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Ani DiFranco, la máquina de hacer música


Un rendido homenaje a alguien que tuvo un gran peso en mi vida. Incluso me fui a Nueva York, exclusivamente a verla. Este artículo lo escribí para el fenecido Monitor, un gran suplemento.


La folk/punk/funk singer de Buffalo, NY, Ani DiFranco, ha edificado una honrosa discografía de diecisiete discos, sin contar colaboraciones. Se dice de ella que es la punta de lanza del anticorporativismo discográfico (así lo testimonia su propia disquera, Righteous Records). Se le conoce por bisexual, por los shows químicos que ofrece a incontables fans, por un activismo político que no tartamudea. Una fuerza de la naturaleza. Entre otras cosas.


Ani DiFranco produce lealtad. Escuchás una de sus canciones, y ya estuvo: convertido en el acto en fanático vitalicio. Será por esa lealtad que ella misma profesa hacia sus seguidores, afirmando a través de su casi despótica energía una ética de la belleza.

¿En dónde la escuché por primera vez? Para matarse de la risa: en MTV. Bueno, no a ella exactamente. Alana Davis había conseguido un puesto en los charts con una canción covereada de DiFranco, 32 Flavours. Digo que es para matarse de la risa, pues Ani Di Franco es acérrima detractora de la manera –más que inelegante, imbécil– en que la industria musical nos embute los más desgraciados frutos. Ciertamente, no esperen ver a Ani DiFranco al lado de Pimp my ride. Una antigua novia –agradecido siempre– se encargó de consagrarme: me mostró Pulse, un hipnótico poema de la cantante neoyorquina, una iluminación a media luz, un exceso cuarteado de notas sugerentes. Ani DiFranco se ha convertido en una inspiración inamovible, un punto de referencia, un estándar. Siempre me pasa al escuchar a Ani DiFranco: la desagradable sensación y ocurrencia de que su vida es infinitamente más interesante que la mía. Lo cuál, creánme, no me sucede a menudo con otras personas.

Ani Di Franco es pequeña pero crece en el escenario, me dice mi actual pareja (es curioso que ella también, como mi antigua novia, admira a la cantante). Una fuerza de la naturaleza, digo yo, uno de esos raros productos que a veces las centurias establecen en el reino humano, con el sólo propósito de desafiar su morosidad biológica. Actualmente, tiene treinta y tres años y diecisiete discos, descontando colaboraciones (muchas).

Nació en Buffalo, Nueva York, en el año setenta. Ha venido tocando desde antes de los diez. Colocó su propia disquera, Righteous Records, a los diez y nueve, justo comenzando los noventa: un timing perfecto, ya que los noventa eran perfectos para la sensibilidad de Ani DiFranco, así como Ani DiFranco era perfecta para la sensibilidad de los noventa. Al final, la sensibilidad de DiFranco demostró ser mejor y más pulida que la sensibilidad de los noventa, tomando en cuenta que lo que ella hace rebasa con creces lo que finalmente expiró como música alternativa.

En su casa disquera, Righteous Babe Records, Ani DiFranco ha logrado lo que nadie: quedarse con TODAS sus regalías, sin ser explotada por las lampreas corporativas y un montón de cuadros que vampirizan el proceso de compraventa de artículos musicales. Estar fuera del circuito de las labels/monstuos no impidió a Ani DiFranco ser nominada a dos grammys este año con Educated Guess, en las categorías de Best Contemporary Folk Album y Best Recording Package. Righteous Babe Records se ha asimismo dedicado a catapultar artistas interesantes, convirtiéndose así en una plataforma de libertad creativa.

Canciones suyas memorables las hay a granel: las primeras suavecitas como Both Hands, Make them apologize, Rockabye, Firedoor; las armonías que vinieron después, Buildings and Bridges, Letter to a John, You had time (balada para reventarse las venas); y luego Cradle and all, Napoleon, Done Wrong, Hello Birmingham (impecable), School night... Y así: son tantas, inútil seguir. Hablemos mejor del engrudo que las aprieta a todas, el talento innegable de Ani DiFranco, virtuosidad que proviene de una suerte de comunión elemental, prístina, telegráfica, que deriva de su instrumento, la guitarra. En efecto, Ani DiFranco es una cantante folk de cariz básicamente lírico (nadie como ella para generar tristeza). Tamizada por Nueva York, y lo que quieran, pero una cantante folk al fin de cuentas. Y es solamente a partir de esa simplicidad que ella ha construido esquemas melódicos más complejos, y extraños, y percursivos, y cínicos, y elegantes, y prolíficos, y fonkis, y torcidos, y urbanos, y experimentales, extravagantes ya en algunos discos (Educated Guess, pero ya se presentía desde Revelling/Reckoning). En Ani Di Franco ya no hay distinción entre cuerdas, acordes, manos, voz, y saña: forma todo parte de una misma intención feroz. Sus intuiciones musicales son puentes que ella elige para de ir de la intimidad (una tristeza por veces suicida, intolerable) a la política (es conocida por su vasta indignación) y viceversa. Dientes, fluidos, alas, auras... Y una voz de innumerables registros, con lo cuál hace básicamente lo que se le de la gana.

A finales de enero Ani DiFranco presentó nuevo disco: Knuckle Down, otro eslabón en la carrera de esta máquina de hacer música.


Ani la huerfanita

Aunque es muy conocida, Ani DiFranco tiene un aura de culto alrededor. Su orfandad autoimpuesta en relación con los grandes sellos le ha permitido un ritmo propio y voraz, más allá de la prórroga innecesaria de los contratos. Desde hace quince años hacia acá, ha venido produciendo un disco por año, a veces dos. Todos son notables, o tienen algo de notable en ellos. Pero Ani DiFranco es independiente en muchos sentidos. Es sabido que es bisexual, y sus conciertos están locos de lesbianas. Todos dicen que es feminista, y lo es, pero parece flotar con gracia más allá de la etiqueta. Defiende a las mujeres, las razas, las sexualidades: es una progresista, en el sentido más conservador del término, pero a la vez siempre encuentra una manera de quebrar el molde. Menos mal: sin esa ironía, sería insoportable. Tanto ingrediente y entusiasmo, tanta vida y tanta obra, y dos ovarios bien puestos, nos dan… bueno, sí, esperanza.


Viviendo en el clip

Por supuesto, las diferentes formaciones y bandas de Ani DiFranco han aportado a lo largo de los años nuevos elementos. Es por ello que hemos visto cómo una música elegante y negra ha estilizado su sonido (recordemos la colaboración de Maceo Parker), con vientos que ondean y un toque hip que no asesina sin embargo la procedencia acústica de las rolas. Los shows en vivo armonizan estos elementos.

Lo cuál nos trae a los conciertos. Que no nos confunda el énfasis discográfico: Ani DiFranco es tan artista en vivo como artista/estudio, o más. No falta quién afirme que el mejor espectáculo que ha escuchado en vida es el de Ani DiFranco: flemático éxtasis pasional o lúdico, ovillo de zarpazos y purezas, malabarismos auditivos, y palabras para nunca olvidarlas. Así es: no exagero al decir que Ani DiFranco es una de las mejores, ya no sólo songwriters, sino poetisas de su generación, como lo muestra el poema escrito con ocasión del 11/S, Self evident, que además lee como una diosa (sabe cómo decir un poema, en la mejor veta Patti Smith). Con palabras humillantes, toca temas perentorios: la violación y violencia a la mujer, el empoderamiento del capital, la homofobia, el derecho a abortar, la guerra.

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