1/ La poesía, entendida en su acepción
vasta, es una de las propiedades de lo absoluto. Para mí nunca mero
entretenimiento verbal, aún cuando a veces participo de lo superficial–poético
(que tiene su hondura). Entiendo la poesía como un vínculo con lo sagrado. Por
tanto, precisa lugar y mandala. Ese mandala bien puede ser una página en
blanco. O puede ser un teatro. Un escenario.
2/ Subverso:
quizá no obra de teatro, pero teatro toda vez, puesta en escena, performance,
instalación, lectura, interpretación, experiencia. ¿Cómo transplantar y
mandalizar la poesía, sin dejarse devorar por ella? Vimos –la respetable
audiencia artística y este poeta servidor– la puesta en escena llamada Subverso, el viernes por la noche. Pudimos
apreciar su organicidad, su poder evocador, su vulnerabilidad, su estética, su
búsqueda, su nocturnidad, su onirismo, su nacimiento, que es el nacimiento del
poema –el dios/poema. Una interpretación libre y sensible a partir de ciertos
textos propios, con varios elementos (y elementales) que texturan, intrigan y
angustian la riqueza escénica, en una suerte de chamanismo y animismo poético,
hacia una deriva, es cierto, más concisa de lo que hubiéramos querido, pero siempre
sugestiva y significativa. Armadillo ha tomado la poesía y la ha convertido en
otra cosa: en poesía.
3/ Visto el zoótropo entramos a la sala,
que ya era espacio onírico, angustia mítica, feralidad–oscuridad. Pagánico,
daimónico, anterior a todos los tiempos. Ahí
el zanate se levanta, busca. El punctum metafórico de la obra es en efecto el
zanate, un ave que amo y que debería ser nuestra ave nacional. Lo amo por
urbano, por lazarillo y por oscuro. Pues bien: despierta el zanate (entre una
música atmosférica, evocatoria, etérica, nocturna y grillal), se va despojando
de ramas y follajes, emerge como cráneo–zanate. El actor se va moviendo como el
pájaro que es, oblicuo, gestuálico y tantálico, entre la noche. El zanate
busca, está buscando, se angustia, no encuentra. Hasta que por fin: una
semilla. La noche no corrompe la poesía, la conjura, le da nacimiento. La
poesía nace de la ceniza y de la hojarasca. La poesía surge de la muerte, en la
muerte la poesía se des–vela, ya escrita en andrajos esenciales. Y nace como
homúnculo (a mí me pareció eso como sacado de un video de Tool), en la forma de
una criatura fetal, menuda, atrofiada, pero simultáneamente curiosa, sensible,
expresiva, que me aternuró, en cuyo campo de consciencia entré de inmediato.
Acaso era yo mismo esa marioneta: depositado entre mis poemas, como en un nido
de oscuridad, con una vela en la cabeza. Todo ha sido hecho con gran
plasticidad, como una instalación dinámica. Alguien ha estado tomando fotos a
lo largo de la obra, click click.
4/ La
oreja en tu mano es un poemario urbano, pero aquí pierde ese setting
original, pierde la trama y la narración, pierde el personaje, todo es
deconstruido, hasta caer en un teatro ritual y orgánico, como surgido del un inconsciente
compartido. Lento, demorado, no verbal, sobrepoblado de gestos, algunos
redundantes. La palabra, de su lado, es puesta en jirones. Puede ser, sí, que
hubiera querido más liturgia para los poemas, más profundidad al buscarlos y al
decirlos (pude yo haberlos leído mejor), como también hubiera querido más y quizá
otros poemas, pues hay más óptimos. Pero ese soy yo. La belleza de la obra está
en cómo descontextualizan mi trabajo. Desde luego también esa es su sombra. Subverso sigue en construcción / deconstrucción.
6/ Conversamos luego con los hacedores
de la Obra (Teatro Armadillo). Les dije lo que me había dicho un lama: que donde hay pájaros
negros hay protectores. Parecieron estar de acuerdo. Hablamos de la
vulnerabilidad. De la interpretación. Del ir y venir propio de estos procesos
creativos. Nos tomamos una foto fraterna.
7/ Me he llevado la sensación de haber participado
en algo significativo y creativamente real. Por demás, el impecable librillo de
la Catafixia, con la poesía gráfica de Luis Nery, también fue motivo de
regocijo.
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