Pobre Julio. Qué muerte, la suya. Accedí presentar su libro póstumo (en el CCE), como un homenaje, y una reparación por una simpatía perdida en la noche.
No puede decir por qué los demás escriben, por qué Julio escribió esta novela que hoy presentamos. Sobre esta cuestión yo nada sé. ¿Qué es lo que lo llevó a privilegiar ciertos tonos internos y verbalizarlos? ¿Era para Julio la literatura una forma de afianzar el carácter, de afirmarse en el mundo, de vengarse, de expresión, de libertad, qué? Yo tengo varias percepciones. Pero no son más que eso: percepciones. Frente a los autores muertos, tenemos que entender algo: las preguntas son las respuestas. No hay traducción. No hay nada claro. Sólo hay percepciones.
Lo primero que me ha llamado la atención de la novela de Julio es el título, que por lo demás me ha parecido excelente: La blasfemia gótica. ¿Por qué blasfemia? ¿Se trata de la blasfemia de un personaje? ¿O es la obra una blasfemia en sí?
Estas preguntas bastaron para sumergirme de inmediato en la lectura. A lo largo de ésta, tuve reacciones diversas. Varias complicidades. Ciertos juicios. Me conmovió ciertamente la forma en que Julio –y estoy especulando, como ya dije, interpretando– quiso cristalizar su propia visión de identidad, se esforzó por lograr una síntesis original entre lo local y lo universal. Si lo logró o no, no puedo decirlo. Si estaba contento con los resultados, yo no lo sé. Pero la búsqueda es latente. Que quede bien claro que ésta no es la descripción de una identidad ya dada, sino un tanteo en lo informe, en lo que no tiene forma. Y más aún: es pura literatura fantástica. Lo cuál me causa de inmediato agrado, porque soy fanático del género. A eso hay que sumarle los varios chispazos, las intuiciones fluorescentes, el sentido que Julio ya tenía de la frase, del humor. En esta novela hay muchas promesas.
Yo doy gracias porque Julio llevó este libro a Magna Terra. Eso requiere valor. Eso es valor. Los hay que dicen: “lo mejor es esperar”, “publicar a los cincuenta años”, y esas tonterías. A los cincuenta años, vamos a estar todos muertos. Hay que saltar por encima de todas las torpezas, las cursilerías, las oscuridades, y en general adolescencias de una primera novela, y arriesgarse a aprender de lo publicado. Aprender que los personajes de los libros son de carne y hueso, y no figuras de un diálogo de Platón. Aprender que la novela no es poesía. Aprender a desarrollar, a tener paciencia narrativa, a concebir un proyecto de verosimilitud, a fraguar una trama fuerte, que no sea una superficial colección de episodios sinápticos, o un mamotreto desproporcionado. En el caso de Julio, lo triste es que ya no podrá aprender de sus aciertos. Ya él sabía cómo colocar las ideas, las intenciones emocionales en una frase, ya sabía bastante del ritmo, ya había hecho suyas ciertas audacias... Pero más que las frases, o la construcción argumental de la obra, lo que más me ha gustado de La blasfemia gótica es que hay en ella imaginación.
La gente piensa que los escritores escriben de la muerte para “epatar al burgués”, para “escandalizar”. Pero la muerte, la necrología, el gore, el borderline, la desolación fisiológica, la escatología, el aborto, la mutilación, la descomposición, todas esas son imágenes que el artista paga muy caro. Es decir: es algo que va mucho más allá del morbo. Los que investigan estas cosas por medio del arte están hipotecando su integridad espiritual, aunque no lo sepan, y los demás en cierta forma deberíamos de estar agradecidos con ellos, porque nos están evitando procesos muy caros, muy complejos, pero sobre todo porque nos dan una esperanza: de lo excrementicio puede nacer algo bello. Esto que digo ahora mismo es blasfemia. Es la famosa blasfemia gótica de Julio. Ese Cristo que nace de la muerte. Que nace de los órganos de un muerto. Que nace del cadáver urbano, en dónde se conmutan los gases pestíferos en espacios implosivos. La ciudad/cadáver, con sus prostitutas, sus drogas, su sexo, su marginalidad eremítica. Esa misma ciudad en dónde un escritor muere asfixiado en su apartamento de la zona 1. Lo cuál me parece curioso: es como si la muerte de Julio fuera una especie de homenaje a su novela y a sus personajes. Pero eso, bien entendido, no es más que una percepción.
No puede decir por qué los demás escriben, por qué Julio escribió esta novela que hoy presentamos. Sobre esta cuestión yo nada sé. ¿Qué es lo que lo llevó a privilegiar ciertos tonos internos y verbalizarlos? ¿Era para Julio la literatura una forma de afianzar el carácter, de afirmarse en el mundo, de vengarse, de expresión, de libertad, qué? Yo tengo varias percepciones. Pero no son más que eso: percepciones. Frente a los autores muertos, tenemos que entender algo: las preguntas son las respuestas. No hay traducción. No hay nada claro. Sólo hay percepciones.
Lo primero que me ha llamado la atención de la novela de Julio es el título, que por lo demás me ha parecido excelente: La blasfemia gótica. ¿Por qué blasfemia? ¿Se trata de la blasfemia de un personaje? ¿O es la obra una blasfemia en sí?
Estas preguntas bastaron para sumergirme de inmediato en la lectura. A lo largo de ésta, tuve reacciones diversas. Varias complicidades. Ciertos juicios. Me conmovió ciertamente la forma en que Julio –y estoy especulando, como ya dije, interpretando– quiso cristalizar su propia visión de identidad, se esforzó por lograr una síntesis original entre lo local y lo universal. Si lo logró o no, no puedo decirlo. Si estaba contento con los resultados, yo no lo sé. Pero la búsqueda es latente. Que quede bien claro que ésta no es la descripción de una identidad ya dada, sino un tanteo en lo informe, en lo que no tiene forma. Y más aún: es pura literatura fantástica. Lo cuál me causa de inmediato agrado, porque soy fanático del género. A eso hay que sumarle los varios chispazos, las intuiciones fluorescentes, el sentido que Julio ya tenía de la frase, del humor. En esta novela hay muchas promesas.
Yo doy gracias porque Julio llevó este libro a Magna Terra. Eso requiere valor. Eso es valor. Los hay que dicen: “lo mejor es esperar”, “publicar a los cincuenta años”, y esas tonterías. A los cincuenta años, vamos a estar todos muertos. Hay que saltar por encima de todas las torpezas, las cursilerías, las oscuridades, y en general adolescencias de una primera novela, y arriesgarse a aprender de lo publicado. Aprender que los personajes de los libros son de carne y hueso, y no figuras de un diálogo de Platón. Aprender que la novela no es poesía. Aprender a desarrollar, a tener paciencia narrativa, a concebir un proyecto de verosimilitud, a fraguar una trama fuerte, que no sea una superficial colección de episodios sinápticos, o un mamotreto desproporcionado. En el caso de Julio, lo triste es que ya no podrá aprender de sus aciertos. Ya él sabía cómo colocar las ideas, las intenciones emocionales en una frase, ya sabía bastante del ritmo, ya había hecho suyas ciertas audacias... Pero más que las frases, o la construcción argumental de la obra, lo que más me ha gustado de La blasfemia gótica es que hay en ella imaginación.
La gente piensa que los escritores escriben de la muerte para “epatar al burgués”, para “escandalizar”. Pero la muerte, la necrología, el gore, el borderline, la desolación fisiológica, la escatología, el aborto, la mutilación, la descomposición, todas esas son imágenes que el artista paga muy caro. Es decir: es algo que va mucho más allá del morbo. Los que investigan estas cosas por medio del arte están hipotecando su integridad espiritual, aunque no lo sepan, y los demás en cierta forma deberíamos de estar agradecidos con ellos, porque nos están evitando procesos muy caros, muy complejos, pero sobre todo porque nos dan una esperanza: de lo excrementicio puede nacer algo bello. Esto que digo ahora mismo es blasfemia. Es la famosa blasfemia gótica de Julio. Ese Cristo que nace de la muerte. Que nace de los órganos de un muerto. Que nace del cadáver urbano, en dónde se conmutan los gases pestíferos en espacios implosivos. La ciudad/cadáver, con sus prostitutas, sus drogas, su sexo, su marginalidad eremítica. Esa misma ciudad en dónde un escritor muere asfixiado en su apartamento de la zona 1. Lo cuál me parece curioso: es como si la muerte de Julio fuera una especie de homenaje a su novela y a sus personajes. Pero eso, bien entendido, no es más que una percepción.
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