía. Es un libro que inclusive queda amigable. Hubiese sido fantástico descubrir en ella a un pequeño Jim Thompson, a un Fadanelli. El mal requiere de una sensibilidad muy, muy especial. Quizá el cuento que mejor cumple con el espíritu del libro sea el de la argentina Mariana Enríquez, quien toma la figura del serial killer Petiso Orejudo, y hace con él un cuento sencillo por medio del cual recibimos la espiritualidad de lo perverso. Es un arte eso de no caer en el gore –un género apreciable, pero aparte– y tampoco en el mero cuento cerebral, sobrecraneado. De no caer en el mal hipostasiado ni tampoco en el mal irracional. De no caer en el moralismo ensayístico ni en el tremendismo avant la lettre. La vileza tiene eso de “pequeña sensación”, por usurpar el término de Cézanne, una capilaridad intrapsíquica difícil de capturar, y que requiere del tratamiento sutil de un alfarero.  
 

Ficha técnica

Título: La Banda de los Corazones Sucios
Editorial: El Cuervo
Año: 2010
Páginas: 254

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