Cuando escribí este texto, se empezaba a poner de moda el blog. Me pareció pertinente hacer unos apuntes sobre el género del diario, género por demás que siempre ha sido muy mío. La nota apareció en Siglo XXI. ¿El Monitor?
Se le ha considerado a veces un género menor. Y sin embargo ha sido cultivado por gigantes como Musil, Kafka, o Monterroso. No se necesita de una cámara de cuatro mil dólares para percibir mejor la realidad. Nunca subestimemos la importancia de un diario.
"This is the Dragon that devours his Tayle"
Se le ha considerado a veces un género menor. Y sin embargo ha sido cultivado por gigantes como Musil, Kafka, o Monterroso. No se necesita de una cámara de cuatro mil dólares para percibir mejor la realidad. Nunca subestimemos la importancia de un diario.
"This is the Dragon that devours his Tayle"
Atalanta fugiens
El diario como acto de vida
La mañana me ha traído la noticia de la muerte de Quiroa. Algunas mañanas como ésta optan por renunciar a su traje doméstico y habitual (listerine/café/trabajo), nos muestran más bien su recalcitrante desnudez; tal desnudez es la muerte.
Y no sólo la Gente se muere (la Gente: categoría lejana y reconfortante). También se muere la Gente Especial, la Gente que no es Gente: ¡los Individuos se mueren, los Artistas se mueren! Hasta Quiroa, que estaba muy vivo, tan coleando, se ha muerto.
De inmediato, el arrebato por poseerlo, por hacer que se quede. ¿Cómo era Quiroa? Quiero recoger los pequeños detalles de su vida, el polvo de las horas, y con ello hacer la argamasa del recuerdo; levantar al Golem.
Borges, él es quien nos explica en El libro de los seres imaginarios que “Golem” se llamó al hombre creado por combinación de letras. Si tan sólo Quiroa nos hubiese dejando un diario… Entonces podríamos cambiar, permutar, asociar… El diario es la noticia de lo nimio, cuando lo nimio es perfectamente la vida. ¿Cómo habrá sido la cotidianidad de Quiroa? Jamás lo sabré del todo.
Así que el diario es el último bastión, el nido más íntimo del recuerdo. Un diario es un acto de resistencia ante la muerte. Después del diario, lo cedemos todo.
Últimas palabras de Pavese, antes de su legendario suicidio, extraídas de su diario (entrada del 18 de agosto de 1950): “Basta de escribir. Un gesto. No escribiré más.”
Y los somníferos.
(También pienso en el diario de Ana Frank, en su inocente desesperación. Cuando visité su residencia/escondite, en Holanda, lloré al ver las carátulas de su libro: todas las ediciones existentes, en todos los idiomas posibles.)
Se escribe un diario para no volverse uno loco.
Ahora bien, el diario no es solamente una muralla contra la muerte; es a la vez un canal para la vida. En efecto, el diario es un enorme generador de significación. El escritor de diarios se sintoniza con el acontecimiento de la existencia, abre sus sentidos (los físicos y los otros), afila su conciencia, sensibiliza su juicio, su voluntad, su carácter. Está, en cierta medida, más vivo que los demás, está alerta y pendiente de todo lo que se manifiesta alrededor y dentro de él, de lo doméstico y lo trascendental, de lo individual y lo unitivo, de lo exultante y lo doloroso, de los detalles infinitos, por insignificantes que sean, que matizan el mundo: la grieta en el muro; la forma en que su mujer llora; una anécdota contada por la señora de la tienda... Es un Recolector, un Entomólogo en busca de los Insectos de su Inmediatez. Está meditando.
Por supuesto, no todos los diaristas son descriptivos, tan objetivos, tan desprendidos. Los hay que imponen en su diario una subjetividad pasional, viscosa y egocéntrica, a menudo muy amena. Son los exhibicionistas. El mayor de todos, siendo, por supuesto, el narcisista Salvador Dalí (este año se cumplen cien años de su nacimiento), el maestro, el bufón: nadie como él para epatar a burgués, y de paso, entretenerlo.
Y aquí cabe agregar que todo lector de diarios es un voyeurista: espía la manera en que los demás espían al mundo.
El diario como sublimación
¿Un Recolector, un Entomólogo en busca de los Insectos de su Inmediatez? El escritor de diarios no es nada de esto. No exactamente. El escritor de diarios, es, solamente, hermosamente, un tramposo, cuya labor grande consiste en adornar la realidad (así el mero hablar del tedio, y disponerlo en frases y sintaxis, ya es una sublimación del mismo tedio).
En general, nos encontramos con tres tipos de diario, entonces: el diario Policía, el diario Madre Teresa, el diario Vitrina, o sea el diario de confesiones. Todos pretenden ser auténticos, todos pretenden ser fieles, y todos son, en una medida, falsos. Queda claro que no está mal que sean así.
Veamos.
1) El diario Policía.
El diario Policía excluye, excluye, excluye. El escritor no lo ingresa todo: mete lo que le conviene, lo que le gusta: discrimina, redondea, consigna. Diario tramposo, xenófobo (sólo admite ciertos sectores de la realidad) y fascista. No anota las propias debilidades… Pura propaganda.
Todos los diarios especializados son variantes del diario Policía, en el sentido de que no abarcan la totalidad de la existencia. Así el diario de guerra, el diario de viajes (Carrillo, el Gran Sublimador; Crusöe, el Sobreviviente), el diario científico (autoabsorción pura), el diario sexual (Catherine M.), y sobre todo, el diario culto.
Detengámonos aquí, en el diario culto. Estoy hablando de esos diarios en dónde se estila, se entrecomilla, se cita… Diario metatextual por excelencia: cada entrada es como un pie de página, un golpe crítico. Aquí no hay espacios para las minucias. Sólo la Cultura, la Teología, la Ciencia, caben. El diario es un vehículo del Conocimiento. A veces, es Insoportable.
2) El diario Madre Teresa.
Un diario se fija siempre en lo que nadie se fija, en lo fútil de la vida, transformándolo en el acto. Como alquimia. Todo lo convierte en oro. Catapulta el hábito, el spleen, cualquier movimiento banalizante, a las esferas de lo imprevisible y onírico. Transforma la realidad y lo doméstico: surgen relaciones. Capta lo mecánico, y en el acto le arranca la vestidura aburrida y leprosa, como un violador le arranca a una secretaria la camisa ingrávida. La vida es un sueño visto a través del sueño del diario. De este proceso de sublimación utilizado por los artistas nos habló Freud (lo mejor es ir a las fuentes originales) en su ensayo Los dos principios del suceder psíquico: “El artista es, originariamente, un hombre que se aparta de la realidad, porque no se resigna a aceptar la renuncia a la satisfacción de las pulsiones por ella exigida en primer término, y deja libres en su fantasía sus deseos eróticos y ambiciosos. Pero encuentra el camino de retorno desde este mundo imaginario a la realidad, constituyendo con sus fantasías, merced a dotes especiales, una nueva especie de realidades, admitidas por los demás hombres como valiosas imágenes de la realidad.”
Es así como Dalí llegó incluso a contarnos en su diario las cosas más interesantes acerca de sus propias deposiciones, y todo eso lo leímos felices.
3) El diario Vitrina.
El diario es una suerte de espejo para verse a sí mismo, o una especie de ventana para ver a los demás: uno de esos archiclásicos espejos/ventana. A través del diario lo inventariamos todo, mosquitos, rupturas sentimentales, menús de restaurante incluidos, hasta formar con todo lo inventariado una pasta sofocante de peticiones y gemidos dolorosos como hierro hirviendo.
Entonces lo regurgitamos. A esto se le llama usualmente Confesión. La Confesión proviene de fuente tan dilecta como San Agustín. En esta dinámica, lo guía al escritor de diarios la certeza de que confesar le trae un efecto liberador, y pasada la tormenta, una hornacina serena en el vientre, un hueco de serenidad. El diario se transforma en una herramienta poderosa de catarsis, entendida en el sentido original: purificación de las pasiones a través de la tragedia.
El diario como soledad y como antídoto
NUNCA leer un diario de un teenager. De hacerlo, lo mejor es no contárselo. El berrinche podría tener efectos cósmicos. Es como robarle el fuego a Prometeo.
En este momento, son millones los adolescentes que están encriptando su asombro y su disentimiento, en un arrebato inesperado. En este experimento, encuentran que la vida se escurre de un modo distinto, quizá mejor. Que la ilusión los proteja de otras ilusiones peor intencionadas.
¿Dieciséis, diecisiete años…? No sé exactamente cuántos años tenía cuando incursioné en mi primer diario. Era un cuaderno grande, de tapa dura, y con líneas. Era, en todo sentido, el diario de un adolescente. De un adolescente un poco petulante (citas literarias, palabras ampulosas) pero de un adolescente al fin. El cuaderno aún lo tengo, pero hace mucho tiempo que arranqué las hojas comprometedoras…
Llegó la idea de escribir un diario y fue como una salvación. En aquella época me sentía como un náufrago entre glaciares. La idea de construirme una vida paralela me pareció de lo más sugestivo. En el diario anotaba mis ideas, mis observaciones, el bricolaje incesante de mi asco mental. También puse dibujos. Me hubiese incluso gustado adherirle a las páginas canciones, videos… No quería circunscribirme al lenguaje escrito. Ahora, en la web, eso es más que posible: es perfectamente habitual.
Era como si hubiese descubierto una llave. Y en verdad lo había hecho. Había descubierto la primera cosa totalizante de mi vida. En efecto, un diario es un intento por abarcarlo todo, por recogerlo todo, por asumirlo todo. Ese carácter unitivo del diario da una sensación (falsa, por lo demás) de identidad. Por fin, una cosa dispersa como yo, torpe como yo, había encontrado un engrudo para amalgamar los días y las sensaciones: un súmmum, incluso, un sentido.
Es por eso que los adolescentes tienden a escribir diarios, me parece.
Los adolescentes suelen ser auténticos solitarios, en el sentido más exaltado y a la vez más insoportable de la palabra. El adolescente perpetúa, generación tras generación, el rito bello y monótono de sentirse incomprendido. El diario, ha sido, lo será siempre, el eterno acompañante de los insociables.
No todos los adolescentes son misántropos, por supuesto. Y no sólo los adolescentes son misántropos, menos mal. Pessoa, por ejemplo era un solitario excepcional. Su Libro del desasosiego es un largo, bello, urbano, muy poético, manifiesto sobre la desolación, la incuria, la farsa, la indiferencia, lo ilusorio, lo momentáneo y lo escurridizo.
En mi opinión, el solitario vocacional tiende a sentirse especial en su soledad, ya sea que se trate de una soledad nihilista o una soledad mística. Le otorga extrema importancia a su vida separada y secreta. La secretividad del diario corrobora su manera de vivir, a distancia de lo mundano. En cierta forma, le da poder. Creemos que somos especiales por poseer una vida oculta, una vida mental privada. El diario es como un cofre mágico, Arca de la Alianza, tesoro intenso enterrado en una isla exótica, cosa prohibida. Allí residen los pensamientos más inmorales, los deseos impertinentes, especialmente, los devaneos sexuales y homosexuales.
Naturalmente, muchos de esos diarios púbicos luego se vuelven públicos: comercial y mitológicamente públicos, esto es. Es el caso de Anaïs Nin. La vida sexual de Catherine M., si de convencionalismos se trata, es un auténtico confesionario vaginal.
Estamos viviendo en la década de los shows de realidad, es decir: de la expulsión, de la confesión, de la exteriorización de lo privado. Paradójicamente, sólo el diario nos puede devolver a nuestra intimidad.
Pero para ello, no publicarlo es un requisito.
El diario como literatura
Pero si los grandes no hubiesen publicado sus diarios, ¿qué sería de nosotros, pobres títeres menesterosos, sin gloria alguna ni duración? Nuestros propios diarios son más bien paganos, lóbregos remedos… Lo mejor es leer directamente a los grandes y, en lo posible, aprender.
Los diarios de los famosos son muestras de estilo y agudeza, anecdotarios riquísimos, portentos del humor, graves o mordaces. Y sobre todo, un profesional de los diarios sabe ajustar cuentas como nadie: un francotirador.
Muchas veces el escritor famoso escribe un diario para mantener algún control o seguridad sobre su vida, pero asimismo sobre su obra y su trabajo. Es de lo más interesante recoger sus observaciones sobre su propia obra, puestas allí en el momento mismo cuando la está creando.
Existen, entre los famosos, dos tipos básicos de diarios: 1) el diario íntimo creado por el escritor; o: 2) el diario íntimo creado por un personaje del escritor.
1) El diario íntimo creado por el escritor.
¿Quién comenzó esta modalidad de hacer diarios, me pregunto? Esto es, de un
modo serio: ¿quién publicó por primera vez un diario? Tenemos que pensar en Rousseau necesariamente: Las ensoñaciones de un paseante solitario. Este libro significó para mí entrar en contacto con la Sensibilidad, en su forma agraviada y majestuosa; tal libro, preámbulo a todo el romanticismo francés, me introdujo de lleno a los poetas del XIX, y tales poetas (desde Lamartine hasta Laforgue) significaron mi perdición: toda una vida de automutilación y lamento. No me arrepiento de nada.
Los franceses nos han dejado a grandes diaristas: desde Vigny hasta Roland Barthes, pasando por Stendhal, Beaudelaire y Gide, un diarista excepcional, gigante de las letras, minotauro de la cultura francesa, santo patrón de los homosexuales, quién legó un monumental mamotreto: Journal.
Entre los diarios imprescindibles de todos los tiempos encontramos el ya mencionado de Pavese, El oficio de vivir. Recomendable es visitar a Tolstoi en sus Diarios (1895–1910). Me parece que ya hemos mencionado a Pessoa, aunque todavía no a Josep Pla: El cuaderno gris es un clásico. Tengo un profundo cariño por el español Francisco Umbral (a él le debo mi amor mayoritario por el género) y es obligado leer libros suyos como La belleza convulsa, Diario político y sentimental, Un ser de lejanías, entre otros. Gombrowicz cumple este año cien años de nacimiento, por lo cuál podemos acercarnos a sus reputadas incursiones como cronista de sí mismo. También hay mujeres. Encontramos a Virginia Woolf, por supuesto, y a la gran Sylvia Plath: ahora hallamos sus diarios sin censura, sin la censura que le había impuesto su marido, el poeta Ted Hughes (también Leonard Woolf había podado los escritos biográficos de su mujer, por cierto, para no herir la sensibilidad de terceros). Recuerdo haber leído con algún gusto los Cuadernos de Lanzarote, de Saramago. El guatemalteco Augusto Monterroso escribió un diario muy ingenioso, La letra E. ¿Y cómo olvidar los diarios de Kafka?
2) El diario íntimo creado por el personaje de un escritor.
Muchas novelas han sido escritas en forma de diarios. La primera obra de tal índole que acaso yo leí fue La Náusea, el diario de Antoine Roquetin. Ese libro cambió por completo mi vida y le tengo un cariño inexorable. Tuvo el amargo destino de volverse la novela arquetípica del existencialismo, para detrimento de la novela, y para detrimento del existencialismo.
Escribir un libro de ficción en clave de diario es un recurso más bien trillado, que requiere mucho talento para que no caiga en la región obscena y mullida del lugar común. Entre los diarios de ficción leídos últimamente que me han gustado recomendaré dos: la serie de Horacio Dos, del español Eduardo Mendoza; y Diario de un hombre humillado, de Félix de Azúa, autentico tour de force en la redacción de un diario inventado.
El diario como incesto
Por incesto entendemos esa relación ilícita que a veces, con alguna frecuencia, se da entre parientes. Experiencia harto inquietante, según relatan los que han transitado por ella.
El crimen es posible entre padre e hija (entre padre e hija adoptiva, asimismo, como en el caso Woody Allen), entre hermana y hermano (la película de Bertolucci Los soñadores nos ilustra al respecto), entre primos (muy habitual), entre tía y sobrino (Vargas Llosa escribió un libro al respecto), entre mamá e hijo (lo edípico) y otras variantes interesantes, incluso más interesantes. En Internet, hay toda una industria pornográfica alrededor del incesto.
Resultado de estas relaciones es a veces un hijo. A veces un hijo fronterizo. Es posible que al hijo fronterizo lo escondan. Lo escondan en el ático. O en alguna finca de la familia.
De la misma manera, muchas veces los escritores de diarios esconden su diario. El diario es el hijo fronterizo de los escritores (nacido de quién sabe cuál deseo culpable). El escritor tiene otros hijos, que no lo avergüenzan: el poema, la columna, la novela, el ensayo. ¿Por qué a veces al escritor le avergüenza el diario, no lo puede ni ver a los ojos? ¿Es por ser el tonto de la familia?
NO. Es por algo más grave, es por un hecho inmoral: es porque mantiene un intercambio de fluidos constante con él; porque se relaciona en la intimidad con él; porque se mezcla impúdicamente con él; porque el Pudor lo está matando.
Me interesa hablar del anillo de Ouroboros. El anillo de Ouroboros es un símbolo arcano de la alquimia: una serpiente mordiéndose su propia cola. Podríamos decir que la cabeza es la escritura y la cola es la vida (y viceversa). El proceso circular –“autofecundador” diría una mente más perfecta que la mía– es el diario. Vivir es una invitación a escribir; escribir es una invitación a vivir. El diario es fronterizo, mayormente por estar en la frontera: la frontera promiscua en donde vida y literatura se unen.
El diario como moda
Un último apunte. El diario se ha vuelto a poner de moda, gracias a la web. Han proliferado los weblogs.
Un weblog es un diario para los inagotables braceros que pueblan el mundo cibernético. Son de carácter público, y pueden llegar a ser casi tan instantáneos como la radio, en cuánto a publicación, sin fugarse por ello de la región de la escritura.
Es notorio lo que los blogs han hecho para la manufactura de diarios. Los diarios nunca han sido patrimonio de literatos (todo lo contrario: se han mantenido gracias a las personas que nada tienen que ver con la literatura), y eso se comprueba sobre todo en el blogging.
Los bloggers forman una comunidad enorme y aplicada. Imposible seguirle rastro a los miles de miles de miles de blogs que lastran y abarrotan la red como pescados en la atarraya.
El weblog revolucionó la publicación. En efecto, ya no hace falta ningún mediador cultural (es la muerte de los editores y los fiscales culturales) ni tampoco ningún medio cultural (es la muerte de las revistas, los periódicos, los libros).
El diario como acto de vida
La mañana me ha traído la noticia de la muerte de Quiroa. Algunas mañanas como ésta optan por renunciar a su traje doméstico y habitual (listerine/café/trabajo), nos muestran más bien su recalcitrante desnudez; tal desnudez es la muerte.
Y no sólo la Gente se muere (la Gente: categoría lejana y reconfortante). También se muere la Gente Especial, la Gente que no es Gente: ¡los Individuos se mueren, los Artistas se mueren! Hasta Quiroa, que estaba muy vivo, tan coleando, se ha muerto.
De inmediato, el arrebato por poseerlo, por hacer que se quede. ¿Cómo era Quiroa? Quiero recoger los pequeños detalles de su vida, el polvo de las horas, y con ello hacer la argamasa del recuerdo; levantar al Golem.
Borges, él es quien nos explica en El libro de los seres imaginarios que “Golem” se llamó al hombre creado por combinación de letras. Si tan sólo Quiroa nos hubiese dejando un diario… Entonces podríamos cambiar, permutar, asociar… El diario es la noticia de lo nimio, cuando lo nimio es perfectamente la vida. ¿Cómo habrá sido la cotidianidad de Quiroa? Jamás lo sabré del todo.
Así que el diario es el último bastión, el nido más íntimo del recuerdo. Un diario es un acto de resistencia ante la muerte. Después del diario, lo cedemos todo.
Últimas palabras de Pavese, antes de su legendario suicidio, extraídas de su diario (entrada del 18 de agosto de 1950): “Basta de escribir. Un gesto. No escribiré más.”
Y los somníferos.
(También pienso en el diario de Ana Frank, en su inocente desesperación. Cuando visité su residencia/escondite, en Holanda, lloré al ver las carátulas de su libro: todas las ediciones existentes, en todos los idiomas posibles.)
Se escribe un diario para no volverse uno loco.
Ahora bien, el diario no es solamente una muralla contra la muerte; es a la vez un canal para la vida. En efecto, el diario es un enorme generador de significación. El escritor de diarios se sintoniza con el acontecimiento de la existencia, abre sus sentidos (los físicos y los otros), afila su conciencia, sensibiliza su juicio, su voluntad, su carácter. Está, en cierta medida, más vivo que los demás, está alerta y pendiente de todo lo que se manifiesta alrededor y dentro de él, de lo doméstico y lo trascendental, de lo individual y lo unitivo, de lo exultante y lo doloroso, de los detalles infinitos, por insignificantes que sean, que matizan el mundo: la grieta en el muro; la forma en que su mujer llora; una anécdota contada por la señora de la tienda... Es un Recolector, un Entomólogo en busca de los Insectos de su Inmediatez. Está meditando.
Por supuesto, no todos los diaristas son descriptivos, tan objetivos, tan desprendidos. Los hay que imponen en su diario una subjetividad pasional, viscosa y egocéntrica, a menudo muy amena. Son los exhibicionistas. El mayor de todos, siendo, por supuesto, el narcisista Salvador Dalí (este año se cumplen cien años de su nacimiento), el maestro, el bufón: nadie como él para epatar a burgués, y de paso, entretenerlo.
Y aquí cabe agregar que todo lector de diarios es un voyeurista: espía la manera en que los demás espían al mundo.
El diario como sublimación
¿Un Recolector, un Entomólogo en busca de los Insectos de su Inmediatez? El escritor de diarios no es nada de esto. No exactamente. El escritor de diarios, es, solamente, hermosamente, un tramposo, cuya labor grande consiste en adornar la realidad (así el mero hablar del tedio, y disponerlo en frases y sintaxis, ya es una sublimación del mismo tedio).
En general, nos encontramos con tres tipos de diario, entonces: el diario Policía, el diario Madre Teresa, el diario Vitrina, o sea el diario de confesiones. Todos pretenden ser auténticos, todos pretenden ser fieles, y todos son, en una medida, falsos. Queda claro que no está mal que sean así.
Veamos.
1) El diario Policía.
El diario Policía excluye, excluye, excluye. El escritor no lo ingresa todo: mete lo que le conviene, lo que le gusta: discrimina, redondea, consigna. Diario tramposo, xenófobo (sólo admite ciertos sectores de la realidad) y fascista. No anota las propias debilidades… Pura propaganda.
Todos los diarios especializados son variantes del diario Policía, en el sentido de que no abarcan la totalidad de la existencia. Así el diario de guerra, el diario de viajes (Carrillo, el Gran Sublimador; Crusöe, el Sobreviviente), el diario científico (autoabsorción pura), el diario sexual (Catherine M.), y sobre todo, el diario culto.
Detengámonos aquí, en el diario culto. Estoy hablando de esos diarios en dónde se estila, se entrecomilla, se cita… Diario metatextual por excelencia: cada entrada es como un pie de página, un golpe crítico. Aquí no hay espacios para las minucias. Sólo la Cultura, la Teología, la Ciencia, caben. El diario es un vehículo del Conocimiento. A veces, es Insoportable.
2) El diario Madre Teresa.
Un diario se fija siempre en lo que nadie se fija, en lo fútil de la vida, transformándolo en el acto. Como alquimia. Todo lo convierte en oro. Catapulta el hábito, el spleen, cualquier movimiento banalizante, a las esferas de lo imprevisible y onírico. Transforma la realidad y lo doméstico: surgen relaciones. Capta lo mecánico, y en el acto le arranca la vestidura aburrida y leprosa, como un violador le arranca a una secretaria la camisa ingrávida. La vida es un sueño visto a través del sueño del diario. De este proceso de sublimación utilizado por los artistas nos habló Freud (lo mejor es ir a las fuentes originales) en su ensayo Los dos principios del suceder psíquico: “El artista es, originariamente, un hombre que se aparta de la realidad, porque no se resigna a aceptar la renuncia a la satisfacción de las pulsiones por ella exigida en primer término, y deja libres en su fantasía sus deseos eróticos y ambiciosos. Pero encuentra el camino de retorno desde este mundo imaginario a la realidad, constituyendo con sus fantasías, merced a dotes especiales, una nueva especie de realidades, admitidas por los demás hombres como valiosas imágenes de la realidad.”
Es así como Dalí llegó incluso a contarnos en su diario las cosas más interesantes acerca de sus propias deposiciones, y todo eso lo leímos felices.
3) El diario Vitrina.
El diario es una suerte de espejo para verse a sí mismo, o una especie de ventana para ver a los demás: uno de esos archiclásicos espejos/ventana. A través del diario lo inventariamos todo, mosquitos, rupturas sentimentales, menús de restaurante incluidos, hasta formar con todo lo inventariado una pasta sofocante de peticiones y gemidos dolorosos como hierro hirviendo.
Entonces lo regurgitamos. A esto se le llama usualmente Confesión. La Confesión proviene de fuente tan dilecta como San Agustín. En esta dinámica, lo guía al escritor de diarios la certeza de que confesar le trae un efecto liberador, y pasada la tormenta, una hornacina serena en el vientre, un hueco de serenidad. El diario se transforma en una herramienta poderosa de catarsis, entendida en el sentido original: purificación de las pasiones a través de la tragedia.
El diario como soledad y como antídoto
NUNCA leer un diario de un teenager. De hacerlo, lo mejor es no contárselo. El berrinche podría tener efectos cósmicos. Es como robarle el fuego a Prometeo.
En este momento, son millones los adolescentes que están encriptando su asombro y su disentimiento, en un arrebato inesperado. En este experimento, encuentran que la vida se escurre de un modo distinto, quizá mejor. Que la ilusión los proteja de otras ilusiones peor intencionadas.
¿Dieciséis, diecisiete años…? No sé exactamente cuántos años tenía cuando incursioné en mi primer diario. Era un cuaderno grande, de tapa dura, y con líneas. Era, en todo sentido, el diario de un adolescente. De un adolescente un poco petulante (citas literarias, palabras ampulosas) pero de un adolescente al fin. El cuaderno aún lo tengo, pero hace mucho tiempo que arranqué las hojas comprometedoras…
Llegó la idea de escribir un diario y fue como una salvación. En aquella época me sentía como un náufrago entre glaciares. La idea de construirme una vida paralela me pareció de lo más sugestivo. En el diario anotaba mis ideas, mis observaciones, el bricolaje incesante de mi asco mental. También puse dibujos. Me hubiese incluso gustado adherirle a las páginas canciones, videos… No quería circunscribirme al lenguaje escrito. Ahora, en la web, eso es más que posible: es perfectamente habitual.
Era como si hubiese descubierto una llave. Y en verdad lo había hecho. Había descubierto la primera cosa totalizante de mi vida. En efecto, un diario es un intento por abarcarlo todo, por recogerlo todo, por asumirlo todo. Ese carácter unitivo del diario da una sensación (falsa, por lo demás) de identidad. Por fin, una cosa dispersa como yo, torpe como yo, había encontrado un engrudo para amalgamar los días y las sensaciones: un súmmum, incluso, un sentido.
Es por eso que los adolescentes tienden a escribir diarios, me parece.
Los adolescentes suelen ser auténticos solitarios, en el sentido más exaltado y a la vez más insoportable de la palabra. El adolescente perpetúa, generación tras generación, el rito bello y monótono de sentirse incomprendido. El diario, ha sido, lo será siempre, el eterno acompañante de los insociables.
No todos los adolescentes son misántropos, por supuesto. Y no sólo los adolescentes son misántropos, menos mal. Pessoa, por ejemplo era un solitario excepcional. Su Libro del desasosiego es un largo, bello, urbano, muy poético, manifiesto sobre la desolación, la incuria, la farsa, la indiferencia, lo ilusorio, lo momentáneo y lo escurridizo.
En mi opinión, el solitario vocacional tiende a sentirse especial en su soledad, ya sea que se trate de una soledad nihilista o una soledad mística. Le otorga extrema importancia a su vida separada y secreta. La secretividad del diario corrobora su manera de vivir, a distancia de lo mundano. En cierta forma, le da poder. Creemos que somos especiales por poseer una vida oculta, una vida mental privada. El diario es como un cofre mágico, Arca de la Alianza, tesoro intenso enterrado en una isla exótica, cosa prohibida. Allí residen los pensamientos más inmorales, los deseos impertinentes, especialmente, los devaneos sexuales y homosexuales.
Naturalmente, muchos de esos diarios púbicos luego se vuelven públicos: comercial y mitológicamente públicos, esto es. Es el caso de Anaïs Nin. La vida sexual de Catherine M., si de convencionalismos se trata, es un auténtico confesionario vaginal.
Estamos viviendo en la década de los shows de realidad, es decir: de la expulsión, de la confesión, de la exteriorización de lo privado. Paradójicamente, sólo el diario nos puede devolver a nuestra intimidad.
Pero para ello, no publicarlo es un requisito.
El diario como literatura
Pero si los grandes no hubiesen publicado sus diarios, ¿qué sería de nosotros, pobres títeres menesterosos, sin gloria alguna ni duración? Nuestros propios diarios son más bien paganos, lóbregos remedos… Lo mejor es leer directamente a los grandes y, en lo posible, aprender.
Los diarios de los famosos son muestras de estilo y agudeza, anecdotarios riquísimos, portentos del humor, graves o mordaces. Y sobre todo, un profesional de los diarios sabe ajustar cuentas como nadie: un francotirador.
Muchas veces el escritor famoso escribe un diario para mantener algún control o seguridad sobre su vida, pero asimismo sobre su obra y su trabajo. Es de lo más interesante recoger sus observaciones sobre su propia obra, puestas allí en el momento mismo cuando la está creando.
Existen, entre los famosos, dos tipos básicos de diarios: 1) el diario íntimo creado por el escritor; o: 2) el diario íntimo creado por un personaje del escritor.
1) El diario íntimo creado por el escritor.
¿Quién comenzó esta modalidad de hacer diarios, me pregunto? Esto es, de un
modo serio: ¿quién publicó por primera vez un diario? Tenemos que pensar en Rousseau necesariamente: Las ensoñaciones de un paseante solitario. Este libro significó para mí entrar en contacto con la Sensibilidad, en su forma agraviada y majestuosa; tal libro, preámbulo a todo el romanticismo francés, me introdujo de lleno a los poetas del XIX, y tales poetas (desde Lamartine hasta Laforgue) significaron mi perdición: toda una vida de automutilación y lamento. No me arrepiento de nada.
Los franceses nos han dejado a grandes diaristas: desde Vigny hasta Roland Barthes, pasando por Stendhal, Beaudelaire y Gide, un diarista excepcional, gigante de las letras, minotauro de la cultura francesa, santo patrón de los homosexuales, quién legó un monumental mamotreto: Journal.
Entre los diarios imprescindibles de todos los tiempos encontramos el ya mencionado de Pavese, El oficio de vivir. Recomendable es visitar a Tolstoi en sus Diarios (1895–1910). Me parece que ya hemos mencionado a Pessoa, aunque todavía no a Josep Pla: El cuaderno gris es un clásico. Tengo un profundo cariño por el español Francisco Umbral (a él le debo mi amor mayoritario por el género) y es obligado leer libros suyos como La belleza convulsa, Diario político y sentimental, Un ser de lejanías, entre otros. Gombrowicz cumple este año cien años de nacimiento, por lo cuál podemos acercarnos a sus reputadas incursiones como cronista de sí mismo. También hay mujeres. Encontramos a Virginia Woolf, por supuesto, y a la gran Sylvia Plath: ahora hallamos sus diarios sin censura, sin la censura que le había impuesto su marido, el poeta Ted Hughes (también Leonard Woolf había podado los escritos biográficos de su mujer, por cierto, para no herir la sensibilidad de terceros). Recuerdo haber leído con algún gusto los Cuadernos de Lanzarote, de Saramago. El guatemalteco Augusto Monterroso escribió un diario muy ingenioso, La letra E. ¿Y cómo olvidar los diarios de Kafka?
2) El diario íntimo creado por el personaje de un escritor.
Muchas novelas han sido escritas en forma de diarios. La primera obra de tal índole que acaso yo leí fue La Náusea, el diario de Antoine Roquetin. Ese libro cambió por completo mi vida y le tengo un cariño inexorable. Tuvo el amargo destino de volverse la novela arquetípica del existencialismo, para detrimento de la novela, y para detrimento del existencialismo.
Escribir un libro de ficción en clave de diario es un recurso más bien trillado, que requiere mucho talento para que no caiga en la región obscena y mullida del lugar común. Entre los diarios de ficción leídos últimamente que me han gustado recomendaré dos: la serie de Horacio Dos, del español Eduardo Mendoza; y Diario de un hombre humillado, de Félix de Azúa, autentico tour de force en la redacción de un diario inventado.
El diario como incesto
Por incesto entendemos esa relación ilícita que a veces, con alguna frecuencia, se da entre parientes. Experiencia harto inquietante, según relatan los que han transitado por ella.
El crimen es posible entre padre e hija (entre padre e hija adoptiva, asimismo, como en el caso Woody Allen), entre hermana y hermano (la película de Bertolucci Los soñadores nos ilustra al respecto), entre primos (muy habitual), entre tía y sobrino (Vargas Llosa escribió un libro al respecto), entre mamá e hijo (lo edípico) y otras variantes interesantes, incluso más interesantes. En Internet, hay toda una industria pornográfica alrededor del incesto.
Resultado de estas relaciones es a veces un hijo. A veces un hijo fronterizo. Es posible que al hijo fronterizo lo escondan. Lo escondan en el ático. O en alguna finca de la familia.
De la misma manera, muchas veces los escritores de diarios esconden su diario. El diario es el hijo fronterizo de los escritores (nacido de quién sabe cuál deseo culpable). El escritor tiene otros hijos, que no lo avergüenzan: el poema, la columna, la novela, el ensayo. ¿Por qué a veces al escritor le avergüenza el diario, no lo puede ni ver a los ojos? ¿Es por ser el tonto de la familia?
NO. Es por algo más grave, es por un hecho inmoral: es porque mantiene un intercambio de fluidos constante con él; porque se relaciona en la intimidad con él; porque se mezcla impúdicamente con él; porque el Pudor lo está matando.
Me interesa hablar del anillo de Ouroboros. El anillo de Ouroboros es un símbolo arcano de la alquimia: una serpiente mordiéndose su propia cola. Podríamos decir que la cabeza es la escritura y la cola es la vida (y viceversa). El proceso circular –“autofecundador” diría una mente más perfecta que la mía– es el diario. Vivir es una invitación a escribir; escribir es una invitación a vivir. El diario es fronterizo, mayormente por estar en la frontera: la frontera promiscua en donde vida y literatura se unen.
El diario como moda
Un último apunte. El diario se ha vuelto a poner de moda, gracias a la web. Han proliferado los weblogs.
Un weblog es un diario para los inagotables braceros que pueblan el mundo cibernético. Son de carácter público, y pueden llegar a ser casi tan instantáneos como la radio, en cuánto a publicación, sin fugarse por ello de la región de la escritura.
Es notorio lo que los blogs han hecho para la manufactura de diarios. Los diarios nunca han sido patrimonio de literatos (todo lo contrario: se han mantenido gracias a las personas que nada tienen que ver con la literatura), y eso se comprueba sobre todo en el blogging.
Los bloggers forman una comunidad enorme y aplicada. Imposible seguirle rastro a los miles de miles de miles de blogs que lastran y abarrotan la red como pescados en la atarraya.
El weblog revolucionó la publicación. En efecto, ya no hace falta ningún mediador cultural (es la muerte de los editores y los fiscales culturales) ni tampoco ningún medio cultural (es la muerte de las revistas, los periódicos, los libros).
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