ilustración: JORGE ANTONIO DE LEÓN > El periódico |
Escribí el otro día esta columna, que estaba destinada ser una pequeña, discreta columna sobre nuestro alcalde (es decir otra, dado que ya he escrito algunas en el pasado). Pero se me fue alargando la cosa, y tuve que pedir más espacio allá en el diario.
Está
claro que, con todo y caracteres extra, no será suficiente. Hablar de Arzú, que
lleva tantas décadas en el frente público y subpúblico, es tarea imposible,
dentro de un mero formato columnístico. José Rubén Zamora lo hizo el otro día,
y le salió una cosa muy completa, harto interesante, de plano escalofriante,
pero aún así le faltó un considerable resto (de lo que se sabe y de lo que se
calla, pero mucho se susurra).
El
rango diacrónico es vasto, verán. La carrera de Arzú es longeva y sustancial:
un abismo inagotable. Ustedes, los más viejos, lo saben, porque ya fueron
testigos de toda su vida política, del MLN al PAN al PU.
Si
esto fuera un libro (como el que anda circulando por ahí, y para el cual el
alcalde no necesitó siquiera un negro literario) sería distinto, pero en un
espacio tan breve y penúltimo como este, lo mejor será reducirlo todo a tres
abstracciones: el poder, el orden y el privilegio.
Es
decir: la autocracia, el virreinato y la impunidad.
Arzú
es nuestro animal político más acabado y representativo, porque es dominador,
colonial y veleidoso, al mismo tiempo. Ambicioso, republicano y taimado, a la
vez. Explosivo, patriarcal y oportunista, de un solo. Conquistador, criollo y
ladino, juntamente.
Arco
memético muy ancho este, pero a la vez perfectamente cohesionado,
correspondiendo con tres escalas de valores dominantes del guatemalteco, no
poca cosa. No es de extrañar que tenga tanta popularidad. Obvio que para muchos
sigue siendo un héroe y su capital político es enorme. Lo odian, sí, pero
también lo aman, lo respetan y lo admiran.
Yo
mismo he votado por él, y no una vez. Siempre que cabe, intento mencionar algo
de incumbencia para reprobar su régimen, y sin embargo, confieso que a cierto
nivel –no es de honestos ocultarlo– tengo los criterios mezclados. Quizá porque
recuerdo aspectos caóticos y ensombrados de la ciudad (una ciudad de simios que
parqueaban en triple fila) previo a que llegara al cargo edilicio, y que muy
definitivamente consiguió estructurar, desde su
rigor personalista, hacia alguna clase de funcionalidad y simetría.
Dicho
lo anterior, aquel Arzú que daba una sensación de orden se está yendo, caballos
y carroza, hacia el acantilado caótico que es por estos días la metropolís. No
todo es su culpa, como ya explicara otro día en otro medio, pero es de ley no
ser complacientes con su proyecto municipal. No hay razón para votarle más,
co–urbanitas, sobre todo cuando agregamos todo eso que él mismo ha ido sumando,
con una consistencia espeluznante, desde que se hiciera cargo, a manos llenas,
del virreino.
Por
mí que arda Roma. De las cenizas surgirán aves distintas.
El
poder
Arzú,
como aquel señor llamado Fidel, no cree demasiado en la rotación de poder. Lo
de Arzú es Perpetuarse y Perpetuar una Guatemala, la suya, que no es nunca la
otra, y jamás la de otros.
Arzú
está metido en esa bolsa como un sempiterno marsupial (un marzupial) y no lo
sacarán de ahí sin que saque él las garras, como él propiamente confirmara en
público el otro día –cuando dijo eso de que si bien había firmado la paz
también sabía hacer la guerra.
Tirando
(por un mísero efecto público) una representación muy importante, ante un
montón de cuatreros.
Representación
importante, sí, pero menos suya de lo que puede pensarse y de lo que él
seguramente piensa, en el sentido de que innumerables causas y condiciones
contribuyeron a ella. Puesto en blanco y negro, era lo que el contexto exigía.
Arzú acabó con el conflicto porque estaba en el momento y lugar adecuados. Si
no lo hubiera hecho él, lo hubiera hecho alguien más, tarde o temprano.
Pero
veníamos hablando de cómo Arzú no va soltando la guayaba. Esa estructura de
privilegios él la siente suya por una triple razón: porque se la ha ganado a
dentelladas en el ruedo político; por mero derecho pijo y estamental (sin duda
él se considera el mejor heredero de la misma); y porque el diablo y el listo
no devuelven esas cosas.
Hay
quienes estarán de acuerdo conmigo cuando digo que Arzú no quiere morir–ceder.
Arzú no cabía ya más en el siglo XXI, pero siendo el coche parentético que es,
reincidió, como reincide todo junkie estatal, y mientras los tiempos cambian,
él permanece.
Él, y
de un tiempo para acá, su familia.
A la
esposa –que nos recuerda a Christabella de Silent Hill– ya le quería encaramar,
también, la Presidencia. Y bueno, ahí está el hijo, que ha de llevar
patrilinealmente el oficio familiar, sin mayor genio ni figura. Por ahí el
linaje político.
Ha de
necesitarlo, como lo necesita Ríos Montt.
¿Afectará
a Arzú, se dejará roer por todos los acontecimientos recientes en torno a su
persona? Se puede decir que el saberse legalmente perseguido opaca y envejece a
los potros más necios, como se ha visto en otros sonados. En el caso preciso de
nuestro personaje, no sabemos del todo. Se habla de un desplome, pero después
de observarlo tantos años, sabemos que él siempre surge muy empoderado y
afincado de estas cosas aún siendo tan sísmicas y tan mediáticas.
Le
apasionan. Saquen a Arzú de la administración y entonces sí que se lo lleva el
cáncer. Para mientras, continúa siendo el Señor Presidente de la Municipalidad.
El que no hace mucho, por dar un ejemplo, juzgó conveniente mancuernar su
perspectiva personal sobre el aborto con la oscura sugerencia patriolegalista
de hundir un barco noruego. Revelando con extrema claridad su ethos perenne: el
de usar las rutas estatales para empujar agendas explosivas, y llevarse a quien
sea entre las puras patas.
Acabemos
de entender que Arzú es la Fuerza, y como tal se Presenta. Pero tanta
intempestividad le vuelve a veces mastuerzo y subpolítico para comunicar.
Es un
tipo crudo, en ese sentido. Es porque se educó a la brava, en ese pragmatismo
de patriciado del que ya tiene que hacerse cargo de la finca y ser patrono. Si
hay una cultura en él, sirve para ornamentar el dominio, el orden y la
personalidad, como lo demuestra el rimbombante uniforme de Emetra, o ese cuadro
colonialista que cuelga sobre su testa, y del cual se mofan los tuiteros todo
el tiempo.
Crudo,
pues. Pero esa falta de sutileza no le ha impedido hacerse de un jugoso
monopolio administrativo y público (no ayuda que toda su competencia sean puros
gatos). Lo cierto es que la obra de Arzú es sobre todo el poder, más que la
obra, aunque, desde luego, obra hay. Toda clase de dinámicas políticas y
macrodecisiones emanan sin tregua de su mano blanca.
Orden
Así
como le gusta el poder, a Arzú le gusta el orden. El orden es un ajedrez que le
gusta.
Duerme
con no sé cuántas radios, según nos contaba el otro día en una entrevista, para
estar pendiente de esta larga y maciza nave urbana. A lo mejor prefiere esas
comunicaciones radiales a los rezos violentos de la bruja bíblica.
Pero
quién sabe si esos rezos no son incluso mejores que ver y escuchar, como a veces
vemos y escuchamos, al propio Arzú explayar datos citadinos, desde la pantalla
televisiva de la Minimuni, mientras mueve enfáticamente su dedo admonitorio.
Podría
decirse que su reinado se le achicó cuando pasó de la Presidencia a la
Municipalidad, pero ello no es por fuerza cierto. En cierto modo la ciudad
representa mejor ese llamado criollo y centralista. Y en el centro del centro
está, por supuesto, él. Es un centro por cierto que siempre está a la derecha.
Es
claro que Arzú ha sabido ordenarnos la ciudad (también es claro que es su
trabajo) y quien lo niegue carece de memoria. Los ciudadanos pluralistas y
postplaza atacan los pragmatismos oportunistas de Arzú, y también su viejo
pensamiento rancio. Con toda razón, por demás. Pero dejan de insistir, como por
acto reflejo, en la necesidad de mantener liderazgos robustos y delineados,
porque los perciben como integristas, lo cual desde luego hay que matizarlo,
especialmente en un país y una ciudad como los nuestros, que nacen en, y
vuelven siempre, a la entropía. Lo cierto es que un nuevo acuerdo o acorde
municipal deberá toda vez mantener ciertas notas firmes, o esto, más pronto que
tarde, se va a ir a la chingada. Y quienes buscamos nuevas formas de gobernanza
no deberíamos tener tampoco ningún miedo en decirlo.
Pero
lo que da fortaleza a Arzú es precisamente lo que lo hace tan deleznable. Como
el Administrador Total que busca ser (lo
de él es generar y regular sustancia administrativa) Arzú es tremendamente
eficiente para establecer límites y regulaciones. Pero en un mismo sentido es
del todo incompetente para trabajar con las energías orgánicas de la ciudad,
que siempre busca pasteurizar y entregar a quién sabe qué dioses de la
especulación inmobiliaria.
Peor
aún: toda expresión metropolitana no contenida, todo asomo de caos, toda
liminalidad social es combatida en el acto con una respuesta autocrática y
desde ninguna mística posibilista, pues Arzú no tiene el brain power para hacer
de esta ciudad una ciudad del futuro (pésimo marketing, mantra fallido, saeta
al aire).
Esta
urbe suya –su ciudad– es una máquina aceitada, más no visionaria. No
engendra emergencias creativas e integrales. Arzú, no es particularmente
ilustrado, como no lo es buena parte de nuestra clase pudiente. No es el Steve Jobs
del urbanismo, vamos. Sus capacidades exploradoras son escasamente crecidas y a
ratos dentonas.
Lo
digo al margen de que respeto su obra y su experiencia y algunas de sus
soluciones. Lástima que todo lo que Arzú hace con la mano lo borra con el codo
de la soberbia y la agresividad. Baste ver cómo, para conservar la operación
edilicia y el precioso orden de la gentrificación, recurre por momentos a un
estado semipoliciaco. Y a un ejército de empleados leales, burócratas y
uniformados, que lo acompañan, lo defienden, lo pancartean.
De
tal modo las cosas con este virrey, que siendo alcalde, guarda siempre eso de
Presidente, y uno más bien predemocrático, es decir abusivo.
Privilegio
Con
Arzú, quien sale perdiendo es la mera gente, que nunca cabe del todo en su
fábula, en su modelo, en su gaveta. Su solución creciente ha sido incluso
echarla de una patada en la rabadilla, lo cuál es horrible. Y muy tonto. En
efecto: ¿qué sentido tiene echar a la calle a la gente de la calle…?
Arzú
no tiene mayor sensibilidad, salvo por los chuchos, como la tenía Hitler. Lo
demás es poner hielo en la plaza, metáfora como ninguna. Y, a veces, bajar con
los empleados y el pueblazo. Su generosidad es la del Rey con sus súbditos. No
digo que sea falsa: digo que es vertical. Conozco bien esa proa de caridad tan
propia de la alcurnia.
Al
dirigirse a criados y plebeyos, lo hace hablando con ese defecto de erre que se
transforma en eshe, y que no es defecto fisiológico alguno, sino más bien
cultural y de clase. Es la forma como hablan esos viejos chapines acriollados,
como he comprobado mil veces.
En
fin, tal es el orden, el reino, el suyo, del cual se cree su guardián
privilegiado y mitológico, y que va liberando desde un despacho inamovible.
Arzú de veras se considera el garante de la patria, el que salvará a nuestros
nietos del desastre.
Por
ejemplo, salvarla de la izquierda. Para mí que el desprecio visceral de Arzú
hacia la izquierda es el síntoma más evidente de la paz falaz que él firmó.
Helo ahí: el paladin de la rencociliación. El que en 1998 reanudó relaciones
diplomáticas con Cuba.
Alguna
vez Arzú dijo, en una entrevista de El País, que ya no hay muertos por razones
ideológicas y eso por supuesto es una mentira. La ideología está inmersa en
nuestra cotidianidad social –se puede decir que la cotidianidad es ideología en
estado puro– y en nuestro país tal cotidianidad es la muerte.
Luego
Arzú se dice muy abierto y fluido, pero la realidad es enteramente otra. No nos
engañemos: el orden total que propone es un orden puramente ideológico y
políticamente definido, lo sepa él o no. Y por supuesto que lo sabe. En el
bestiario del liberalismo latinoameriano, ocupa un escaño satánico y especial.
Cerramos
esta sección diciendo que él, que produce tanto aparato, se considera encima de
él. Cree que la Ley y el Orden que emana lo eximen del Orden y la Ley. De ese
modo, pues, ni se molesta en presentarse a las cortes. Está por encima de la
norma como Dios está encima de su creación.
Es
así cómo lo conservador y lo caradura van formando, en nuestro alcalde, un
perfecto ying yang. De hecho, se puede decir que Arzú es la caradurez
entronizada. Y con qué campechanía habla de ella.
Decir
que Arzú no ha acumulado nada en sus gestiones, decir que no ha usado su poder
para acrecentar aura y recurso, y para acrecentar su mismo poder, sería decir
lo ciego y lo inocente. Su escudo de armas (muy seguramente tendrá alguno)
debería en todo caso contener una tizona, un trono y un secreto.
O
varios.
En
efecto, su rostro público no es exactamente transparente (los famosos
fideicomisos). El señor alcalde es tan pero tan pragmático que en un momento se
vuelve oblicuo y empañado. A Alvaro Arzú lo conservador no le quita lo pancista
(como a muchos de la clase alta y la aspiracional). El personalismo político lo
torna, a la larga o a la corta, moralmente ambiguo y directamente cuestionable.
Kane
Termino
esta larga columna hablando de algo que Arzú hace mucho: dar y no la cara.
Por
un lado está el Arzú expresivo. Esos discursos tan ladinos, siempre cubiertos
de un leve sarpullido alusivo y autoritario. Su impunidad se puede medir por lo
que va excretando en público. Como cuando aboga por la guerra y los morongazos,
con un encanto que solo existe en su cabeza. Dice esa cosas escandalosas, y
nadie le pide verdaderas cuentas por ello. Se las piden, pero se las pasa por
el sereguete.
Por
el sesheguete.
Lo
dije ya: se cree muy encantador y no lo es. Esa mezcla de mal humor y humor tan
malo le van dando una perpetua sonrisilla agria, de cinismo mal hecho. Formula
cualquier tontería, y luego se le nota extremadamente complacido, tras decir la
frase, como si hubiera dicho una máxima de La Rochefoucauld.
Por
ejemplo cuando confirió aquel juego barato de palabras (Estado de Derecho /
Estado Deshecho) y creyó expresar lo más inteligente, original, persuasivo y
literario del mundo.
Por
el amor de Dios, lea un poco, señor.
Dicho
todo lo anterior, es relativamente bueno –en el sentido de que no se agüita–
para las entrevistas y las ruedas de prensa. Relativamente bueno para manejar a
la prensa, a quien desprecia profundamente. Eso lo vimos cuando irrumpió
intempestivamente en la conferencia aquella de la CICIG: todos los periodistas
pusieron buenamente la atención en su persona. No se entiende: él insulta a la
prensa, y lo primero que hace la prensa es darle la palabra.
Ahí
está que los periodistas nunca saben romperlo, no saben manejar su eterno
refilón. A Arzú es imposible entrevistarle convencionalmente porque el Poder No
Se Abre, y Arzú es, bueno, el Poder. Habría que hacerle una conversación que no
lo ponga a la defensiva, es decir demagógico, sino, más bien, lo ponga
exactamente cómodo, de tal manera que sus contradicciones y carencias
discursivas se desovillen y manifiesten solas, sin necesidad de atizarlas.
Quién sabe, puede que un encuentro así nos regale incluso un momento Nixon...
Lo que es obvio es que la entrevista de analista no funciona con alguien como él
(tampoco la informacional) y a la larga solo le termina regalando presencia.
De
ser ese ser expresivo y público pasa seguidamente a ser el Ausente, El Que No
Da La Cara (a la prensa, a los tribunales, al pueblo no digamos). Se convierte
con ello en el Fantasma de la Comuna, como solía yo decirle. No como el Papa de
Sorrentino, puesto que no es tan inteligente ni tan sofisticado (no es un
Banksy, un Daft Punk, un Salinger de la política). A lo mejor se contiene
porque sabe lo mucho que no sabe medirse y no le conviene abusar de sus
apariciones.
Es cuando se esconde en su mansión de poder, como el ciudadano Kane que es, aquel señor tan ebrio de Ira, Vanidad, Orgullo y Dominio. De la prensa y los tribunales se oculta, tramando sus cosas, moviendo sus hilos, limpiando las adargas.
Es cuando se esconde en su mansión de poder, como el ciudadano Kane que es, aquel señor tan ebrio de Ira, Vanidad, Orgullo y Dominio. De la prensa y los tribunales se oculta, tramando sus cosas, moviendo sus hilos, limpiando las adargas.
Pero no importa cuánto se oculte, seguiremos hablando de él, le
dedicaremos más columnas, porque si alguien se las merece, es ese viejo cabrón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario