Un tal Joaquín, de apellido Sabina

Hay músicos que hacen literatura cuando el periodismo los toca. Sabina es uno de ellos. Este texto fue publicado en Siglo XXI. El link:

http://www.sigloxxi.com/index.php?link=noticias&noticiaid=21125&PHPSESSID=e386470b777

Sabina nos rinde sus últimos pudores, en un libro de entrevistas magnífico, enervante, convicente a más no poder: Sabina en carne viva, Yo también sé jugarme la boca. No hace falta ser un seguidor incendiario suyo para gozar de estos diálogos en donde lo sucio y lo lucido se van libremente a la cama.


Javier Menéndez Flores (“Flowers”, diría Sabina) ya había dado ese otro libro bastante imprescindible: Joaquín Sabina, Perdonen la tristeza. Él mismo se encargó de fundamentar un nuevo templo conversacional con el cantautor español, Sabina en carne viva, que es a la vez reconstrucción biográfica, aproximación a sus contradicciones, anecdotario al rojo vivo, ars poetica total, fuente segura de carcajadas, y mejor que una noche blockbuster. Lo que en todo caso tiene Sabina es una biografía. Y es que para rockero hace falta algo más que un power chord: hace falta una maldita biografía.

Sabinas que son tantos (e.g.: el derelicto, el culto, el tiernísimo, etcétera). He ahí el Sabina político (y recordemos que Sabina en los sesenta estaba tirando molotovs), con criterios icónicos sobre las drogas, sobre Cuba (un poco demasiado Fidel), sobre, faltaba más, Fito Páez, o Zapatero, a quien le da un cheque en blanco. Sabina cuenta con una celeridad apreciable para la perspectiva, un desenfado matizado por la agudeza, una apertura al claroscuro.

Sabinas que son tantos, como el sonetero, el que hace sonetos, el que vendió libros como pan recaliente de su Ciento volando de catorce (que incluso los escritores reputados leyeron con humildad). Sabina no deja de ser una biblioteca, y se adapta muy bien al oficio literario, como ya lo hiciera el sabiniano Dylan en magnífico libro de memorias. Lo cierto de lo cierto es que el 98.5% de los letristas rockeros guatemaltecos, a más de los cantautores, debería aprender algo de Sabina, que será un corrupto pero es cultísimo, temperamental y nunca bruto. Hay gente así: el sabiniano Tom Waits de Christmas card from a hooker in Minneapolis, si se permite la alusión a un clásico perfecto.

Sabinas que son tantos, y sobre todo uno: el provocador, el bomba ambulante, el de la consabida suciedad after hours. Así es como dice, en la página 399: “A mí, ya te digo, me gustaría salir a quemar coches”. No cabe duda que después de este libro, más de alguien le retiró la palabra. Y esas confesiones sobre mujeres, oh. Algunas cosas que dijo le dolerán por los siglos por venir, se intuye. Libros éstos con olor a demanda: “porque aquí no está uno para decir mentiras ni tonterías sino para meter sus navajas por el corazón”.

Sabinas que son tantos, y de todos va dando cuentas el entrevistado ejemplar que es Sabina. Porque Sabina es un entrevistado ejemplar, como lo es Calamaro. Sabe en fuero íntimo que una entrevista es género artístico. Listo, inteligente, rápido: la colt 45 de las ocurrencias le favorece, en el western de los diálogos impresos, que también le salen en verso. Siempre hay que envidiar a los dialoguistas puros. Al final de leer este libro, algunos quedarán tristes, sabiendo que jamás serán Sabina, que nunca podrán generar por cuenta propia todas esas encuadrables sentencias, todas listas para el panteón wikiquote. Es ese amor a la frase, al efecto.

Un efecto que es de Sabina, pero que también es de Javier Menéndez Flores, en cuyos textos, preguntas y pies de página, descubrimos humor y esa excelencia del que ha perdido un poco la cabeza por el periodismo. Lo bonito es que se trata de un biógrafo que comprende a su entrevistado antes de admirarlo, pero lo admira sin cortapisas, y por ello le opone, cada tanto, saludable resistencia.


Título: Sabina en carne viva, Yo también sé jugarme la boca
Editorial: Ediciones B
Año: 2006
Páginas: 428