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crítica
maurice
echeverría

Hierba Fresca


Salvador Luis me pidió un texto para la clausura del proyecto Los Noveles, luego de diez años de funcionamiento.



Sobre todo no bunkerizar el pasado. Es sabido que la mitologización prolongada produce elfos emasculados, maniquíes de sal. La sola forma de honrar el proyecto literario establecido por los tatascanes fundadores de la respetabilidad literaria continental, era penetrar lo ignoto y lo inédito, o sea scouting radical. Mudarse a la montaña y a lo feral, como un sanador ayurvédico, porque allí se encuentran las esencias herbales más explosivas, las hierbas más frescas y creativas, toda esa vitalidad infinita. Poner un año como punto de partida –año sesenta– fue ya una decisión suficientemente ideológica. Cuántos riesgos inherentes. El primero: que la gerontocracia, que ya bebió los venenos de la rutina literaria, se empute. El otro, que se contamine la muestra. ¿Cómo mantener el valor de la apertura pero salvaguardar los criterios discriminativos, informados? En Los Noveles hay esa clase de balance: punk y seriedad, frescura sentimental y a la vez elegancia, irreverencia pero posgrado. Acertó múltiples veces. Publicó pesos completos, ya en función o por serlo. He aquí la auténtica mística antológica, monográfica y generacional. En verdad, Los Noveles es el upgrade exacto de nuestras grandes revistas latinoamericanas. Nos devolvió –espejario– la conectividad perdida. De repente nos podíamos ver unos a otros; éramos nuevamente interreferenciales. Algunos no lo recordarán, pero hace unos años la insularidad era endémica, entre nosotros los escritores latinoamericanos y con los españoles. Los Noveles comprendió el valor de asumir la zona virtual como una patria efectivamente común, y no cometió la estupidez de relegarla a una ciudadanía editorial de segunda clase. Tecnológicamente savvy, construyó un sitio web que viajó veloz por el jardín de las cibercarreteras que se bifurcan. En Los Noveles hay cultura en el sentido pleno: amor al enlace. Y dignidad artística, pasión erógena por lo gráfico. Pero además uno admira la regularidad franciscana. Digamos que es hermoso ver un árbol recto, consistente, disciplinado, cuando todo alrededor es una selva de abortos. Hemos visto un millón de revistas con el mismísimo spam de vida de un mosquito tropical: uno, dos, cinco números, luego desaparecen. ¿Cuál es el secreto de la longevidad? Para empezar la sabiduría. Corte usted la corteza de Salvador Luis y mana un líquido muy nutritivo. Si hay alguien a quien le podemos preguntar el estado de las letras hispanoamericanas actuales es a él. Pero además está la generosidad. Salvador, ese yerbero cordial, consiguió ensamblar un equipo muy entregado, una red talentosa de apoyo, un aura de amistad… Sin esa amistad –ese corazón nada villano– no hay proyecto que aguante… Lo último es decir que morir es el signo más grande de salud: lo que no muere es que está enfermo. Muere esta revista –Los Noveles– en apogeo de eficacia. Y noviembre sigue siendo el mes perfecto para ello. QEPD. 

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