¿NO ES EL PORNO un asunto de
trascelatoria importancia, uno de las mayores trancisidades culturales de
nuestro tiempo? He aquí, delante de mí, la pepepantalla, ofreciéndome un
torrente de clips alubricados. Mayor dosis de lascivia e impudor, imposible encontrar.
Opto esta vez por derivar al rollo redoma. En este caso, una fiesta privada con
una asiarra (el género es encora, lo cual me hace recordar aquella excitante
clásica película japonesa de los setenta, Una
esposa sacrificada, en donde una mujer es secuestrada y torturada hasta el
último placer). Un tipo muy vestido (negro correctísimo, cabal corbata) le está
pegando, como es propio, con un fuete que ya a estas alturas debe estar itoso.
Conviene agregar que el público –porque hay un público– observa con una extraña
compostura (uno de los presentes lleva puesto una suerte de fez turco) y solo a
veces ríen. El entorno es clásico rojónimo, y el lugar está alfombrado. La
estrategia es pegarle a la asiarra, y al mismo tiempo darle deleite con un
vibri, que insiste. El tipo de negro, ahora, hace preguntas a ella (¿cuáles?,
no alcanzo a distinguir). “Yes sir”, responde la mujer, a la vez que suelta
pequeños ruiditos serviles, orgásmicos y semiglandulares. Una ventanita
anuncia, a un lado del clip: “La mejor elección para tu paja”.
ENGASADO del porno no soy, como puede
parecerlo. I´m not. Tampoco experto.
Por ejemplo no tengo una puta idea de quienes son las superestrellas
pornuctantes copulando hoy en día, si las hubiere, ni le sigo la pista a todas
las perversiones de turno. Pero al rato sí puedo decir que mi relación con el
porno es antigua. A veces paso meses enteros sin ver nada de porno, y en
ciertas épocas, como la presente, me da por loopear en los huevsites.
Promediando, y por momentos, yo me llamaría un usuario ocasional. Como dije, no soy un engasado. Tengo muchas
adicciones, pero no puedo decir que tenga un problema realmente diferenciado de
perroadicción al porno, como tantos, aunque a veces el porno me ha dado
probletáneos, como aquella vez cuando me cacharon unas revistas en el colegio
(¿diez, once años?) y la directora mandó a llamar a mi madre. Las pornos eran
de mi tío, me parece. Las encontré al lado de una pila de arcanas Reader´s Digest, en la biblioteca de mi
abuela. La llevé al aula. Como un campeón.
ENTONCES todo aquello era
revolucionario, significativo. Hoy el porno ya no ofrece transgresiones
verdaderas. Cuando dejó de ser prohibido, cuando se hizo por completo accesible, perdió buena parte de su magia. En su ocultamiento
radicaba su belleza y su poder y su mística y su seducción y su conjuro y su
poesía y su profundidad (todo lo que es profundo ama la máscara, ha dicho
Nietzsche). Puede sonarles exagerado, pero en cierto modo se puede decir que la
liberalización, el desenmascaramiento del porno fue su muerte misma, y Larry
Flynt, su verdugo irrevocable. El fin de lo prohibido trajo consigo la
abolición de lo erótico, su última manquedad. El deseo, ya sin asombro, sin impresionabilidad,
perdió su pasmo carnívoro. Ya nada había que adivinar. What a joke.
Del otro lado del asunto, también diré
que los pornousuarios de la Vieja Era éramos demasiado inocentes y orapronobis,
y no sabíamos nada de sexo, y seguimos en esas, tenemos ese problema. El porno
era un altar para un enigma irrevocable, una deidad ilegible que había que
adorar de lejos. Nuestra relación con el porno era casi eidética. Hoy los
chicos están mucho más enterados. Consideren que yo todavía alcancé a ver las
películas afelpadas de Emmanuelle como parte de mi educación pornografínea,
para empezar las playboy pubescentes, los flicks ridículos de los ochenta con
guiones cutres de carcajada (cuyos encuentros eróticos eran impostadísimos y
casaqueros), el soft porn de la televisión por cable, que mirábamos cuando los
viejos salían a una fiesta. Los centerfolds –que en mi época era lo más
pesadito– de la revista Hustler tenían, ya visto en la distancia, algo de
mesopotámicos. Por demás, para comprar una Hustler, un niño o adolescente o
adulto tenía que traspasar con toda suerte de tabús y membranas hipudorosas y
escarmentadoras sociales, inventarse estrategias decididamente creativas y
corajudas para hacerse del material, o buscar madrigueras oscuras alternageicas
para consumir sus alegres cochinadas, al menos en la pequeña Centroamérica de
hace algunas décadas. Hoy el porno ya no encuentra esa clase de resistencia, de
macizatalla. ¿No es triste?
PERO LO CIERTO es si me dieran a escoger
(y claro, no es el caso) sería muy difícil no preferir, desde el punto de vista
puramente libidinal, el porno de hoy al de antes, pero por mucho.
La industria pornográfica ha cambiado lo
indecibilísimo.
Y cambiará más.
La razón de este cambio es por supuesto
la emergencia de un soporte pornológico espectacular: la web, con su lubricidad
expansiva, digital e interactiva.
Y SIN EMBARGO, cuando el internet
comenzó su prelatura planetaria, tengo memoriasividad de que al ciberporno le
tomó, no mucho, pero sí algún tiempito arrancar. Los sitios había que buscarlos
más que ahora, a eso me refiero. Y desde luego habían debates, argumentos,
preocupaciones sobre el rumbo que adoptaría la pornografía internética.
¡Debates! Evidentemente, todos estos debates quisieron pero no pudieron regular
la avalancha, el maelstrom, el blitzkrieg sideraloso que habría de venir, a
huevos. Se diría que hoy en día el asunto moral no se plantea seriamente en
términos abolicionistas, sino se va esquinando al punto de vista del individuo.
La ética del porno se ha reducido, por lo menos de momento, a una ética
privósica.
EL PORNO ACTUAL es menos inocente que el
de antes, como ya dije (el de los seventies y los eighties). Lo Hardcore pasó a
ser Mainstream. También es menos pasivo. Hoy la onda es optigonzo: la gente
está haciendo su propio porno de buena gana, de a grolis, muy sucio. Así pues,
todos somos pornstars, pornodirectores, todos intervenimos en el proceso
libertino, todos nos apendizamos. La emergencia de amateurismo y películas
caseras en el porno ya roza límites comedimutantes. Nunca se vio a tantas
parejas tan contentas de coger delante de una cámara o un celular. Nunca vimos
tantos planos subjetivos. Una vez estábamos en un hotel de Monterrico con mi
esposa: dos hombres y una mujer se pusieron a chimar con alegría en el pasillo:
estaban filmando una peli porno. De hecho nos invitaron a participar en ella.
Amablemente, declinamos.
Es curioso, pero es como si este
amateurismo paradójicamente introdujera una veta de sofisticación y
profesionalismo en la industria del desvesto. Incluso se puede decir que cada
día hay más virtuosos del sexo: son los pornoRostropóvichs. Sementales solidos
como bunkers israelís, capaces de coger a velocidades e intensidades
extraordinarias y metaanfetamínicas; chicas co–maquiavélicas con fuselajes y
agujeros mágicos que lo pueden con todo.
La estética de los productos es con
frecuencia notable. ¿Se han metido a ver los websitessímos de fotos porno
recientemente? Son fotos de artista, vamos. En mi época había calidad, pero lo
que hay ahora es ya digno del MoMA.
Se puede decir que la cantidad de fans
del porno va en aumento. No sé hasta que punto eso se entraduzca en sexo real
pero una cosa es clarísima: todo el mundo quiere ver a otros coger. Son
millones de derrelictos sexuales, perdidos en el gran océano de la perversión
representacional, con sitios porno que llevan a otros sitios porno que llevan a
otros sitios porno que…
El índice de precocidad también sube.
Antes los niños miraban porno, cómo no, pero hoy el asunto ya se puso
apocalíptico y Mad Max. Allí los tienen, jugando videojuegos porno, ya miembros
del fuckbook, metiéndole los metrónomos dedillos a sus compañeras de aula de
diminutas tetalidades, diminutetas. Así van soltando ellas su vino vaginal, y
ellos son a su vez recompensados con blowjobs maestros. Bloch, bloch. Hoy a las catorce una niña ya recibió su anal
con clase.
Luego –reflexiono, me percato– se está
dando una progresiva apoplecomodificación del porno. Pronto todo el mundo
tendrá el gusto de tener porno de alta calidad diseñado por Netflix en su
receptor digital multimedia. Será una fiesta de genitales, un continuo genitar
en la sala de la casa, con abuelita incluida.
Permítanme decir que a esa
comodificación, a este aburguesamiento del porno, se une y se contrapone un
espíritu constante de indagación, pues allí está que el porno es una industria
que siempre se está reinventando, y es porque está cundida de exploradores que
buscan más y más diversidad sexual. Así, por ejemplo, el analísimo hace unas
décadas era una práctica relativamente distante, reservada solo para esos que
antes se les llamaba desviados. Hoy es ya lugar común en la aburrida suburbia,
incluyendo a los mismos hombres straight, que empiezan a explorar la región
morfosensible de su ano con cierta insistencia/consistencia (lo cual es
espléndido: para que acabe el régimen misógino, el varón deberá ser
penetrizado). Otro ejemplo de diversidad pornográfica vendría a ser el notable
interés por el porno étnico.
POR SUPUESTO, lo que más distingue a la
pornografía de hoy es el modo cómo está unida a la tecnología, esa puta
irredenta.
Lo dijo Ballard al principio de los setenta: “sex
times technology equals the future”. Algo así como: “sexo multiplicado por
tecnología iguala al futuro”.
Y el futuro como sabemos llegó hace rato.
Hoy hay pornisas filmadas con drones. Pronto
filmaremos a los drones coger entre ellos.
Entre tu deseo y tu teclado, entre tus pelotas y tu
pantalla, entre tu clítoris y tu router, hay toda suerte de filamentos unitivos
invisibles y luciferinos. Las sexolaptops secretan humedades y transpiricias. A
veces parece que todo el sexo fuera ya sexo online, cibersexo. ¡La cantidad de
sitios porno, la pornería! ¡El volumen de clips! ¡La rotación! ¡Es alucinante!
¡Todo el mundo sube!
Los clips llevan títulos correosos como: “Brazilian
redhead nailed in all her holes” (“Pelirroja roja clavada por todos los
agujeros”).
(Mi sensación es que los clips
comenzaron como tácticas de redifusión y marketing de largometrajes, pronto se
volvieron un género por derecho propio, y seguramente el preferidoidal. No es
que los largos se fueran del panorama, pero ciertamente el clip y corto pasaron
a un primer plano, porque hoy la gente –hija del microblogging y los contenidos
rápidos– es intolerante a los trips sexuales demasiado dilatados, y elige ver
muchas cosas en menos tiempo. Como dice Manuel Valencia del fanzine 2.000
Maníacos: “Ya no vas a ver la peli, vas a buscar directamente la escena en que
la chica se lo monta con siete enanos haciendo cabriolas”.)
No me digan que no les causa asombro esto de la
instantaneidad del porno. Hoy en día, cualquiera puede downloadear y uploadear
al instancio –o mejor aún: emitir en tiempo real contenidos sexualáticos. Lo
cual no deja de tener sus riesgos. Es como aquella comedia de Cameron Diaz Sex Tape. El porno es viril y viral como
ninguna otra cosa.
El internet y la webcam abrieron el
espacio a la clorofila de la interconectividad y la interactividad. De pronto,
los límites entre la fantasía y la realidad son inexistentes. Del sexo virtual
al sexo real no cuesta nada pasar. Abundan las páginas y aplicaciones para
encontrar compañeros sexuales, por ejemplo cerca de tu casa. Puedes coger en tu
área con disipagotizados desconocidos y desconocidas. La cultura sexual digital
también incrementó la fenomocultura del swaping y los swingers. La
tecnificación y automatización del encuentro sexual ahorra toda clase de
chingaderas y faux pas. Ya mismo, millones de personas están metidos en
chatrooms informáticos entusiastas. Conversan y se webcampajean. Es una orgía
potente, galvánica, corrosiva,
planetaria.
YO SIENTO que lo que sobre todo
distingue al porno de hoy es la multiplicación babélica y babilónica de
co–categorías, ordenadas para todas las audiencias demográficas posibles. ¿Le
gustan las canchitas, le gusta los transexuales, teens, milf, hentai, squirt,
bbw, creampie? ¿Cuál es su fetiche hiper–particularizado? No me
extrañaría que existiera algo así como porno con hidrocefálicos, una secta
pornográfica de Andy Warhols, hembras lubricándose con roedores blancos, orgías
entre desechos aviares, etcétera.
Cada cual tiene un trip en el bocho.
Pero el porno resulta que nos pone a todos de acuerdo. En efecto, si bien todas
esas categorías, y tantas más, está aristotélicamente ordenadas y separadas,
curiosamente, no se manifiestan como incompatibilidades, sino más bien tienden
a enredarse ellas mismas también, con una promiscuidad consecuéntica. Es decir
que hay saltos entre las categorías, las edades, las razas, las posibilidades
sexuales… Se difuminan las preferencias sexuales… De pronto, Jaime, que estaba
viendo a una de esas gordas crepusculares que tanto ama, se encuentra en medio
de un clip con una transexual a quien le están sacando visiblemente la
mierdescencia… Y Jaime se ha quedado viendo... Y Jaime dice “oh” y dice “ah” y
dice “ay”: es la perrita sonora que siempre quiso ser. YouPorn te pregunta al
entrar si sos gay o straight… Todo depende, digamos de un dedazo…
EL PORNO DE HOY nos da muchas cosas
culturalmente apreciables. Para empezar nos entrega una atmósfera sex positive
(sexoafirmativa) y nos abre al gesto fáctico de la vida erógena y sus
ictoposibilidades. Se sabe que hay una corriente blanca en la pornografía, que
busca modalidades de sexualidad más sanas, y asimismo elevar notablemente la
inteligencia sexual. Hay por caso toda una veta de porno didáctico, un porno de
tutorial, si quieren, que deshermetiza y confiere. Hay también un porno
sensible, casi elegiaco, que busca reivindicar los encuentros sexuales
significativos. Asimismo una lujuria de lujo, principesca, estetizante. Hay
como sabemos un porno sagrado y ceremonial: bueno, bello y verdadero, además de
yóguico y elástico. Hay hasta un ecoporno.
A LA VEZ nunca el porno ha sido más
oscuro. Ya lo era en el pasado. Pero hoy, debido a la ampliación de la
pornopolis, esta oscuridad ha tomado registros notoriamente amplificados. Le
llamo el PornoMordor.
Aquí algunas de sus dimensiones:
1) Tipos que se pasan cinco horas viendo
porno cada noche, sentados a horcajadas en una silla solitariógena, en una
posición lumbar penosa y decadente, y en una deriva o periferia libidinal
verdaderamente putrefacta. Darían las escrituras de su casa, por estar aunque
solo fuera diez segundos en un chat room con una talmente polaca.
Microorganismos sexólicos, bacterializan un simulacro vicario y anfeta que termina
desfalcando la realidad. El enganche cibersexual es cosa brutal.
2) El porno como régimen de agresión:
terminado el deseo siempre quedará la violencia, y la insensibilidad radical.
Nadie en el porno está perdiendo la vida por delicadeza.
3) El porno como pacto jurídico,
normativo, codificador, dogmisiecto. No sé en qué contexto la leí, pero
recuerdo una frase de Zizek que dice que la pornografía es un género
profundamente conservador. No se puede estar más de acuerdo. La tragedia del
porno actual es que dicta aquello que es supuestamente el buen sexo y cómo hacerlo, lo que además
genera dosis cósmicas de inadecuacidad en las personas, que pronto pierden todo
instinto erótico creativo, descosificado.
4) No, nadie puede copular como copulan
ellos, los artistas del porno, que copulan para ser vistos, es decir que
acopulan, porque la copulación es el lugar donde la mirada se desoculiza para
dar lugar a la experiencia y la intimidad. Desde el momento en que empiezas a
coger como en una lica porno, todo se acartona, se ficcionaliza y egotiza,
incluso sin los cogientes sabiéndolo. El porno es en esencia una impostación.
5) El porno, ya no como encuentro
telúrico, como fe y como vulnerabilidad radical, sino como monstruosa
tecnificia, peritaje infinito, performance imperial.
6) Esta espectacularización, esta sobreactuación prefabricada y
monológica, da pie a la pérdida de la dignidad, la reificación enguspulsiva, y
como se ha dicho incontables veces, a la deshumanización del sexo, que incluye,
no solo a las mujeres, sino, bueno, a todos.
7) Del lado del público tenemos al pobre
onanícola cutre que está jalándose penosamente el pellejo delante de la
pantalla, en perfecta nulidad y cancelación. Para siempre el porno, incluso el
interactivo, será una paja, una torsión solipsista, un monólogo masturbatorio,
una eterna pausa parentética, el quietismo acre de un bacilo, la soledad
degradante, esto es: una lívida, arruinada, excrementicia vida sexual.
8) Cierto que el porno se proclama
experto en cópula, pero en verdad el porno poco ilumina sobre el misterio
íntimo y cultural del sexo, la raíz inefable del orgasmo, la poesía de lo
pervetático. No solo no explica nada: mal–des–informa. Cuando tomamos en cuenta
que hay personas que sacan por completo de la pornografía su información
sexual, la cosa se pone desmoralizante. Generaciones enteras han caído en este
imaginario deforme de enmarcamiento, que incluye una estereotipación
fantasmagórica y una clasificación sexual compulsiva de roles.
9) Hay unos idiotas que todavía están
dispuestos a defender el punto de vista que la explotación pornográfica no es
real, que nada está siendo traficado. Prefieren llamarle a todo eso un asunto
enconsentido. Pero el porno explota a todo el mundo: audiencias observadoras y oficiantes
por igual. Sobre todo, el porno se autodevora y se neutraliza.
10) Es indudable que la energía sexual
no puede ser sostenida por siempre, que la energía sexual no es renovable,
según nos han advertido los maestros de chi kung. ¿Podemos crear una
pornografía ecológica, no predatoria, cosmante?
11) Por supuesto, tenemos en primer
plano la explotación a menores y la pornografía infantil con sus redes de
pedorráfilos (“Jerk off with random teens”, “Echáte una paja con adolescentes
aleatorios”).
12) Se explota a los probrecientes
niños, pero lo que no se dice es cómo los niños ellos mismos se vuelven
explotadores. El porno está generando una ola de precocidad pandiante sin
precedentes.
13) La están violando esos misóginos,
aunque ella no lo sepa, y ellos acaso tampoco. Tiene esa gorda verga metida en
la boca, espetándole la laringe. Aparenta que le gusta, pero en verdad quiere
vomitar, y apostrofa el blowjob con cuasiregurgitaciones. “La puta de mi
hermanastra me pidió polla y yo se la di.” “Dos pollas negras para esta cerda
viciosa.” La tienen difícil las feministas, que se han visto esquinadas muchas
de ellas a adoptar meméticamente un rol conservadorioso en una industria
excesivamente liberal, al menos en apariencia. Liberalizar el rol de la mujer
en paisaje del porno es uno de los retos más intrigantes que deberá adoptar el
siglo xxi, sobre todo porque el porno a menudo se ha querido sublimar a sí
mismo como vehículo político de libertades, en cuenta de género.
14) La pornografía actual, siendo
interactiva, ha abolido la ventaja profiláctica, y reintroduce el encuentro,
por tanto la tragedia enfermedad, al tiempo que descompensa la privacidad
clásica de espectáculo pornográfico. En el hipernomadismo viral diseminante,
cualquier cosa que salga de nuestra habitación le dará la vuelta al mundo. La
interacción es un mundo oscuro, que de verdad da miedo. Si no miren todo esa cosa de la
pornovenganza, o el acoso ciberdentosexual.
15) Lo que más se lamenta del sucio y
galvanizado negocio de los bienes fervoerógenos es que al final está creando a
su propio enemigo: la contracción antiporno. Y también la anorexia sexual:
mucha gente que se siente ahogada por semejante exceso de endesnudez termina
evitándola mórbida y lívidamente.
16) Digan lo que digan, la energía
sexual es y sigue siendo muy peligrosa. Por ello es bella. Quieren
domesticarla, y volverla un commodity, una cosa de teclado, pero hay un grado
estimable de incomprensibilidad en torno a ella –virus alienígena, Rottweiler
mutante– y en el fondo no sabemos cómo nos está fagocitando, y por qué no
podemos decirle que no. En este contexto, el cerporno no solo no siempre ayuda
a producir un mejor entendimiento, a menudo lo hace todo más confuso.
TODAS ESTAS SOMBRAS de la pornografía –acuérdate,
lector– lejos de achicarla, la multiplican, la marreneizan. Yes, sir, ha dicho
la mujer asiática. Yes sir, hemos dicho todos. Pronto entraremos al siglo XXI
profundo: el porno será una cosa teúrgica. Pronto tendremos sistemas de
entretenimiento 4D (¡10D! ¡40D!) en la propia comodidad de nuestras salas de
estar, con fantásticas aplicaciones ambientales de realidad aumentada. Usaremos
lentes y cascos y exotrajes bionánicos capaces de llevarnos al cielo a base de
orgasmos. Podremos pretocar personas a miles de kilómetros de distancia.
Podremos ingresar en sus sistemas nerviosos para la última utopía sualóbula.
Eyacularemos vía wifi. Alteraremos nuestro hardware pronemestizado genital y
chimaremos catánfricamente durante incontables horas. Multiplicaremos arcantes
nuestras sensaciones de placer hasta el infinito, y cada uno de nuestros poros
será una terminal de extásis, penetrada por incontables nanones y filamentos
neuraternos. Así, cada uno de nosotros se convertirá en un Completo Organismo
Clitóreo. Los pornopotentados dirigirán las consciencias sexualidas de los
pueblos, creando realidades virtuales espectaculares, afelpadas, cristálicas y
tesizantes. Nuestros avatares serán dioses con genitales trasfibrosos y diosas
con vagiduras cosmigdalas. Nuestra esperma tocará los últimos confines del
mundo. La realidad pornotica será subtal: será imparable.
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