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En memoria de Caín

Infante / Brando

En mi entrega pasada a la revista Plomo, mencioné, a la pasada, a un famoso crítico cinematográfico llamado Caín.
           
Me refería por supuesto al gran Guillermo Cabrera Infante, quien firmaba sus críticas de cine con ese nombre, allá en los años cincuenta.
           
Pues bien: pensé que podía ser una buena idea expandirme más sobre Caín y su trabajo, lo más parecido a un Jehová que tenemos en términos de reseñismo fílmico fecundo.


Cabrera Infante, engasado del cine

A poco más de una década de su muerte, recordamos la obra, tan lúcida como lúdica, del Premio Cervantes Guillermo Cabrera Infante.
           
GCI nació en 1929 y murió en 2005, y entre ambas fechas nos dio una literatura irradiante, y que nadie se atrevería a calificar de baladí –salvo acaso alguien que no vacilaríamos en llamar un imbécil.
           
Aquí nos interesa peculiarmente su obra dirigida al cine, al cine que fue su más grande pasión, junto a la literatura, y donde bien encontraremos textos críticos glamurosos y fundamentales.
           
Seguramente fue su amor al cine el que, en 1951, le llevó a fundar la Cinemateca de Cuba (la dirigió hasta 1956). Asimismo fungió como ejecutivo del nuevo Instituto del Cine.
           
A esta institucional actividad, que parece más estimulante en cuanto a que era embrionaria en la Cuba de aquella época, hay que agregar su posterior actividad como guionista, que lo asoció a proyectos tales como Wonderwall (1968), Vanishing Point (1997) o The Lost City (2005).
           
En su momento viajó a Hollywood (1970) en donde conoce por cierto, nos dice él, a Mae West, “una reliquia fílmica y una sacerdotisa del sexo”. Escribe un guión basado en Bajo el volcán. Pero: “El proceso de escribir bajo la doble presión del tiempo y la materia literaria, más la demencia adulta del personaje central, con el que debe identificarse, le producen un nervous breakdown, manera inglesa de diagnosticar la locura” (las citas las estamos sacando de su Cronología a la manera de Laurence Sterne… o no).
           
Volvamos ahora a su obra de crítico, una obra que hunde raíces en las zonas primigenias del bíblico blanco y negro y se extiende, hasta casi el segundo milenio, digamos, hasta Pulp Fiction.
           
Esta obra crítica de GCI se refracta en tres libros esenciales que recopilan sus textos de cine. El primero de ellos es: a) el nutrido Un oficio del siglo XX, en donde recopila sus críticas firmadas Caín. Luego está: b) Arcadia todas las noches, que reúne las conferencias de cine pronunciadas en el Palacio de Bellas Artes de La Habana en 1962, sobre varios directores de cine americano. Y el tercer libro es: c) su muy famoso Cine o sardina, que gozó –recuerdo– de enorme éxito editorial en su momento.
           
Y eso.   
           
Allí está.
           

Un oficio del siglo XX

Caín… Caín… Caín… Quisiéramos enfocarnos, desde ahora, en aquellos textos que firmó bajo el seudónimo Caín en su Cuba nativa.
           
Quien quisiera tener una idea preliminar de este libro puede consultar el compendio presentado en Infantería, del Fondo de Cultura, o ya para una visión completa, visitar el tomo confeccionado por Galaxia Gutenberg, llamado El cronista de cine.
           
Las críticas, siempre impecables, virtuosas, ellas, las firmó entonces como Caín, mote creado con las dos primeras letras de los dos apellidos del autor. Caín es lo mismo un pseudónimo juguetón, un alter ego, un heterónimo con todas las de la ley.
           
En tiempos de Batista, verán, GCI publicó un cuento que le costó encarcelamiento, multa, persecución, previsible censura. Ya solo le queda escribir aseudónimadamente, y eso explica a Caín, que se hace llamar a sí mismo “el cronista”.
           
Sobre Caín nadie ha escrito mejor que el mismo Cabrera Infante, nos parece: junto a las críticas propiamente dichas, Un oficio del siglo XX contiene textos y notas a pies de página que las contextualizan y que son lo cierto exquisiteces.  
           
Caín: diremos que nos cuesta pensar en otro crítico de cine más mítico en América Latina. Un auténtico creyente fílmico, que hizo maravillas para un medio (la revista Carteles) y audiencia cubanos, pero que en realidad trascienden y subsisten más allá de particulares fronteras. Y bueno, será por su nunca vana claridad: el crítico lo es en la medida que da un insight perlado y en base al mismo un juicio argumentado de valor y Cabrera de esos da muchos.
           
Como ya dijimos, estas críticas ocupan seis años de la vida de GCI, del año 1954 a 1960, y se abren, en ese momento, hacia el pasado y hacia el porvenir del cine, con una amplitud y una confluencia que no vamos a dejar de reconocer.
           
Muchos géneros, muchos actores, y tantos directores mapeados tales como John Huston, Buñuel, Tati, Hitchcock, Fellini, Elia Kazan, Chaplin, Kurosawa, Billy Wilder, Truffaut y por supuesto Orson Welles (que ocupa un lugar omnipresente, es primero en su lista).
           
Entonces tenemos aquí a un crítico que reseña todas esas películas que hoy nos parecen clásicas, salvo que él las reseñaba en tiempo real.


La prosa de Caín

Leídas una y todas esas palabras que configuran las críticas de Caín, uno puede decir que han sido escritas con humor, maestría, virtuosismo artístico y avanzado, de principio a fin.
           
Virtuosismo, honda maña. Es el arte boxeador de escribir, que desde luego también es cinematográfico: el cine mismo está en la prosa de Caín, en su manera de contar. Paneo y still.
           
Este virtuosismo tiene algo de barroco, pero gracias a esa otra cualidad alternativa –representada por la palabra inocencia– nunca termina estirado, sino participa al mismo tiempo de una cierta relajación no profiláctica.
           
En oposición a otro tipo de reseñas que parecen sacadas de un tupperware del fondo de la refri, las de GCI, alias Caín, en cambio están filtradas de frescura, vida, entrega, intensidad estético–estelar que nos deja tremantes, por sus juegos diagonales, ocurrencias verbales, puntuaciones delirantes. Es el ludismo con que han sido escritas, la prístina expectación, que es carcajada, gag literario, pun inminente, y nos va dejando reseñas germinantes, para un favorito, casi blasfemo placer, en descripción y comentario.
           
Pero con esa inocencia, con esa frescura chispeante y constante de tabula rasa, co–emerge algo que es ya casi lo contrario: la sapiencia y la autoridad crítica, así como la cultura literaria, cinematográfica y general, fuente de continuo aprendizaje.
           
Conocimiento en lo que respecta a directores, actores y oficios técnicos. Estos textos –decimos y afirmamos– están nutridos, empapados de erudición, no solamente ocurrencia, son artículos de veras informados. Y no es como que entonces existía la web para venir a llenar vacíos culturales.   

Hombres cultos eran aquellos.
           
Ahora bien, lo interesante aquí es cómo la erudición, la claridad, la parte científica de su reseñismo, no es que sea inmasticable, ni que extermine lo puramente albo y juguetón de sus visiones críticas.
           
O viceversa. 
           

Arte sobre arte

Tantos libros que generan adaptaciones cinematográficas.
           
Caín, inversamente, adapta, con precisión milimétrica, pero sobre todo con poder literario, las películas a sus críticas.
           
No transcribe: transforma.
           
No describe: recrea.
           
En ese sentido, quizá lo que mejor nos muestra Caín es que si el arte no genera arte, entonces no genera nada. 

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