Para
comprender a la artista del performance Regina Galindo hay que comprender a
aquellos y aquellas a quienes ella admira. Se nota que ha asumido muy bien sus
influencias, y que sus influencias revelan perfectamente su
particular personalidad y su visión artística. Estamos hablando de una Gina
Pane, de un Chris Burden, una Marina Abramovic, de una Mona Hatoum, de una Ana
Mendieta, entre otros. En todos ellos se
da esa soteriología del arte que rechaza los estatutos meramente descriptivos
para trasladarse al reinado de la vivencia cruda, y en donde la vulnerabilidad
se vuelve un odre tangible.
El artista
trabaja con sus debilidades, dice Regina. A menudo absorbiendo para sí el
rechazo y el ridículo (la solemnidad trae siempre su caricatura).
Pero Regina
asume su condición tan frágil con estoicismo, sin recurrir a las seguridades
del espíritu y lo trascendente, sin el lujo de un ello radical, en la mera relación
de angustia que el sujeto forma con su entorno, ajeno a toda clase de
respuestas confortadoras.
Lo curioso es
cómo de tantísima vulnerabilidad nace una profunda fortaleza. Regina amasa
dosis increíbles de libertad interior. En un país en donde las mujeres son
vistas como piñatas a desmembrar, Regina Galindo surge con una fuerza hermosa y
su personalidad adquiere tonalidades ejemplares. Para hacer lo que ella hace,
para elevar ese grado de presencia, se necesita de un considerable grado de
enfoque, y una neutralidad casi científica: en el arte corpóreo de Regina
Galindo, la resistencia, la ecuanimidad y el coraje se vuelven herramientas
formales de su obra.
Regina por
demás no teme hacerse las preguntas incómodas ni simbolizar el dolor que
percibe. Y aunque consta que Regina Galindo no cree en la misión transformadora
del arte, su obra de hecho está grávida de una energía indignada: investiga,
denuncia, y modifica al público y al sujeto artístico, llevándoles a un lugar
experiencialmente más despierto.
Esta
intensidad de Regina Galindo adquiere epatantes de expresión, y se manifiesta a
menudo como una estética acuciosamente provocadora. Lo cuál no es tarea fácil,
sobre todos en las sociedades liberales, cuya narrativa dominante es el
exterminio sistemático de todos los pudores con miras de convertirlos en
commodities. Surge desde luego la interrogación: ¿cómo vamos a transgredir el
mercado, cuando éste hospeda todas las transgresiones?
Por el
momento, lo que salva el trabajo de Regina es su disposición a llevarlo todo a
la inmediatez y la existencialidad fisiológica: el performance como deporte
extremo. En su obra no hay nada seguro, confortable ni bonito. En términos generales, la
desnudez de Galindo lejos de entregarnos una dosis de hedonismo, nos pone en
contacto con algo muy incómodo de nosotros mismos: la suya es una desnudez deserotizada,
desertizada, y destazable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario