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Diario y una línea


Este texto apareció en el libro Los nuevos escritores y Luis Cardoza y Aragón. Es un texto escrito en la adolescencia literaria. No sabía si ponerlo, de hecho, porque hay tanta ingenuidad en él. Pero en fin, lo dejaremos.


a las cenizas de Cardoza


Sábado 10 de marzo

No sabría qué escribir al respecto de Cardoza, salvo estos apuntes dispersos. Es una forma de sentirme a gusto con su persona, pues difícilmente me gustaría extraviarme en trabajos de tesis o investigaciones sobre el antigueño; en cambio, las anotaciones me permiten aún una relación menos previsible con él.

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Espero que Cardoza, con su centenario, no se convierta en una embolia de majadería y rumor institucional. Es lo más probable.

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Elipsis y contradicción. Es notable para Cardoza el vacío que pone entre sus frases. Supongo que eso quiso encontrar en el surrealismo, una forma de reunir frases que son soledades líricas. El suyo es un pensamiento elíptico. Claro, eso da lugar a contradicciones, pero a contradicciones que parten justamente del espíritu poético de la contradicción; son honradas.

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He ido a conseguir a Cardoza a las librerías. No encontré ninguna cosa. En el Fondo, sólo estaba El Río, lo demás se había acabado. En Sophos lo mismo, apenas el librillo que editó el Bolo Flores. Igual en El Pensativo, que ni siquiera tenía la obra sobre la revolución del '44. En Artemis, un ejemplar de Dibujos de ciego, pero no en la tienda en donde yo estaba, sino en la zona 4, según comprobamos en la computadora. Es triste eso. Ahora me parecen que hacen una reedición de Cardoza, pero en el marco del centenario, que es justo el momento cuando no hay que reeditar a los poetas queridos, pues de ser así quedan notablemente perplejos por la gracia, aún estando muertos. ¿Cuántas veces pudo Cardoza usar la palabra plumero? No sé, pero seguro de haberlo hecho habrá entonces sido para soñar cínicamente con fenómenos parecidos: esos homenajes convenientes por cronológicos, por académicos. En Guatemala la academia tiende a disolverse en sí misma. Para mientras, Cardoza no se encuentra en librerías.

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Marcos se acerca al DF. Puedo sentir que se trata de un evento que nos toca a los guatemaltecos de un modo muy cercano, por varias razones.

"A los indígenas siguen despojándolos, bombardeándolos hasta por aire. El capitalismo, que los ha condenado, proseguirá arrollándolos: la situación en Chiapas, Oaxaca, en todo México, es aterradora."


Domingo 11 de marzo

Están por sacar de nuevo (edición facsímil, me parece) la famosa edición de Alero dedicada a Luis Cardoza y Aragón. Había en esa publicación mucha calidad, sin duda. Abre el documento la siguiente frase: "A Luis Cardoza y Aragón, la voz más alta de nuestras letras, este testimonio de reconocimiento a su vida y su obra: a su vocación de patriota y creador."

Dos cosas sobre tal dedicatoria. En principio, es curioso cómo al llamarle "la voz más alta de nuestras letras" no se trata de un mero cumplido más o menos institucional. Es muy probable que Cardoza sí sea el escritor más interesante que ha dado Guatemala.

Me ha llamado la atención otro detalle: "a su vocación de patriota y creador". Yo no podría hacer equivalentes en una frase esos dos términos, el segundo estando muy por arriba del primero, el primero siendo un mero derivado del segundo.

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No volvería a leer Guatemala, las líneas de su mano, un libro que desde el título provoca escozor. Es un libro raro; no hay que decir que se trata de una obra innovadora, por ejemplo en cuanto a estructura. Se trata solamente de un libro que se quiso totalizador, y que recoge una serie de lecturas (no todas) sobre un país, puestas allí de un modo bastante convencional, narrativamente hablando. Es de suponer que pudo haber hecho algo más complejo. Pero en tanto que hablamos de un escritor de frases, quizá no hay por qué exigir estructuras. He leído que el hecho de yuxtaponer el ensayo histórico, la biografía, y la interpretación lírica es novedoso; si algo, me parece conveniente.

No entiendo además cómo el afán totalizador queda en una forma truncado. Cardoza dedica la segunda parte del libro a los escritores, como si sólo los escritores valiesen para explicar la identidad. Nos quedamos con un libro raro, desproporcionado, en alguna medida. La primera parte es un recorrido en el espacio de Guatemala; la tercera un recorrido en el tiempo. La parte de los escritores –a segunda, ya dijimos– queda allí agregada, sin verdadero constreñimiento con el texto.

La misma sensación de gratuidad narrativa nos queda de El Río. El matiz sólo debe servir para dar cuerpo a las simetrías y proporciones.


Lunes 12 de marzo

¿No estoy siendo injusto con Guatemala...? Es como si he dejado afuera con meticuloso cuidado ciertos trozos que me deberían en todo caso recordar algo. Además, es un libro de aliento, que organiza una serie de intuiciones y datos, lo cual siempre me puede causar interés. Por momentos, se pervive en el texto.

Una prosa que ahora siento demasiado específica para mi gusto, demasiado rica de estilo, talvez. Para mí era grandioso, entonces; estaba leyendo a Neruda también, entonces por allí la cosa, imaginen. Les di un texto mío a unos amigos, y me parece que les pareció basura; por eso, por excesivo. Olvidaba –detrás de esa primera influencia ingenua que extraje de Cardoza– lo verdaderamente importante: la calidad de lo hondo. Creo que si por algo me puede gustar
Cardoza por momentos es por eso: por lo hondo.

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Además, algunos párrafos impecables.

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Me pregunto si en Editorial Universitaria publicarán esto. Doy por entendido que buscaban materiales académicos sobre el antigueño, pero dado que eso no me interesa, les doy otra cosa. Tengo que progresar hacia el desenfado con Cardoza. El mísmo lo hubiese apreciado con facilidad. En todo caso el texto me lo pidieron ellos, tendrán que publicarlo. Hace tanto tiempo que no siento el tono de una universidad.

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Compruebo en El Río que no hay una referencia a Bachelard, lo cuál lamento un poco. Hubiese sido muy oportuna alguna reflexión de Cardoza en torno suyo. ¿Qué habrá o habría leído en El agua y los sueños? ¿Estoy equivocado?


Martes 13 de marzo

Pero es obvio que a Cardoza le hubiese parecido interesante Bachelard, pero en el fondo su relación con la materia es otra. Por lo mismo es que admira a Artaud; es la materia cruel. Bachelard trata sobre la psicología de la materia; Artaud mira por ella la desesperación. El primero parte de principios prístinos y fundadores, con lo cual su trabajo es clarificador; Artaud en cambio enigmatiza, pues concibe la materia como algo violento y nudoso y trágico. ¿No hay en Soledad de la fisiología claros ecos artaudianos? Aunque claro que en Cardoza hay más imagen, menos traducción. Traducir la materia es el más alto ejercicio de honradez.

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El jueves es la "declaratoria oficial del Centenario de Luis Cardoza y Aragón". No tengo muchas ganas de ir, pero debo decir que está muy bien que se haya reeditado este número de Alero de Cardoza. Allí estará Roberto Díaz Castillo, quien hizo entonces (1976, cuando yo nacía, es increíble) la publicación. Espero que sea una cosa honrosa. No me parece que el homenaje que hizo Prensa Libre a principios de año haya sido nada honrosa (demasiada prisa), no había allí talento. Hoy estaba leyendo una reseña bastante impecable sobre el último libro de Sergio Pitol en La Jornada, y me dio como tristeza. Nos gustaría a todos leer cosas así en los diarios del país.


Miércoles 14 de marzo

Dedico este pequeño diario a las cenizas de Cardoza. Es una imagen que a él le hubiese gustado, una imagen extrema e invocante. Pero además hago de tal modo la dedicatoria, pues todo ese asunto de la urna de Cardoza y sus cenizas degeneró al fin en algo más bien bochornoso. He hablado con varia gente al respecto, y debo decir que aún no me queda claro el asunto.


Domingo 18 de marzo

En Internet encontré una reseña (Juan José Reyes) que me ha provocado interés; sobre El Río, toca al menos dos puntos que deben resolverse de una vez en cuanto a Cardoza. Me interesa en especial uno, el asunto de lo ambiguo, que el reseñista expone con citas sobre Paz, extraídas del libro. Le parece escandaloso –aunque no ingenuo, como allí parece reconocer– la forma contradictoria en que Cardoza habla del mexicano. Salta incluso la frase: "El poeta guatemalteco, héroe al fin en el sentido que él concibe, basa su tránsito por el río de la memoria y de la existencia en una vieja táctica: no quedar mal con nadie". Y más adelante: "Pero el espejito no puede servir para todo: no da razones. Cardoza debió explicar las suyas, si las tiene".

El asunto de la ambigüedad nos lleva, naturalmente, al asunto del estilo, de la retórica. Y aquí recupero otra frase de la reseña: "Ya no es ingenuo achacarle a Paz el empleo de alguna retórica. Por desgracia es torpe. Todo el libro de Cardoza está tejido con todas las lentejuelas y las crinolinas de lo cursi (...)"

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Dije en Luis y Laura, según recuerdo, que Cardoza no era un hipócrita, que sabía que la palabra no bastaba para nombrar el mundo. Y sin embargo, su prosa parte de un exceso de confianza en el lirismo, en el efecto, en la impudicia verbal. Quizá pensaba al decirlo en una frase suya: "Siempre acuden tarde las palabras". Y porque conozco bien cómo abusa de ciertas trampas del lenguaje: pienso para el caso en esa manía suya de poner mayúsculas por doquier.

Las mayúsculas siempre esconden el vacío.


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Bibliomancias. Cinco frases encontradas al azar en El Río:

“Estoy harto de las memorias o lo que sean en las cuales la falsedad trasciende de tal modo que hay que taparse las narices.”

“Hace casi un siglo, en 1890, Gómez Carrillo autorrepatriado de 17 años llegó a Paris, Tierra Prometida, a quedarse para siempre. Lo han olvidado los parisienses, los argentinos, los españoles y de los guatemaltecos nada más yo lo recuerdo.”

“Jamás he podido sentarme detrás del escritorio de una oficina, si bien coma una vez a la semana.”

“Tamayo no pinta este o aquel tema, pinta cuadros. Su contenido es pintura.”

“Había un partido, escasos comunistas: los comunistas hubiesen peleado.”


Martes 20 de marzo

Nos han llevado un ejemplar de Artefacto, de Nicaragua, y allí he encontrado una entrevista con este personaje Gómez Sicre. Le preguntan: "¿Y qué me dice de los críticos de arte de México?" Y responde: "Creo que los dos mejores son extranjeros: Cardoza y Aragón, buen poeta y amigo. Y Raquel Tibol, mi enemiga en muchas situaciones".

En El arte de la crítica, que aparece en Alero, Cardoza explica lo que la crítica significa para él. Es un texto construido a base de aforismos, que vienen a ser justamente los pilares dinámicos de la opinión de Cardoza, la calistenia vital de sus convicciones.

Claro, extrañamos la aventura de un corpus situado, pero es que entonces ya no hablaríamos de Cardoza. Al fin, lo bueno es que existan tipos así. No digo que todos nos volvamos iguales, pero encuentro sano en Cardoza el no tener ningún temor a la diáspora. Y más aún: que tenga una fe un tanto heroica en la poesía como proceso unificador de lo disperso. Es una actitud netamente surrealista.

Yo diría que Cardoza llegó muy lejos en el proceso de entender la crítica, y eso se respeta. Y aquí puedo decir con toda certeza que Cardoza no era ningún hipócrita, que conocía perfectamente los límites de su arte. Una vez entendido los parámetros del mismo, uno procede a sitiar con aplomo los fenómenos, a encerrarlos, aunque también a liberarlos. En cualquier convicción hay una voluntad que se ejerce.

La crítica es como la condición humana: movediza, contigente; con todo, sublime.

* * *

"La pintura no se hace con ideas. Se hace con formas significativas."


Viernes 23 de marzo

¿Del indio? Cuando leí La patria del criollo me resultaron inquietantes las afinidades que había entre Cardoza y Severo Martínez. Yo diría que Cardoza tiene una idea un tanto más puesta al día aunque, si nos detenemos un tanto, esta perspectiva se hace quebradiza. Encuentro una explicación: la convicción lírica de sus puntos de vista forma articulaciones más resueltas, que se superan a sí mismas espontáneamente. La poesía se trasvasa a sus validaciones, les presta alguna rotundidad.

En el fondo, Cardoza no tenía una idea demasiado extensiva del asunto del indio, salvo una conciencia muy humana de su condición. Lo que sí es que nos ha dejado frases que hay que guardar cerca, muy cerca: "Lo folklórico no es nacional por cuanto la nación no es folklórica"; "Las organizaciones indias necesitarán de intelectuales indios, no de mestizos soñadores, y menos de indigenistas"; "Nos maravillan los trajes indígenas y se olvida a quien visten"... Lo que hace falta entre estas frases son ligazones, lo que hace falta es orden.


Sábado 24 de marzo

Pasa con los grandes personajes que, una vez desaparecidos, aún seguimos reclamando su opinión al respecto de ciertos fenómenos. Los fenómenos han surgido luego de su muerte, pero por una razón guardan con ellos un motivo inteligible. Es bastante ridículo –por imposible– que me pregunte cómo Cardoza se podría insertar en ciertas ideas que le sobrepasan históricamente (pienso en Guy Debord; pienso en el posmodernismo). Probablemente no se hubiese acomodado de un modo demasiado original; aún así, estamos seguros que Cardoza merece seguir vivo más allá de su muerte, por la honradez con la cual vivió su experiencia, experiencia que es aún la nuestra, aunque la nuestra es otra. Quizá la actual esfera de acción intelectual se encuentra abierta hacia la de ellos, pues la de ellos lo está todavía con nosotros. Aunque más allá de una continuidad inevitable en las ideas, como es obvio, se trata de otra cosa. Ese motivo inteligible entre Cardoza y yo en este momento es un reconocimiento que se encuentra por encima de la historia. ¿Un clásico? No veo por qué no.


Domingo 25 de marzo

No me gustaría vivir tantos años como Cardoza. Admiro su longevidad, su longevidad creativa, pero ya no es tiempo de figuras lentas como el siglo (acaba de morir Uslar Pietri). La era de grandes intelectuales –los mismos que se extendían hacia todos lados, los ecuménicos, compañeros de grandes épocas históricas– ha terminado (¿en Francia?). Claro, léaseme bien: hoy existen, y mucho, esos pesos pesados, neurálgicos, inagotables, pero la figura del intelectual ha cambiado o está cambiando ahora mismo. Me parece más asombroso el matiz en el escritor, que la compulsiva construcción de una voluntad totalizante. Me dan un poco risa esos escritores que opinan sobre todo todo el tiempo. Y justamente, la edad le da a la gente la sensación de que puede estar en todos lados, ubicuo de criterio, pues según cree lo sabe todo. Cabe agregar que hoy en día, paradójicamente, unificar corresponde a disgregarse. Una vida entera: cuánto exceso, qué promiscuidad intelectual, dilapidándose impunemente. Una vida larga carece de perversión privada. Por el contrario, una vida corta da la justa medida de secretividad que me gustaría tener. Lo único que puede justificar la compilación exagerada de años es el asombro. Por fortuna Cardoza supo sostenerlo hasta el final, con dignidad.


Lunes 26 de marzo

Bibliomancias

"En la soledad del adolescente sentíame esparcido, sin acoger ídolo alguno, que todo templo es burdel."

"Prometió verme la misma noche y después de cenar llegó vestida con elegancia, como a una fiesta. ¿Se arregló así de acuerdo con algún pretexto? ¿Vestida para que la desnudase?"

"Ningún mexicano se dio cuenta de que Artaud vivía la tempestad de su generación, de que Artaud, más que de drogas, moría de laberintos ciegos, de hiperestesia y de estupor."

"Recojo y subrayo lo que juzgo capital para descubrir y fortalecer la filigrana del origen de nuestro sentimiento de nacionalidad."

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El ente asonántico. Me parece que fue con Cardoza, justamente, que yo empecé a sentir el significado interior del sonido en la escritura. Un hábito malsano cuando se dilapida (cosa que me sucedió durante mucho tiempo) pero un hábito que hace entender la espesura enigmática de la prosa. Es como si ese orden privado de la asonancia amplifica los contenidos. Muchos de los mejores momentos de profundidad que hay en Cardoza se los dio la asonancia, que es uno de los tantos azares formales que existen. Estos escinden el sentido, para extraer figuras hondas de pensamiento. La musicalidad es ajena a los contenidos, pero los modifica.


Miércoles 28 de marzo

Hundirse en los palimpsestos de la estrechez mental. Entenderlo todo. Derribarlo.

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Cardoza, centenario y todo, aparece poco en columnas. Le mencionó la otra vez Luz Méndez de la Vega, y luego algún otro; nadie más. Aquí habría que leer varias cosas. En principio, que el centenario de Cardoza no ha generado mucho entusiasmo. En segundo lugar, que Cardoza está poco presente en el imaginario intelectual de los guatemaltecos. En tercer lugar, que la cultura (entendida ésta en su acepción estricta) no parece informar demasiado el pensamiento de este país.

Analicemos una a una estas cuestiones.

Lo primero: esa suerte de apatía en torno al centenario de Cardoza. No hay de qué extrañarse, ciertamente, pues bien sabemos que la cultura ha sido brutalmente impedida en el país. Pero, ¿no hay otra cosa? Con Asturias, en el centenario, se multiplican los actos y homenajes (parasitarios y oficiales, en su mayoría, pero al fin habrá una presencia regular de Asturias en el ambiente). Con lo cual queda demostrado que la cultura, aunque pobremente, se manifiesta. Claro que se trata del Premio Nóbel; eso influye. Cardoza no se lee en los colegios; Asturias sí. Cardoza, y aquí mi tesis, está desapareciendo vertiginosamente de su país (la reciente apropiación de Cardoza por parte de ciertos escritores jóvenes es muy parcial, es la verdad). Su obra no tuvo la suerte de Miguel Angel Asturias, cuyos libros están a disposición del público.

Lo segundo: los columnistas no utilizan a Cardoza para pensar, por lo general. Tengo la impresión de que la clase intelectual en su totalidad –izquierda, derecha; simpatizantes y contrarios– no ha sabido sostener un continuum entre su pensamiento y el nuestro. Un continuum, insisto, que debe resolverse tanto por parte de aquellos que le aprecian como por parte de sus adversarios. No es que Cardoza sea una figura pobre, prescindible, desde luego. Es que, lo contrario, no ha sido leído con intensidad, y los criterios sobre él no pasan del lugar común y tienden a disminuir.

De la tercera cosa se puede decir lo más delicado. La cultura no respira en las columnas. O lo que es lo mismo: los columnistas carecen de cultura. Se está pensando en recintos estrechos. La cultura en ello juega un papel exultante, al escindir los marcos de referencia de los pensadores hacia soluciones imprevistas. Pero aquí se concibe apenas como complemento, es decir como mentira.

La cultura actúa sobre todo en el lenguaje. El lenguaje, tal y como lo descubrimos en el diccionario, es un lenguaje cerrado. Cuando la cultura toca las palabras, las obliga a manifestarse, provoca en ellas un estiramiento semántico, una incomodidad creativa, y deben rebelarse contra lo que son. Ya decía Cortázar que el escritor es el enemigo del lenguaje, y me parece que lo decía en tal sentido. Si un columnista de izquierda habla del ejército, hay que terminar por aceptar que no está diciendo prácticamente nada. La palabra se ha vuelto una mera abstracción, un pozo, y allí caen las piedras, pero las piedras no causan daño, no se escucha su sonido cuando llegan al fondo. La palabra ejército es una realidad vacía, acomodaticia, recibidora de cualquier criterio, inmutable; está allí como la diana: pero ya sabemos cómo la diana no siente ninguna cosa.

El poder entonces se ha apropiado de la palabra, derogándola. Ya no encontramos en ella resonancias íntimas, estragos. Es necesario volverla a inventar. O importar otra palabra, que revele entereza semántica. Si en el fondo han dejado que los columnistas hablen del ejército en sus columnas, es porque no hay en ello mayor daño (otra historia es cuando se mencionan militares específicos, bien probado está...)

La cultura actúa en el lenguaje y el lenguaje actúa en nosotros. Actúa en nosotros hacia afuera, diuréticamente. Así es como se extiende nuestro mundo/referencia. El lenguaje enriquece la serie de pactos con los cuáles entendemos entornos, ideas, personas, el silencio mismo. No se trata meramente de tener más información dentro, como un fermento propio o interior. Son formas de traducción que se acomodan y desacomodan constantemente, críticamente, con respecto al comportamiento del mundo.


Sábado 31 de marzo

Una tarde de verano. Sábado. Ya no puedo intimar con antiguos caprichos; con aquellos vicios envidiados, anhelados, ejercidos en otros años, ya no. Hoy no queda, ni muy siquiera, la nostalgia. El tiempo ha dejado de prolongarse en nosotros. Y allí, así las cosas, no aburrido, no dilapilado, solamente lento de vida, descubrí otra vez en el anaquel el libro de Cardoza.

Algún tiempo llevaba de lectura, olvidé lo que había que olvidar, de lleno en la obra, extraviado en páginas y páginas. Al principio, pude especular, pude pensar que sabía en dónde estaba. Creí reconocer un punto de referencia. Pero ya estaba equivocado: ¿en qué parte del río me había perdido?

La embarcación siguió hacia adelante, y eso talvez fue lo menos inteligente, lo más inteligente talvez era quedarse quieto. La vegetación hacinada casi sospechosamente, complicada, por encima del agua. ¿Qué animales intuidos me observaban, desde enigmáticos sitios, cuáles creaciones raras? (¿Qué palabras nombrarán estas palabras?)

Una vez entrada la noche, la desesperación fue total. Me rascaba la piel, mordida por insectos metálicos, como si se tratase de la piel de otro, como si no doliera. La fiebre había subido, se manifestaba en escalofríos seguidos y arbitrarios. La noche era práctica, era también dolorosa. Hambre, signos.

Estaba a punto de morir, era tanta la sed. Y entonces sucedió lo más hermoso: al final del río estaba el mar, como una vasta región, la poesía. De llorar, hubiese llorado mucho.


Lunes 2 de abril

Es abril; este diario no será demasiado largo, ya veo. ¿Sería correcto continuarlo durante todo el año, el año mismo del centenario? ¿No sería excesivo, exceso de Cardoza? Pero comprendo que este es el momento para hacerlo. Hay que escribir sobre las cosas ahora, pues luego no volverán. Eso es triste para un escritor: "debí haberlo escrito entonces".


Jueves 5 de marzo

El Río. Habrá que solidarizarse con la labor –deliberada, conmovedora– de Cardoza por registrar la memoria, y hay que agradecer que se trata entonces de una memoria interior, calada por lo propio, y lo más propio en Cardoza es la poesía. Hoy está en boga la memoria estadística, así llamémosle, la memoria cuya finalidad es ser memoria autorizada, y no simplemente memoria. Las novelas testimoniales están embrujadas por tal superstición.

Habrá que seguir el ejemplo de Cardoza, y guardar a Cardoza como si se tratase de otro de nuestros fantasmas subjetivos (lo es, de hecho), concebir interpretaciones cuya trama suceda en nosotros, en nuestros dientes, y participe de nuestras sombras y aspiraciones. Leerlo desde lo que somos, privados, habitar a Cardoza, ya no sólo con aire de centenario, sino por la vía de nuestra idiosincracia histórica, y allí mismo prestarle vida. Es en todo caso la mejor manera de evadir el bronce mal hecho. Son tantos los homenajes sin nervio...

De no prestarle a la historia nuestras manías, la historia no sabrá prestarnos su gran, terrible, fascinante, delirio objetivo.

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Bibliomancias

"Nos quedamos atónitos al comprobar después, años después, que aquella estrofa es un recuerdo de infancia extinguido, que se alumbró y encontró su sitio en unas palabras o en los trazos sobre un lienzo."

"Del consejo de redacción de Vuelta se repite: descansa en Paz."

"Un estupor de palomas de la hoja en blanco se levanta."

"El Doctor Atl, con perspicaz ironía: "En México se ha pintado la mejor pintura soviética que conozco."

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Cena con M... Allí me dice que Cardoza nunca llevó consigo un fusil. El 30-30, una falacia.


Sábado 8 de marzo

Frases insoportables de Cardoza, frases inútiles de Cardoza:

"No he sido revolucionario; acaso, nada más, he sido un hombre modesto que tuvo vergüenza desde niño."


Domingo 9 de marzo

La mano tiembla un poco menos cuando escribe; la mano es oscura por dentro.

Tomamos agua para no morirnos, pero en el fondo de los vasos hay dientes amarillos, que no sabremos tragarnos.

Alentados por el sol (cuyo fin es calentar por toda la eternidad los vidrios de los carros, de los edificios), murmuramos en libros gordos nuestros lentos humanos pudores.

La mano escribe con uñas espantosas. (Cuando nací, cuenta mi abuela, tenía las manos muy moradas, negras ya, mínimas y oscuras. Al parecer se había enrollado el cordón umbilical en el cuello del niño; me asfixiaba, y no llegaba
la sangre a las extremidades.)

Entristecidos quedan los hombres en viejas fotografías de periódicos, y por ello me he dado cuenta que la vida hay que contarla de otra manera.

El verano ha llegado, y pocos aquí piensan en los escritores de manos enigmáticas que ya el tiempo llevó. Los hombres compran en grandes edificios ropa para sentirse bien, calculan cantidades, sienten (por primera vez en el año) cómo los fluidos del cuerpo tienen algo de excitante. Pero es más noble podrirse bajo la luz hechiza, amarillenta, de la lámpara, escribiendo diarios sin nombre; quizá entendiendo cómo el clima trabaja en nuestras especulaciones, en nuestros fantasmas obsesos; quizá pensando en un hombre y sus últimos
momentos en Coyoacán.

La idea es: algunos han dejado de pensar en el triste hombre de manos arrugadas que escribe delante de un gran escritorio, y que se prepara a entrar al mar, pero no al mar promiscuo de arena y protector solar, sino al verdadero mar, al gran mar, y allí no se trata de echar una vistazo subrepticio a la tierna adolescente, mínima y precozmente sexual, que nada edénicamente mientras el señor la mira, siempre mirando que no lo mire la mujer, pero todo eso es fácil, la verdad, y con los años aburre, yo hablo de otro mar, ya el hombre de las manos arrugadas ha introducido los dedos arquetípicos en el agua, en el mar que yo también busco, el hondo lugar, bajo la luz pálida de mi lámpara.


Ultima línea

Aspiro a ser un espejo de distancias.

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