El
documental de HBO BANKSY Does New York, estrenado
a finales de 2014, puso nuevamente el filósofo–rata–artista–superestrella
mediática en nuestro horizonte de interés. Buen momento para revisitar a uno de
los mayores creadores de las últimas décadas, que no es uno, sino muchos, al
menos tres. En efecto, hay un BANKSY blanco, un BANKSY negro, y un BANKSY gris.
Verán: BANKSY es como algunas deidades tibetanas, como algunos cuadros de
Warhol: se repiten en múltiples colores.
A deshoras, ellos salen. Los street artists. En las madrugadas, se
desplazan para intervenir las riberas cáusticas de la urbe objetiva. Saben
elegir las coordenadas más constantemente marcianas de la metrópolis, mientras
las sirenas suenan a los lejos. Poesía para la aritmética ciudad, que es un
canvas inagotable, si bien cruelmente efímero. Ellos son las noches, ellos los
techos, ellos los muros, ellos los puentes, ellos –y ellas, claro– los
edificios, ellos los mástiles residuales del navío de cemento. Estarcidos
viscerales anticapitalistas, stickers virales, posters gigantescos y
omniabarcadores que reinventan el espectáculo público, tresdés alucinantes
rompiendo la realidad tópica, extraordinarias piezas de scratching haciéndole
frente a la fealdad organizada, mosaicos fulminantes que invocan el hechizo y
la sorpresa, tags autonómicos flagelando el espacio reglamentado. Todo al
servicio de lo impermanente y lo sincrónico como statment total. En las calles
de Londres, Barcelona, también las de Guatemala, estos magos del bombing,
brujos de la acción poética y contracultural, evangelistas del
esténcil–indignación, guerrilleros del posgraffiti, maestros en fuga, héroes de
la nocturnidad y abades del underground, decoran con nubes de imaginación las
paredes–pellejos. El que trabajen en la sombra no significa que no aporten luz
y vida y cromatismo y frescura a la urbe fetichizada. Su paranoia es esencialmente bella y
creativa. Tienen un lenguaje y un slang. Pasan de la monumentalidad al
minimalismo y del minimalismo a la monumentalidad, balanceando la
velocidad y el trazo efímero con la
dedicación y el empaque. Son libres y fanáticos. Quieren ser el próximo BANKSY. Salvo que: ¿quién es BANKSY?
1.
BANKSY EL BLANCO
¿Quién es? Si hay una pregunta que nunca
es retórica es, después de todo, esta. ¿1974? ¿Liverpool? ¿Robin Banx? ¿Quién
diablos es este artista de nombre fantástico?
Acaso sea el artista total de mi
generación. Años atrás fuera un artista relevante. Y hoy en día sigue siéndolo.
En el horizonte de las noticias y los discursos estéticos, mantiene un espacio de
primacía y escala, trascendental y continuo. Y en nuestro corazón, siempre habrá
ese lugar de respeto y no denigratorio para el blanco, el heroico, el admirable
BANKSY.
¿Quién no ha viso obras suyas clásicas,
nunca secundarias, como el esténcil de los policías besándose; su nada innoble
participación en la pared de la vergüenza en Cisjordania; sus incursiones posmodernas
y mashup en los museos más grandes del mundo; su caja telefónica vandalizada; su
trompe l´oeil de la mucama limpiando?
(¿Quién?)
En BANKSY confluyen, se confederan:
inocencia, ambición, delicadeza, fecundidad, rebeldía, magisterio, rebeldía,
humor, persistencia, elegancia, exhibicionismo, frescura, fascinación,
laboriosidad, lucidez, singularidad y extrañeza. BANSKY es el rudo delicado, el
sutil terrorista, el provocador esteta, el puntiagudo manierista, el sensual sedicioso,
el alacrán sensible.
El libro Wall and piece (2005, Century)
es excelente muestrario de la obra de BANKSY, y nos
permite conocerle con alguna profundidad. Aquí se puede regocijar uno viendo sus
famosas piezas, leer las magníficas, a menudo divertidas, anécdotas, porque
este libro además de ser memorable por las imágenes, también lo es por los
textos, y en su globalidad es un pequeño evento intelectual, además
increíblemente divertido.
(El humor y la broma política serán para
siempre una herramienta disponible y revolucionaria, capaz de catalizar una o
dos olas kármicas en las esfera de las buenas maneras. Eso de la filosofía prankster él mismo BANKSY
lo celebra en su documental The Antics Roadshow,
de 2011, en donde vemos a cantidad de payasos–artistas, activistas–guasones,
maestros del pánico, francotiradores de la ciudad política y corporativa,
ajustando una extranjería ideológica en la carcajada.)
Wall
and piece nos anuncia a
un artista de primera categoría, que ha hecho su oficio en sus propios
términos, y nos ha dejado cantidad de trabajos memorables, que de hecho
continúan hechizando nuestro imaginario. BANKSY con su camarilla de monos,
policías, ratas y vacas; el diseñador majestuoso; el gestor de instalaciones y
mobiliarios–artefactos urbanos; el publicista nato, genio de las divisas
políticas y los eslóganes; el soldado de la anarcoplantilla; el creador de
sublimes mandalas efímeros, a los pocos días borrados; el que conversa
permanentemente con la ciudad y nos inicia como maestro zen a ella; el que usa
elementos del paisaje natural o cultural para incorporarlos a su pieza; el que
le da contextos y encuadres singulares a sus obras; el que usa los soportes más
alucinados, como animales vivos, para escándalo de los defensores de los
animales (y sin embargo BANKSY parece defenderlos); el que sabe que toda oferta
callejera de veras interesante requiere de paciente dedicación, milimétrico
detalle, oficiosa delicadeza (precisándose un trabajo monumental para dar el
efecto más sutil, pero luego en eso tan sutil da un efecto monumental). ¿Quién
puede decir que BANKSY está acabado?
Es correcto hablar de una reeducación de
la mirada. BANKSY desafía y renueva nuestro ver. BANKSY le devuelve a nuestros ojos
el don del asombro. Cuando uno se mete en BANKSY a fondo, uno empieza a ver
posibilidades, rupturas, intangibilidades, arte por doquier y en cualquier
esquina.
BANKSY es: la autoridad que se rebela
contra la autoridad, el apartado protector de los apartados, el santón
desacralizador, fugitivo y héroe, Robin Hood, BANKSY–Batman, etc.
Es: la rata artística cuya filogenia
está ligada a una marginalidad ejemplar, en las fronteras de la mediación
cultural, el único lugar y el único ambiente en donde la libertad, de ser
posible, es posible. Desde allí es que BANKSY bombea sus latas de espray sobre
la realidad consensuada, haciendo la guerra política–voluptuosa de los
símbolos, usando los lenguajes y códigos de la medusa política y del arte–mercancía,
para luego subvertirlos y sublimarlos en justicia y fascinación estética.
Pareciera que estuviera interviniendo y
deconstruyendo la realidad misma, creando espacios y ventanas contra (y, muy importante, desde) lo ordinario,
abriéndose a realidades alternativas, amplificadas, imaginantes,
fenoménicamente irrumpidoras. BANKSY tiene eso de filósofo. Auténtica
reapropiación y refuncionalización de lo dado en pos de lo inútil, es decir: de
lo poético. Siendo lo poético la única puerta a lo político. En efecto, borrar
los límites entre la realidad y la ilusión es el mejor principio y despliegue
de poder.
Y el mayor gesto de vandalismo. El mayor
gesto de transgresión. La más más grande ilegalidad.
Lo cual no es poca cosa. Si lo que estás
haciendo no tiene consecuencias legales, seguramente no tiene importancia. Personas
que quieren blanquear y beatificar el street art. Dicen: el verdadero street
art es el que se hace en lugares autorizados, en espacios legales. Eso es un
montón de mierda. Y de otra parte, el territorio público ya ha sido vandalizado
y profanado por la publicidad y los mensajes estandarizados: desacralizarlo es
devolverle y revolverle su sacralidad.
Lo cual requiere inteligencia… y pelotas.
Muchos enemigos surgen en el camino. Muchos acolmillados policías fluorescentes
y agentes undercover y vigilantes ciudadanos –con la exclusiva misión de atrapar
a esa criatura llamada BANKSY. Pronto los operativos involucrarán drones y
otros epatantes dispositivos de espionaje…
En este contexto, la discreción es un
imperativo, como en un cuarto de Doce Pasos. El arte de BANKSY es el arte del
anonimato. BANKSY se mueve sutilmente, cual elegante ladrón, cual Arsenio
Lupin.
(Pero cual Arsenio Lupin, siempre deja
una nota, un principio de identidad. Si no dejase nota, el resultado se
perdería. Para que el anonimato funcione no puede ser completo. Siempre tiene
que haber una firma, y más aún: un estilo, siendo el estilo la verdadera firma
de todo artista.)
Donde no hay un rostro hay un principio.
Donde hay una máscara una declaración. Todo lo que es profundo ama la máscara, dice
Nietzsche. En la cultura del selfie, ¿qué quiere decir no ser nadie? No tenemos
modo de saber si esa cuenta de twitter de BANKSY (o aquella otra) es realmente suya
o de un copycat, y esa indeterminación, esa no–identidad, esa incapturabilidad,
es muy irritante… y sugestiva.
Sugestiva porque si esa cuenta de
twitter no es de BANKSY entonces puede ser de cualquiera: puede ser de todos.
Es la auténtica democratización del arte, su transferibilidad en estado máximo.
Una de las mayores características de las estéticas urbanas es su naturaleza
open source: el hecho de ser una narrativa fluida y colectiva. ¿No has
entendido? BANKSY sos vos. BANKSY es cualquiera. BANKSY es todos. Y aunque
supiéramos quién es BANKSY, no habría diferencia: BANKSY es y sigue siendo nosotros.
2.
BANKSY EL NEGRO
Con meterse al Street Art Project de
Google uno tiene acceso al arte urbano hecho en cualquier parte del mundo. Es
un enfoque curatorial masivo que mediatiza el encuentro antes aleatorio con la
producción callejera y lo engulle en una galería digital global. Iniciativa
noble, pero tiene un veneno implícito: el veneno de la espectacularización. No
hay modo de escapar la estrategia del espectáculo. Nadie lo ha logrado. Nadie
lo logrará. Ciertamente BANKSY no escapa a esta lógica. Cita de BANKSY: Fame is a by–product of doing something else
(la fama es un derivado de hacer algo más).
Pero en realidad la fama no es otra cosa que la intensidad y legado de la
hipermediación en la pantalla pública. Un esténcil que todos conocemos es: Stop
making stupid people famous (deja de hacer a la gente idiota famosa). No se
puede, porque la negación es ya una forma de circulación.
Además en el caso de BANKSY es más
complejo el asunto, porque BANKSY no descarta usar las opciones de la
externalidad, la replicabilidad y la mercantilización de su trabajo y de su
imagen. Es el negro BANKSY. Que BANKSY no tenga un rostro no significa que no
tenga una imagen y que no la explote. Por ejemplo durante sus residencias tan publicitadas
en ciudades famosas (así pues, el propio programa de BANKSY Better Out Than In pasa a ser un
testimonio urticante de su paso por NY). No es que no tenga una personalidad,
realmente: hace de la máscara misma una personalidad, à la Daft Punk. Todos
ellos son los enmascarados de oro. Sell
outs, les llaman algunos. Cerdos célebres, que han monetizado y warholizado
su arte igual que todos, que nos han dado mercancías y libros decorativos para
la sala de estar, que han sido absorbidos por el toro del sistema, y le han
ofrecido la mitra sacramental… artistas y siervos, que la misma maquinaria
defiende, legitima, legaliza. A BANKSY nadie lo está persiguiendo, en cierto
modo. La suya es una persecución simbolizada.
3.
BANKSY EL GRIS
Nos ha llamado la atención en BANKSY el
cuidado que pone en su imagen, aún en el anonimato, y la clase de atención que
le da a su firma artística, aún sin caer propiamente en los acantilados más
burdos del copyright.
Derivamos hacia BANKSY el gris, el que
no se sabe si es blanco o negro, anónimo o célebre, pobre o cerdo, mercantil o
subcultural, figurante o pistolero. Realmente es todas esas cosas a la vez. Decir
que BANKSY es un completo vendido es un gesto hepático de mezquindad. Decir lo
contrario es también impreciso. BANKSY es de la galería y de la calle a un
tiempo. Estamos seguro que ha hecho exhibiciones aceitosas con fines
comerciales y también los ha hecho para denunciar el statu quo. Que así sea.
Él sabe mucho mucho cómo funciona esto.
Se puede decir que lo articuló muy bien en su propio documental Exit trough the Gift Shop, que fuera
nominado al Óscar. Documental con
sabor a falso documental, que puede ser documentalmente cierto. Otra vez los
límites entre lo real y la ficción, entre lo natural y lo creado, entre la
broma y lo serio, dejan de ser aquí contundentes.
Esta es la historia de un videasta crudo
y amateur y efímero –Thierry Guetta– que se dedicó a filmar a grandes artistas
de la calle (allí brotan nombres como Invader o Shepard Fairy), acumulando
incontables cintas de material. El propio BANKSY aparece entrevistado, con un
distorsionador de voz (¿importa que sea él? ¿importa que BANKSY siquiera
exista? ¿hace eso una diferencia?). Vemos cómo el inocente Thierry Guetta va
pasando de ser un videasta inocente y compulsivo a ser un deteriorado artista
de galería y de probeta, de nombre Brainwash. La película es una reflexión
sobre el arte. Por un lado BANKSY le tiene simpatía, pareciera, a Guetta, por
otro lado lo ridiculiza y utiliza para hacer una suerte de enunciación.
Nunca terminamos de saber si BANKSY el
gris está de un lado o del otro. A la larga no sabemos si BANKSY es hombre o
mujer, si es uno o muchos, si es británico o argentino o marciano. Sabemos que
es bueno, pero a lo mejor el bueno es aquí alguien más, al estilo de Brainwash,
que tiene una caterva de artistas trabajando para él.
Si una cosa sabemos es que allá fuera
hay muchos artistas de la calle que son tan buenos como el mismo BANKSY, y que
lo saben, y que posiblemente le envidian.
A lo mejor eso explica un poco el odio
anti–BANKSY. Un caso interesante es el del Gray Ghost, que se dedicó a poner
grandes nubarrones grises sobre las obras de BANKSY en New Orleans. El efecto
es interesante: BANKSY interviene la realidad, y el Gray Ghost reinterviene a BANKSY.
Es legal y parte de las reglas del juego. Quien se oponga a esto se opone al
espíritu mismo del trabajo de BANKSY. Ni siquiera podemos cuestionar, bajo este
imperativo, a aquellos que vandalizan crudamente las obras de BANKSY, como su Girl with the Pierced Eardrum. Con BANKSY
presa del vandalismo, el círculo se cierra. Los reaccionarios vigilantes,
pentecostales anti–graffiti, también tienen un lugar en esta lógica.
Lo que se evidencia es el parasitismo
existen entre establishment y vandalismo, y cómo se requieren mutuamente. El
establishment depende de lo prohibido para autentificarse. Lo prohibido depende
del establishment para ser espectacularizado. En la dimensión ideológica,
podemos decir que BANKSY usa el gordo buey del capitalismo para desvirtuar el
capitalismo, mientras el capitalismo lo usa a él para propagarse. Es un círculo
vicioso.
Quizá BANKSY no es genial por ser blanco
o negro, sino por ser gris. Hay algo celebrable en la grisitud. Asumir las
propias contradicciones es tener carácter. El carácter, puede decirse, no es
otra cosa que el arte de asumir las propias contracciones y de integrarlas en
un todo artística y meméticamente completo.
(Artículo publicado en Contrapoder,
enero 2015.)
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