¿Qué es un cristal cultural? Lo he definido como un objeto que sintetiza y encripta la visión de una cultura dada.
Jobs nos heredó una serie de cristales
culturales, empezando con el ordenador Apple (y yo recuerdo la primera vez que vi una Apple: fue en la casa de un amigo
argentino; qué momento: supe intuitivamente que estaba ante una entidad superior)
hasta llegar a los cristales recientes, que tsunamizaron nuestras residencias y
existencias: Ipod, Iphone, Itunes, IPad...
(También el ICloud, cuyas
consecuencias culturales no hemos terminado de entender, pero que yo creo, y no
estoy aquí bromeando, que nos dará comprensión completa de lo que en la antigüedad
se llamaba plano astral.)
(Algún día escribiré a
profundidad de lo que ha significado el podcast –por tanto el I Itunes, el
Ipod– en mi vida. Todo el apoyo y educación interior que no pude
encontrar en una iglesia o centro alguno, lo encontré allí. El
podcast es cosa tremenda que me ha ocurrido en la vida, creando en mi persona una
apertura sin precedentes. Es de esa cuenta que segrego mil salivas de gratitud
para Steve Jobs, su visión, su talento maniáco.)
Ahora bien, lo interesante
es que Steve Jobs no solo trajo estos productos completamente inéditos y
mutantes a nuestra realidad, trajo el cambio cultural interno que los
posibilitaba.
Y viceversa.
No contento con generar una
estructura intersocial facilitadora de vastísimas consecuencias, Jobs genera las
expresiones y manifestaciones concretas que mejor representan esta nueva
estructura, comodificándolas y volviéndolas mainstream, y todo eso lo hizo de golpe, simultáneamente.
Las posibilidades de que
algo así ocurra eran ínfimas y muy raras, o lo eran, por lo menos, antes de,
justamente, Jobs.
¿Qué hicieron los cristales
culturales de Jobs tan anhelados? La sencillez que había en ellos: ese extraño
poder de síntesis que comportaban; la funcionalidad excepcional, claro; el
diseño sin tacha.
Más aún, Jobs le dio rasgos
progresivamente etéricos y sutiles al hardware de sus artefactos, y siendo esos
artefactos extensiones de nosotros mismos –pues así, claramente, lo quiso él–
hizo más etéricos y sutiles a los propios humanos.
Correlativamente, dotó de
rasgos terrenos y muy prácticos a los softwares y patrimonios procesuales.
Todo eso lo entrecruzó en
una interfaz discreta y elegante, en donde se da una mancomunión mística de la
producción material y la mental–informática.
Por demás, los cristales
culturales de Jobs se sinergizan bien con otros cristales culturales (por
ejemplo, las redes sociales) creando en esa colaboración un efecto tremendo, un
big bang, un baktún.
Terminaré este post diciendo
que uno de los mejores cristales culturales que nos dio Jobs fue él mismo.
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