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Puertos abiertos: el asombro conseguido

En circulación la selección de cuento centroamericano llamada Puertos abiertos. De apreciar que se haya construido este espejo antológico, que nos ayuda a comprender nuestro rostro literario regional. Faltarán autores, eso quién lo duda. Pero la injusticia es una de las cualidades vitales de toda antología que se precie de serlo. Puertos abiertos se impone como un libro suficientemente importante, y no debería pasar desapercibido, para empezar entre los centroamericanos. Tiene eso de contundente, de masivo, de mehnir.

Según consta, este libroselección y prólogo de Sergio Ramírez– forma parte de las actividades “en apoyo a la literatura centroamericana durante la XXV Feria Internacional del Libro de Guadalajara”.

De muchas ciudades y pueblos de la América Central provienen los autores que constituyen esta selección, estableciendo un mapa literario proteico y que resiste las clasificaciones macizas. Se encuentra el lector –a lo largo de este amplio travelling de norte a sur– con escritores bastante familiares pero también con esos otros desconocidos, y luego de allí leerlos, se pregunta cómo diablos es que no los había leído antes en otro lado. Yendo al área propiamente de Guatemala, se mira que hacemos mal en apostarle como enfermitos de TOC a la selección de fútbol, habiendo seleccionados quizá más aerodinámicos y técnicamente más confiables en el territorio, por ejemplo, de las letras.
           
Hoy en día, ensamblar una antología como ésta tiene que ser más sencillo que antes. No hay escritor centroamericano que no conozca a un su equivalente en uno de los países vecinos y sea acaso su amigo, de borrachera cuando va de viaje, o por lo menos de facebook, cuando no. Si bien es cierto que nuestro nivel de intercambio no ha llegado a un nivel óptimo entre los escritores centroamericanos, por lo menos es más fluido que cualquier otro en el pasado. Las redes sociales, el internet en general, lo hacen todo instantáneo y fácil. Esta clase de fertilización cruzada se extiende en realidad a toda Latinoamérica. Iniciativas como la revista digital Los Noveles (recientemente clausurada, por cierto) han hecho posible una conversación literaria panamericana sin precedentes.  

De vuelta a la Puertos abiertos. Cuyo prólogo de Sergio Ramírez –llamado Inventando realidades– es ya de sí es un texto a tomar en cuenta, un buen y preciso punto de referencia, y escrito, bueno, por él, no es lo mismo que leer esos textos críticos insufribles de entrecomillados y pies de páginas, cocinados en las aulas sebáceas de la academia, en donde el estilo pareciera una especie de pecado capital. Hay múltiples insights que vale la pena rescatar, como ése de que en estos relatos “las vidas privadas son constantemente intervenidas por la vida pública”. O ése otro que nos habla de la nueva realidad centroamericana como “una superposición de estratos geológicos, sólo que ahora se agregan nuevos estratos a los anteriores”.        

La cuentística centroamericana actual es demasiado variada y multiforme como para meterla en una sola caja. Cuentos que podrían haber sido escritos por un sueco o un argentino y otros que solo podrían haber sido escritos por un catracho y un guanaco. Vemos elementos comunales, tribales, palabras, giros verbales y situaciones esencialmente centroamericanas, pero también vemos otras cosas menos vecinales y repertoriables. Hay una buena dosis de lenguaje local, pero otra buena dosis de lenguaje sin localidad. Somos, ya, libres de ser algo y libres de ser todo y libres de ser ambas cosas a la vez.

Las viejas complicidades con la construcción histórica no son ya exigencias incontrovertibles. Si bien nos encontramos con temas como el de la guerra –de frente o de ladito, de plano o de refilón– o la injusticia social, nos damos cuenta asimismo que el cuento de denuncia ya no se presenta en forma de tiranía literaria o exigencia moral de ninguna clase.

Algunas narraciones van tras la historia íntima, y otros tras la historia compartida, y también se dan interesantes  ejercicios de mancuernación de lo privado y lo público. Lo mismo ocurre con lo cotidiano y lo fantástico.

Son puertos, y están abiertos, porque la literatura centroamericana ya no está enclaustrada en determinado estilo, o escuela, o forma de ver la realidad. Muchos registros literarios y escriturales. Muchos vectores y configuraciones. Más bien lo interesante es ver cómo se mezclan las posiciones entre lo universal y lo local, lo histórico y lo cotidiano, lo público y lo privado, lo real y lo fantástico, con sana promiscuidad. ¿Qué es ser centroamericano en estas condiciones sino ser uno mismo y ser un mundo más de cosas?

Esta antología nos da una idea bastante precisa de la cuentística centroamericana actual, y cómo no iba a ser así, si hay en ella casi cincuenta autores. Claro, lo que nos muestra es la cara bonita del asunto. Que haya lo mejor sólo ratifica que lo peor existe. Por tanto, se podría hacer una contraantología del cuento centroamericano: una relación y recuento de nuestro gran latrocinio literario ístmico; el muladar del desdoro y lo impresentable; y sería más fácil de hacer, por el material tan sobrante.

Pero en lo que respecta a esta antología, digamos de una vez que no pudo salir muchísimo mejor. Es muy seguro que a los lectores les dará un placer a ratos tántrico el leer estos relatos. Es lo mismo que ir develando estatuas epatantes, una y otra. Si bien hay algunos cuentos sobrenarrados –y otros de ésos que Umbral llamara “angloaburridos”– también se mira pronto que el resultado general está logradísimo. Imposible reseñar la obra aquí cuento a cuento y autor a autor, siendo tantos. Baste decir que hay en ella piezas realmente decentes, contundentes, en corto fulminantes. Con esa cualidad del buen cuento que no lo es solo por su linda cara, ni por lo que dice: ni siquiera por la suma de las dos cosas. El buen cuento como misterio bien hecho: un asombro conseguido.

Tampoco queremos dar la idea de que todo es planito y homogéneo. Ésta antología es una casa en varios niveles, como las casas de la gente con billete. Es correcto decir que unos cuentos cuentan con más electricidad que otros. Algunos están exquisitamente escritos, otros menos. Relatos que debieron ser cortos y fueron largos –cuando la elegancia en una antología consiste en no tomar mucho lugar. Pero vamos, Puertos abiertos es un buen trabajo. Si algo, esta antología debiera hacernos a los escritores del istmo humildes, al saber que otros en la región nos rebasan en talento.

Queda por verse si el estado del cuento centroamericano refleja en alguna medida el de la literatura centroamericana en general. Aunque hay que aclarar que tal no es el propósito de esta antología. Si alguien por demás estuviera interesado en cómo se mira la poesía en CA actualmente, pues allí tiene Puertas abiertas, antología lírica, también a cargo de Sergio Ramírez, y hermanita gemela de Puertos abiertos. 

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