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Caligrafías: una breve navegación


Comenzaré diciendo que el mejor cuento que he leído lo leí en una antología publicada en Guatemala. La editorial se llama Piedra Santa. La antología, Lo mejor del cuento hispanoamericano 1940–1980 Tomo II. El antologador Francisco Albizúrez. El cuento: Central. Y el autor José Balza.

Leer Central fue como una bofetada. Era todo lo que yo quería en un escritor. Audacia, delirio, lenguaje.

No he encontrado otro lector de Balza en Guatemala, aunque asegura el prólogo de su antología de cuentos Caligrafías que los títulos de Balza “son conocidos por acuciosos lectores en México, Cuba, Colombia, Guatemala, Ecuador…”. Y aún se añade allí Francia, Israel, y Bulgaria.


Balza, maestro de la monotonía

Están esos escritores anfetamínicos: el estilo es una pérdida de tiempo, dicen: lo importante es lo otro.

Para mí el estilo lo sigue siendo todo. La sangre misma del pensamiento, dijo Flaubert. Un escritor que muere sin estilo, sin una personalidad formada: trágico.

Balza tiene mucha personalidad. Tiene tanta personalidad que es incluso monótono. Todos sus libros están escritos con la misma prosa. Hay escritores para lectores, y hay escritores para escritores. Balza es de los segundos.

Y bien, podemos decir que su monotonía es estimulante, nunca del todo termina de agotarse, su prosa es deliciosamente latosa. Agarremos Medianoche en video: 1/5, agarremos Tres ejercicios narrativos, agarremos D. Todos esos libros están escritos con los mismos eternos hallazgos estilísticos. Pero son hallazgos.

Sus personajes no son fabulosos. Inclusos se parecen demasiado a él. Narrador y autor mimetizados –autorreferencialmente, autobiográficamente.

O dicho así: el narrador de Balza tiene siempre eso de conferencista… Nunca salta en verdad hacia otra forma de ser humano (oficinista, jardinero).

Pero al menos posee esa perfección escrita: es infalible en la manera de colocar las palabras, los adjetivos; brillante para ordenar una frase. Por ejemplo, es un maestro de los dos puntos, como ya lo fuera Octavio Paz, en otra forma.

Y un narrador impecable, que juega con su propia omnisciencia, con el tiempo y con el espacio. Balza teoriza.


El río sin orillas

José Balza nació en el Delta del Orinoco, en Venezuela, dato que solapas y textos de internet nos recuerdan con insistencia monolítica.

En la obra de Balza hay varias referencias a esta región, en dónde la naturaleza se abre mágicamente con todo su clamor de sensaciones, su riqueza de formas y sustancias.

Lo cuál es curioso, porque cuando yo conocí a Balza me encantó sobre todo por su forma de presenciar la ciudad. Yo concebí a Balza como el pintor ideológico de la ciudad.

En realidad, hace sentido. La urbe de Balza está viva como naturaleza, como organismo licuante, no necesariamente como estricto espacio de hombre–mónada. Balza redescubrió en la ciudad aquella primera experiencia panteísta de la selva. “La roja carretera y los arbustos chocan contra un fondo inmortal de turquesa”, describe en el relato La mujer de la roca.

En Balza desapareció para siempre esa distinción decimonónica entre campo y urbe, entre lo prístino y lo corrupto. Ese barco que se mueve en el Orinoco en Medianoche en video: 1/5 es un poco el símbolo de esa refundición, continuidad de psique y materia.

En efecto, Balza es una especie de poeta de la materia, un capturador del ser–materia. Los más intensos, obsesivos, acechantes detalles materiales estén presentes siempre en sus narraciones. Pero todos esos detalles materiales son impresiones, configuran un clima emocional, una forma de avanzar en la propia mente, que se sirve a menudo de abstracciones para describirlos.


Caligrafías

La editorial española Páginas de Espuma publicó el libro Caligrafías, que además lleva por subtítulo: Ejercicios narrativos 1960–2005.

Un subtítulo ambicioso, y muy equivocado, porque el lector dice: aquí hay cuarenta y cinco años de trabajo, esto es una especie de Biblia, de obra definitiva. Es decir que el subtítulo invita al lector a formular un juicio entero sobre Balza a partir de este específico libro. Craso error.

Es de suponer que le han puesto este subtítulo a la obra por razones editoriales: en España no conocen muy bien a Balza (siendo Premio Nacional de Literatura de Venezuela, pero tampoco quiere decir nada) y a través de este subtítulo lo presentan como un clásico, más o menos. Pero Balza es un clásico por el conjunto de su literatura, que es copiosa, y en ella encontraremos, además de los relatos, numerosas novelas y ensayos. Por demás, pareciera que en Caligrafías están todos los relatos de Balza, pero no es cierto. Hay dieciocho cuentos, y algunos bastante olvidables. De hecho, varios ni siquiera son cuentos. La sombra del oro podría ser el extracto perdido de unas memorias nunca escritas. La sangre una columna dominical. Fidelidad es simplemente un error.

Balza prefiere llamarlos caligrafías, se disculpa… Puede pensarse que esta noción de caligrafía tiene ya, desde el principio, una cierta vocación de fracaso, que postula la idealidad inalcanzable de la literatura.

Pero también es cierto que el escritor gana en libertad. Ya no tiene por qué cumplir con las exigencias de un marco más o menos estipulado (cuento, novela), escribe solamente ejercicios narrativos. Es una comodidad liberadora, y le ha servido a Balza para escribir algunas cosas memorables.

Hablemos en particular de Caligrafías. Praeputium es un cuento tétrico y fulminante. Rembrandt, un magnífico aguafuerte. El lago, muy hermoso. El cuento/koan Prisa no desentona. Las otras mil selvas y ciudades de oro resulta excelente, salvo el título. Carta a Tilt, acaso el mejor cuento, con ese magnetismo del suceso fatal. Pero El vencedor es incluso superior, es magnífico. El libro cierra con Caligrafía: buena idea ponerlo de último.

Eso exactamente: Caligrafías es un libro mediano con grandes cuentos.

O si lo prefiere el autor: un libro mediano con grandes ejercicios narrativos.

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