Bueno, esto lo escribí hace rato. Yo el filósofo. El texto es un apunte. Está inconcluso. Pero me parece que iba tras algo interesante. Luego agarré un pedazo de este escrito e hice con ello una columna, en un momento de urgencia.
Todo el mundo lo tiene, lo quiere tener, ha pensado siquiera en la posibilidad de tenerlo: el I Pod, ese reciente gadget de la Apple, que se supone está revolucionando nuestra manera de escuchar la música. El I Pod es de momento el objeto más patente del mercado: un objeto espectacular. U2 le prestó su imagen en un momento dado, pero en verdad el I Pod ya tiene y es su propia imagen. Como otros objetos espectaculares (upgrades de software, sistemas de GPS, televisores de plasma), el I Pod es un producto con mensaje; llamémosle: un cristal. ¿Qué mensaje está oculto dentro de este pequeño artefacto?
Un cristal es un objeto que sintetiza y encripta la visión de la cultura dominante. Todos los objetos manufacturados hoy en día traen consigo –ya sea en sus funciones o en su diseño– una expresión de lo que se espera de nosotros: una desiderata. Puede que sea una expresión velada o abierta. Generalmente, es velada, o tiene un componente velado. Los cristales nos rodean, están en todos lados, son como pequeños niños encantadores, susurrándonos mensajes al oído.
Todo el tiempo los cristales son reemplazados por otros cristales, en la medida en que el mensaje cambia, o en la medida en que los mensajeros cambian para esconder lo no cambiante del mensaje, cuando la monotonía está a punto de arrancarnos la venda de los ojos.
Pero cuando hemos dicho que el I Pod es de momento el objeto más espectacular del mercado, básicamente nos estábamos equivocando. En realidad hay otros ejemplos de objetos más espectaculares todavía. Entre ellos, encontraremos los teléfonos celulares.
El celular es el breakthrough de los objetos espectaculares de las últimas décadas. Su valor es tan estimable como el de la televisión, acaso. Sobre todo, teniendo en cuenta que se trata de la reactualización de un antiguo objeto espectacular, el teléfono a secas. Es tan importante este adminículo que hoy vemos a personas padeciendo reales obsesiones por los teléfonos celulares; por ejemplo hay adolescentes que se deprimen por qué no han conseguido cierto modelo que apenas acaba de salir al mercado; o empleados convencidos de que cierto teléfono celular en específico los va a colocar mejor laboralmente. Y otra suerte de irracionalismos. El teléfono celular es un objeto espectacular que promete sucesivas reinvenciones, un soporte duradero de diseño de masas, y podemos prever un nuevo sistema de comunicación en el futuro, naturalmente, pero será inspirado sin ninguna duda a partir del celular, será una refundición posiblemente del celular tal como lo conocemos ahora. El Internet, lejos de arrebatarle feligresía al celular, sólo parece ampliar su habilidad mágica. Es un hecho conocido que los distintos objetos espectaculares se relacionan y encumbran mutuamente, hoy por hoy. El celular es un objeto tan poderoso, porque asimila la cultura actual de la manera más perfecta: es el más artístico de los cristales. Y descristalizar un teléfono celular es una delicada operación que requiere, por lo menos, un libro. Aquí nos limitamos a mencionarlo, para que el lector se forme una idea más clara de lo que entendemos por un cristal. Quizá empezará a ver su propio teléfono celular de otra manera, de ahora en adelante. Nada nos haría más felices que eso.
El celular, ya lo dijimos, es un cristal complejo, pero el mensaje sobre todo predominante en un celular es el que nos invita a la ubicuidad (pero en realidad es la vigilancia) y la globalización (pero en realidad es el enjaulamiento). Un celular modela el ideal de la expansión. En un mundo cada vez más atiborrado, apretado, es preciso dar la ilusión de una salida: la teletransportación. Porque mientras el consumidor tenga viva en él la sensación de desplazo, no habrán revoluciones; mientras el consumidor crea que el mito de la carretera sigue vigente –ahora en ondas celulares– entonces no exigirá cambios. Mientras él se sienta Dios, no tendrá razón alguna para destruir a Dios. El cristal teléfono celular está diciendo: soy poder; me muevo en el espacio; devoro extensiones. El cristal teléfono celular también da el sentimiento de comunidad, de congregación, de religión (pero en realidad adelgaza la comunicación). Los consumidores de teléfonos celulares forman parte de una secta gigantesca. Para que exista un teléfono celular tienen que haber por lo menos dos personas, por eso el cristal dice: uníos. Pero no dice uníos por el mero hecho.
Por tecnología entendemos generalmente tecnología de punta. Tecnología que avanza más rápido que el mensaje. Pero el mensaje está siempre antes que la tecnología, porque la tecnología es un cristal.
La tecnología no es solamente lo que aliviana, como usualmente se piensa. De hecho la tecnología es lo que enturbia. Si la tecnología acorta distancias o tiempos es solamente porque es un cristal que ha sido diseñado de esa forma: es un atributo criptomórfico que se le ha implantado. Pero la tecnología podría ser, si lo quisiéramos, algo perfectamente inútil, algo sin sentido, y sin embargo no es así. Esto es importante.
Nos damos cuenta que la tecnología es un cristal que produce cristales. Estamos hablando de secuencias cristálicas. Hay un proyecto de formar una superficie cultural determinada. ¿Cuánto tiempo podrá la tecnología mantener su forma velada, su engaño?
¿Cómo mantiene su engaño, sobre todo? A través de los subcristales que produce. Mientras no podamos apartar la vista de los gadgets, entonces no podremos develar el sentido oculto en el cristal tecnología. Es lo que se dice pensar en grande. Tenemos que pensar a la vez en el subcristal y en el cristal. Tenemos que pensar dos veces. Tenemos que pensar doble.
La aparición del software también tiende a emborronar las huellas, a recomplicar. Porque el software alieniza los rasgos criptomórficos, los vuelve etéreos, angélicos, lejanos, como criaturas de otros mundos. Este recurso de extrañeza aturde al espectador. El espectador piensa que por ser algo tan elevado, es algo que está por encima del mensaje, cuando es totalmente lo inverso: el mensaje es quién produce el software. Esta desmaterialización del cristal –o software– nos introduce a una concepción hiperromántica del mundo –ilegítima, por supuesto. Estamos en las esferas supersticiosas de la tecnología. Pero justamente lo que nos interesa a nosotros es desmitificar los objetos cotidianos, devolverlos a su realidad material, haciendo patente la intención mágica de sus constructores. Explicar el amuleto, y en el proceso de explicación destronarlo, retirarle sus poderes. El software es una realidad material con pretensiones mesiánicas. Entonces tenemos tres capas: el mesianismo del objeto: detrás de éste, la seudoingenuidad del objeto; y detrás de éste, el mensaje verdadero. Tres capas… pero detrás del mensaje, está la realidad material del objeto: lo que es: su neutralidad pura: su ecuanimidad.
Todo el mundo lo tiene, lo quiere tener, ha pensado siquiera en la posibilidad de tenerlo: el I Pod, ese reciente gadget de la Apple, que se supone está revolucionando nuestra manera de escuchar la música. El I Pod es de momento el objeto más patente del mercado: un objeto espectacular. U2 le prestó su imagen en un momento dado, pero en verdad el I Pod ya tiene y es su propia imagen. Como otros objetos espectaculares (upgrades de software, sistemas de GPS, televisores de plasma), el I Pod es un producto con mensaje; llamémosle: un cristal. ¿Qué mensaje está oculto dentro de este pequeño artefacto?
Un cristal es un objeto que sintetiza y encripta la visión de la cultura dominante. Todos los objetos manufacturados hoy en día traen consigo –ya sea en sus funciones o en su diseño– una expresión de lo que se espera de nosotros: una desiderata. Puede que sea una expresión velada o abierta. Generalmente, es velada, o tiene un componente velado. Los cristales nos rodean, están en todos lados, son como pequeños niños encantadores, susurrándonos mensajes al oído.
Todo el tiempo los cristales son reemplazados por otros cristales, en la medida en que el mensaje cambia, o en la medida en que los mensajeros cambian para esconder lo no cambiante del mensaje, cuando la monotonía está a punto de arrancarnos la venda de los ojos.
Pero cuando hemos dicho que el I Pod es de momento el objeto más espectacular del mercado, básicamente nos estábamos equivocando. En realidad hay otros ejemplos de objetos más espectaculares todavía. Entre ellos, encontraremos los teléfonos celulares.
El celular es el breakthrough de los objetos espectaculares de las últimas décadas. Su valor es tan estimable como el de la televisión, acaso. Sobre todo, teniendo en cuenta que se trata de la reactualización de un antiguo objeto espectacular, el teléfono a secas. Es tan importante este adminículo que hoy vemos a personas padeciendo reales obsesiones por los teléfonos celulares; por ejemplo hay adolescentes que se deprimen por qué no han conseguido cierto modelo que apenas acaba de salir al mercado; o empleados convencidos de que cierto teléfono celular en específico los va a colocar mejor laboralmente. Y otra suerte de irracionalismos. El teléfono celular es un objeto espectacular que promete sucesivas reinvenciones, un soporte duradero de diseño de masas, y podemos prever un nuevo sistema de comunicación en el futuro, naturalmente, pero será inspirado sin ninguna duda a partir del celular, será una refundición posiblemente del celular tal como lo conocemos ahora. El Internet, lejos de arrebatarle feligresía al celular, sólo parece ampliar su habilidad mágica. Es un hecho conocido que los distintos objetos espectaculares se relacionan y encumbran mutuamente, hoy por hoy. El celular es un objeto tan poderoso, porque asimila la cultura actual de la manera más perfecta: es el más artístico de los cristales. Y descristalizar un teléfono celular es una delicada operación que requiere, por lo menos, un libro. Aquí nos limitamos a mencionarlo, para que el lector se forme una idea más clara de lo que entendemos por un cristal. Quizá empezará a ver su propio teléfono celular de otra manera, de ahora en adelante. Nada nos haría más felices que eso.
El celular, ya lo dijimos, es un cristal complejo, pero el mensaje sobre todo predominante en un celular es el que nos invita a la ubicuidad (pero en realidad es la vigilancia) y la globalización (pero en realidad es el enjaulamiento). Un celular modela el ideal de la expansión. En un mundo cada vez más atiborrado, apretado, es preciso dar la ilusión de una salida: la teletransportación. Porque mientras el consumidor tenga viva en él la sensación de desplazo, no habrán revoluciones; mientras el consumidor crea que el mito de la carretera sigue vigente –ahora en ondas celulares– entonces no exigirá cambios. Mientras él se sienta Dios, no tendrá razón alguna para destruir a Dios. El cristal teléfono celular está diciendo: soy poder; me muevo en el espacio; devoro extensiones. El cristal teléfono celular también da el sentimiento de comunidad, de congregación, de religión (pero en realidad adelgaza la comunicación). Los consumidores de teléfonos celulares forman parte de una secta gigantesca. Para que exista un teléfono celular tienen que haber por lo menos dos personas, por eso el cristal dice: uníos. Pero no dice uníos por el mero hecho.
Por tecnología entendemos generalmente tecnología de punta. Tecnología que avanza más rápido que el mensaje. Pero el mensaje está siempre antes que la tecnología, porque la tecnología es un cristal.
La tecnología no es solamente lo que aliviana, como usualmente se piensa. De hecho la tecnología es lo que enturbia. Si la tecnología acorta distancias o tiempos es solamente porque es un cristal que ha sido diseñado de esa forma: es un atributo criptomórfico que se le ha implantado. Pero la tecnología podría ser, si lo quisiéramos, algo perfectamente inútil, algo sin sentido, y sin embargo no es así. Esto es importante.
Nos damos cuenta que la tecnología es un cristal que produce cristales. Estamos hablando de secuencias cristálicas. Hay un proyecto de formar una superficie cultural determinada. ¿Cuánto tiempo podrá la tecnología mantener su forma velada, su engaño?
¿Cómo mantiene su engaño, sobre todo? A través de los subcristales que produce. Mientras no podamos apartar la vista de los gadgets, entonces no podremos develar el sentido oculto en el cristal tecnología. Es lo que se dice pensar en grande. Tenemos que pensar a la vez en el subcristal y en el cristal. Tenemos que pensar dos veces. Tenemos que pensar doble.
La aparición del software también tiende a emborronar las huellas, a recomplicar. Porque el software alieniza los rasgos criptomórficos, los vuelve etéreos, angélicos, lejanos, como criaturas de otros mundos. Este recurso de extrañeza aturde al espectador. El espectador piensa que por ser algo tan elevado, es algo que está por encima del mensaje, cuando es totalmente lo inverso: el mensaje es quién produce el software. Esta desmaterialización del cristal –o software– nos introduce a una concepción hiperromántica del mundo –ilegítima, por supuesto. Estamos en las esferas supersticiosas de la tecnología. Pero justamente lo que nos interesa a nosotros es desmitificar los objetos cotidianos, devolverlos a su realidad material, haciendo patente la intención mágica de sus constructores. Explicar el amuleto, y en el proceso de explicación destronarlo, retirarle sus poderes. El software es una realidad material con pretensiones mesiánicas. Entonces tenemos tres capas: el mesianismo del objeto: detrás de éste, la seudoingenuidad del objeto; y detrás de éste, el mensaje verdadero. Tres capas… pero detrás del mensaje, está la realidad material del objeto: lo que es: su neutralidad pura: su ecuanimidad.
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