1. Más allá de mi patria
Parto de esto:
todo aquello que está más allá de mi patria es también mi patria.
2. La estrategia perversa
La patria es
una abstracción, y como toda abstracción, se la puede poner al servicio de las
peores inclinaciones, de los peores esquemas de sufrimiento. De allí que se
precise analizar esta nada cómoda y delicada cuestión, más allá de cualquier
diletantismo conceptual.
La gente –que
no gusta tanto de las abstracciones– va construyéndose su patria a puros
olores, comidas, imágenes y tal: la patria como fiambre, como bebida
fermentada, como cántico de estadio, como accidente topográfico. A veces, en
momentos de elevación filosófica, un eslogan de facebook.
Es así como la
patria se vuelve un asunto ya penoso y una forma repugnante de
autorreferenciarse. Y es así como dan ganas de apropiarse de aquella frase de
Cernuda que dice: “Soy español sin ganas”, y decir, al propio modo: “Soy guatemalteco,
soy chapín sin ganas”.
En última
instancia, la patria es irreductible, inefable, inflexible, inexistente; se
parece a Dios, en ese sentido.
¿Qué es la patria?
¿El DPI (antes la cédula)? ¿Un símbolo patrio? ¿Lengua o idioma? ¿Es acaso un
mártir? ¿Un prócer? ¿Cierta selecta geografía? ¿Una frontera? ¿Una historia que
comparten los muertos (y luego los vivos re–viven, re–asumen tantálicamente
para sí mismos)? ¿Un porvenir irrealizado? ¿Un karma?
Todo eso es deconstruible;
nada es mejor por ser propio; lo propio nunca termina de existir.
Algunos buscan
cristalizar la noción de patria en un héroe, a ser homerizado.
El héroe moderno
es síntesis y súmmum de las aspiraciones e intereses nacionales, que son los
privados de unos cuantos.
Y buscan para
ello un hijo de la patria que pueda fungir como padre de la misma.
Pero los
héroes propios son los enemigos de alguien más, de la situación del otro.
En términos
generales, hay que estar completamente en desacuerdo con esa estrategia por
virtud de la cual el ser humano busca sentirse especial, exclusivo y reificado por medio de la
identidad nacional.
Es una
estrategia que no resiste el análisis: es perversa.
3. La responsabilidad identitaria
¿Significa
esto desechar todos los puntos de referencia contextuales? No, por supuesto.
Eso sería caer en el otro extremo: la aniquilación programática: los campos de
la muerte de la conceptualidad posmoderna.
La identidad
que parte de la noción del límite –la identidad limitada– es en cierta medida
buena porque nos previene de ser fantasmas de pies cortados, nos da una
conexión con la tierra. No soy de los que creen que se precisa segar todas las
experiencias míticas, para dejar atrás un mero yermo.
Pero cuando la
tierra se vuelve nuestra única identidad se vuelve terruño y bastión: discordia
bíblica.
La patria –la
noción de pertenencia– es una coordenada cultural dada, no hay por qué negarla.
Lo que de
plano no se vale es sacrificar otras identidades en pos de la propia identidad
limitada. La identidad nacional, pues, solo tiene validez si co–afirma otros modos,
otros rasgos y otras alteridades.
Hoy es dable ingresar
vertiginosamente a innumerables campos de identidad, especialmente gracias al
éter del internet. Es un carnaval líquido y complejo de formas de ser. No
necesito mover mucho el cuerpo, ni reordenar abruptamente mi contexto material,
para entrar a todos esos mundos, que son perfectamente míos. Basta un mouse.
Pero aunque no
existiera el medio etérico llamado internet, y aunque no existieran los aviones
u otros medios materiales de transporte, ni conociéramos otros universos salvo
el nuestro, aún formaríamos parte de otros universos, de otras filiaciones.
Somos seres
guatemaltecos, pero además, y aunque no lo queramos, también somos seres
terráqueos, y aún más: somos seres universales.
La ley de la interdependencia no busca en ello nuestra consentimiento ni
nuestra motivación: es un hecho factual.
La cuestión
es: ¿estamos dispuestos a concienciarlo, esto es: a asumir mayores grados de
consciencia identitaria, de responsabilidad identitaria? ¿Estamos dispuestos a
reclamar la totalidad de nuestra identidad posible?
4. Ciudadano de la Vía Láctea
“Soy ciudadano
de la Vía Láctea”. Otra frase brillante entre millares que pueblan la obra de
Luis Cardoza. En cada una de ellas, nos rinde un cosmos, una especie de verdad
completa.
Esta precisa
frase la hemos sacado de un texto solemne, hecho para gustar a los solemnes,
llamado ¿Qué es ser guatemalteco?
Bien conocido
es ese texto de Cardoza. Lo encontrará el lector en El Río, novela de caballerías, un frankenstein que el señor
ensambló, si no estoy mal, a partir de retazos literarios suyos, de variadas
épocas.
¿Qué es ser
guatemalteco?, se pregunta Cardoza, y es una pregunta muy concreta. La
respuesta que nos da es una sarta casi decepcionante de vaguedades. Uno termina
de leer todo eso, y nada se ha hecho más claro. Por el contrario.
Es un texto
típicamente contradictorio de Cardoza: una trama errática de aforismos y
ocurrencias. Ya Octavio Paz nos habló de su método: “el del disparo y el
chispazo”.
El principal
riesgo aquí es sustituir la patria con la poesía de la patria, porque se termina
diciendo nada.
Pero entre
tanta maraña, van saliendo algunas ostras poéticas, dignas de ser libadas.
Ostras tipo: “Soy ciudadano de la Vía Láctea”. Como ya dijimos, la obra de
Cardoza está repleta de frases brillantes, aún si al final se empastan en una
suerte de engrudo.
Quizá, en
tanto que exiliado consuetudinario (salvo alguna repatriación de paréntesis,
durante la llamada Revolución del 44) Luis Cardoza y Aragón era la persona más
adecuada para hacerse preguntas tan hondas sobre la identidad. Nadie como él ha
explorado con más intensidad lo que significa ser guatemalteco, y nadie acaso
ha fracasado mejor en ello. Pero en este fracaso suyo, nos ha dejado algunas
agudezas.
Le decía yo la
otra vez a alguien: que Luis Cardoza y Aragón es seguramente el mejor escritor
guatemalteco que nos ha dado México.
Lo dije a modo
de broma, por supuesto, pero quizá debí decirlo en serio. Porque Cardoza siendo
de aquí es para siempre de otro lado, a la vez.
En fin.
Solo quiero
señalar que cuando Cardoza dice que es “ciudadano de la Vía Láctea”, es una
manera de decir que es universal. La sinécdoque me parece que está muy clara.
5. Todas las patrias cohabitan en mí
Mi ciudadanía
es mucho más grande que aquellas que la cultura, los hombres y sus convenciones
repugnantes me han dado.
En este
sentido, el verdadero héroe de Guatemala será quien trascienda su condición de
guatemalteco, sin odiarla, reprimirla o abolirla.
De hecho, no
podrá trascenderla sin antes integrarla. Y aquí trascender no quiere decir
dejar atrás. En este trascender, es retenida, incluso celebrada.
Los héroes del
mañana serán simultáneamente concretos y arreferenciales: tendrán tacto y apertura.
Y no serán
chovinistas.
“Tú nada
comprendes, chovinista”, dice Cardoza.
El prócer del
futuro será quien desenmascare y deconstruya todas las trampas de lo nacional
sin caer en el cinismo abismal de lo desterritorializado.
Esto supone
una expansión de mi ciudadanía, y es esa mismísima expansión lo que la heroiza,
la hace digna.
Pero esta
expansión no es exilio –no es nostalgia, ni tampoco es ostracismo– dado que el
exilio –tanto el impuesto por uno, como el impuesto por el otro; tanto el interior,
como el exterior– es sobre todo imposible: siempre formamos parte de la patria.
Esta expansión
tampoco es renuncia –abandonar una ciudadanía, o trocarla por otra.
Todas las
patrias cohabitan en mí, y yo no puedo hacer nada al respecto.
6. Soy aquello que no tiene forma contundente
Soy ciudadano
de la Vía Láctea, pero también soy quien se mueve en un galpón perdido y
encontrado de la zona 4, en una noche artística determinada. Y también soy
aquello que no tiene forma contundente, ni es circunscrito por el tiempo ni por
el espacio, ni mucho menos por los patriotas de turno, o los de siempre, que
son iguales.
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