Salvador Luis me pidió un texto para la clausura del proyecto Los Noveles, luego de diez años de funcionamiento.
Sobre todo no
bunkerizar el pasado. Es sabido que la mitologización prolongada produce elfos
emasculados, maniquíes de sal. La sola forma de honrar el proyecto literario establecido
por los tatascanes fundadores de la respetabilidad literaria continental, era penetrar
lo ignoto y lo inédito, o sea scouting radical. Mudarse a la montaña y a lo
feral, como un sanador ayurvédico, porque allí se encuentran las esencias
herbales más explosivas, las hierbas más frescas y creativas, toda esa
vitalidad infinita. Poner un año como punto de partida –año sesenta– fue ya una
decisión suficientemente ideológica. Cuántos riesgos inherentes. El primero:
que la gerontocracia, que ya bebió los venenos de la rutina literaria, se
empute. El otro, que se contamine la muestra. ¿Cómo mantener el valor de la
apertura pero salvaguardar los criterios discriminativos, informados? En Los
Noveles hay esa clase de balance: punk y seriedad, frescura sentimental y a la
vez elegancia, irreverencia pero posgrado. Acertó múltiples veces. Publicó pesos
completos, ya en función o por serlo. He aquí la auténtica mística antológica, monográfica
y generacional. En verdad, Los Noveles es el upgrade exacto de nuestras grandes
revistas latinoamericanas. Nos devolvió –espejario– la conectividad perdida. De
repente nos podíamos ver unos a otros; éramos nuevamente interreferenciales.
Algunos no lo recordarán, pero hace unos años la insularidad era endémica,
entre nosotros los escritores latinoamericanos y con los españoles. Los Noveles
comprendió el valor de asumir la zona virtual como una patria efectivamente
común, y no cometió la estupidez de relegarla a una ciudadanía editorial de
segunda clase. Tecnológicamente savvy, construyó un sitio web que viajó veloz
por el jardín de las cibercarreteras que se bifurcan. En Los Noveles hay
cultura en el sentido pleno: amor al enlace. Y dignidad artística, pasión
erógena por lo gráfico. Pero además uno admira la regularidad franciscana.
Digamos que es hermoso ver un árbol recto, consistente, disciplinado, cuando
todo alrededor es una selva de abortos. Hemos visto un millón de revistas con
el mismísimo spam de vida de un mosquito tropical: uno, dos, cinco números,
luego desaparecen. ¿Cuál es el secreto de la longevidad? Para empezar la
sabiduría. Corte usted la corteza de Salvador Luis y mana un líquido muy
nutritivo. Si hay alguien a
quien le podemos preguntar el estado de las letras hispanoamericanas actuales
es a él. Pero además está la generosidad. Salvador, ese yerbero cordial, consiguió
ensamblar un equipo muy entregado, una red talentosa de apoyo, un aura de
amistad… Sin esa amistad –ese corazón nada villano– no hay proyecto que aguante…
Lo último es decir que morir es el signo más grande de salud: lo que no muere es
que está enfermo. Muere esta revista –Los Noveles– en apogeo de eficacia. Y
noviembre sigue siendo el mes perfecto para ello. QEPD.
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