Últimamente, he estado escuchando la siguiente frase: "La poesía no vende porque no vende". No sé, pero a mí una creencia semejente me parece un pésimo punto de partida. De ello hablé ayer al recibir el premio literario otorgado por la Fundación Myrna Mack, en su rama de poesía.
A mis amigos y amigas de la Fundación Myrna Mack, a todos quienes hoy nos
acompañan, quiero dar las gracias. Me voy a tomar la enorme libertad de leerles
un pequeño texto que escribí en caso ganara este certamen, y que me parece
pertinente. El mismo inicia con una mención a una figura totémica de nuestro
paisaje ilustrado, que nos abandonó muy recién hace poco, me refiero claro a
nuestro querido Tasso. Tasso representa para mí el modelo consumado de activista
de la cultura, de alguien que entrega su vida a la solidaridad cultural.
Es importante que hayan más figuras como él, figuras y asimismo instituciones,
que galvanicen en cualquier medida la ciudad poética. Estoy hablando de
instancias que faciliten el intercambio entre creador y cuerpo social.
Por supuesto, aún más admirable y extravagante que inventar esta clase
de instancias, es perpetuarlas, es darles un sentido en el tiempo. Se precisa
celebrar la persistencia de ciertas instituciones culturales. Las comparo a un
frasco de suero, asistiendo al enfermo, gota a gota, y que está allí de un modo
permanente.
Luego yo diría que la verdadera solidaridad cultural se traduce como
materialidad, como patrimonio, como dote. Así pues, no solo es importante crear
instituciones culturales; no solo es importante crear instituciones culturales longevas
y consistentes; además es importante crear instituciones culturales
persistentes que faciliten energía concreta a los creadores.
Cuando damos condiciones materiales a los poetas les estamos diciendo
de una manera inequívoca que valoramos lo que hacen. Reconocemos que no están
aquí solamente para amenizarnos la parranda. Porque lo cierto es que poetas,
artistas, creadores, han venido a establecer un proceso de transfiguración de
nuestra realidad. Son obreros que trabajan duro al servicio de una labor muy
bella y específica. Están levantando un edificio de tolerancia, de imaginación,
de palabras.
Yo he dicho antes y digo ahora que si la poesía no vale dinero, entonces
no vale nada, pues el dinero es el mínimo valor posible de cualquier cosa. No
es que la poesía solo valga dinero, sino que es lo menos que puede valer. Y lo
mismo aplica, de hecho, a cualquiera de las modalidades del espíritu.
No son pocas las personas que justifican su incapacidad de hacer dinero
a través de la palabra o el arte, creando un discurso victimista en el cual se
miran a sí mismas como pobres criaturas residiendo en una sociedad que no da
oportunidades a los creadores, lo cual jamás es del todo cierto, incluso en un
país como Guatemala. O bien también subliman está misma incapacidad diciendo
que la poesía está más allá del dinero, lo cual me parece un discurso
peligroso, porque en el acto estamos separando a la poesía de la tierra.
Como yo lo veo, la poesía aparte de alas necesita pies. Necesita salir
a caminar. La poesía necesita dosis gigantescas de energía terrenal para extender
su reinado. Pero algunos fanáticos llegan inclusivo al extremo de satanizar
cualquier asociación entre la poesía y el dinero, con lo cual están practicando
un ascetismo perverso. Desmitifiquemos estas supersticiones vaporosas, devolvamos
la poesía al universo práctico, al universo tangible. Es un error considerar el
dinero como algo sospechoso, cosa que ocurre acaso con demasiada frecuencia en ciertos
ambientes artísticos y espirituales: nunca faltan aquellos que piensan que
cualquier cosa que tenga que ver con dinero en esos ámbitos es automáticamente
artero y tramposo.
Yo más bien celebro a las personas que dan dinero a la poesía. Serán
bendecidos enormemente. En particular quiero agradecer a la Fundación Myrna
Mack, por mantener este premio, que ya cierta vez gané en el pasado, y recibo
nuevamente con un sentido de reconocimiento, de gratitud.
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