Muchas
personas odian a los hipsters. Yo soy una de estas personas.
Hipsters:
no encontrarán aquí la simpatía de un apologista. Rechazo, galopante desdén, es
lo que hallarán.
El
presente es un texto tardío, esto es: otro texto tardío sobre hipsterismo. El
fenómeno hipster es un fenómeno viejo, para los estándares culturales y
editoriales actuales, hiperveloces.
El
autor decidió no obstante escribirlo porque el hipster no termina de morirse, a
pesar de que ha sido muy golpeado. Entonces hay que darle un par de batazos
más, hasta que deje de moverse, la cosa.
Por
otro lado: aunque el fenómeno es tan extendido, muchos guatemaltecos, incluso
informados, aún no saben de qué va el fenómeno. Es cuestión de empaparlos en el
tema, para que ellos también puedan odiar, a su vez, a los hipsters.
Es una prioridad
social.
Mi dron antihipster
Le he
pedido a mis amigos nerds (imagine el lector los pistoleros solitarios de los x
files) que me construyan un efectivísimo dron antihipster, cuya función será
salir a la ciudad a decapitar hipsters. Ya están trabajando en ello, los amigos
nerds, en un taller que parece una garaje de Silicon Valley de finales de los
setenta, con cables y cartílagos informáticos regados por todos partes.
Pero, ¿qué p+++s es un hipster?
Es
difícil definir la criatura hipster, porque cambia muy rápidamente. Esa
capacidad suya de cambio está magnificada por la presente y rauda era de intercambio
informacional, que le permite a los hipsters mutar pronto, y también por la
naturaleza misma del hipster, que se desencanta pronto de sí mismo, y de lo que
él mismo ha creado, y rápido pasa a otra cosa.
Definir
a un hipster es y no difícil: difícil, porque el hipster quiere ser indefinible;
quiere ser el más exclusivo del ágora; pero eso en cambio lo hace muy fácil de
definir: lo hace un ente conciliable.
Digamos
que su fobia a lo común y lo serial lo hace paradójicamente corriente, lo
sumerge en la corriente de lo común y lo serial.
Nada
más repertoriable que un hipster, en ese sentido.
La gran
tragedia del hipster es que queriendo ser tan individual forme parte de un
colectivo tan colectivo, y tan mostrenco. No pueden los hipsters impedir ser
gregarios porque todo status cultural es gregario por naturaleza: requiere del
consentimiento del otro.
Por
otro lado la sofisticación consumista, por muy amestizada que sea, termina
siempre siendo trendy y después ya muy preferente: termina pues en Urban
Outfitters.
Los
hipsters no quieren estar en donde están los demás, pero el problema es que
todo el mundo termina donde está el hipster, porque los hipsters son
productores de moda y viven para la misma, entonces atraen la moda.
Por
demás, el hipster termina copiando al hipster, y de paso se autoodia por ello, porque
se sabe copiado y copiante.
Ellos,
los hipsters, piensan que le están dando la vuelta al mercado, que son dueños
de sus opciones culturales, pero eso es seguro la peor falacia de todas. En
realidad están siendo movidos como semovientes, y sus preciosos y especializadas
revelaciones y costumbres son todos menos propias; ya alguien las descubrió
antes por ellos y para ellos y se las puso sutilmente enfrente.
Dice mi
mujer: “Hay un nicho de mercado para aquellos que creen que no pertenecen a un
nicho de mercado”.
Mi
mujer es una mujer muy sabia, como ven.
Para
rematar este segmento, diremos que el hipster en su mejor momento es un preciso
consumidor de modos de aparecer y vivir; en su momento realista, no otra cosa
que uno de nosotros, pero en más pretencioso y subcultural.
Eso es bien hipster
El hipster
es suave, sofisticado y linfático. Su habla, su comunicación es blanda y
neutral. El hipster es invertebrado y laxo, incluso cuando quiere presentarse
como algo duro e inlavado; como algo sucio. Muchos hipsters llevan consigo un
perfume de arrogancia cool y relajada.
En
cuanto a su apariencia, hay muchas cepas.
Clásico
hipster es el de las gafas, el de los bigotes superferolíticos, pantaloncillos
apretados, accesorios muchos, los (de momento) grandes audífonos, bici, por
supuesto, apariencia general pintoresca, con signos e(so)téricos que van desde
la moustache hasta el venado o el triángulo y la tipografía beata.
Por
ejemplo está el hipster que se hipsteriza usando barbas que no termina uno de
comprender si son de menonita, leñador, yankee de la guerra civil, asesino
serial o qué.
Una
cosa rara del hipster es que no quiere parecerse al otro o quiere parecérsele
demasiado. Así cree ingenuamente el hipster que va a timar el juego de la
uniformidad de las identidades.
O bien
nos encontramos con el hipster que está tatuado hasta el zereguete, que está
hasta el cuello tatuado, que está sobretatuado, pues. Están muy tatuados, esos
hipsters, pero no son duros, como los tatuados de antes.
Hay en
suma de todo: desde el hipster delicado posMorrisey (hoy en su versión nerdcore
o transhumano) versus el que quiere parecer amish ultraorgánico, folk y working
class, con sus t shirt vintage y americana que le habrán costado un huevo. El
hipsterismo es esencialmente contradictorio, porque no apela a ninguna
congruencia de fondo, sino mediática.
Articicidad del hipster
El
hipster es definible más que nada por su estilo de vida y apariencia: por lo
externo. Tiene una magra vida interior, toda la vida interior que su clase
media urbana puede al final rendirle. Salvo por una cosa: su sentido de
articicidad –su dandismo– que incluye vivir en ciertas locaciones especiales de
la ciudad, vecindarios alternativos y tal (algún barrio de Portland, si es
gringo, en Pigalle si en Paris, y supongo que en la Zona 2 si tiene la tragedia
de ser un hipster chapín).
No es
infrecuente que el hipster viva de diseñador gráfico.
No es
que sean cultos, los hipsters, porque en toda honestidad no lo son. Pero hay
cierta formación, cierta inteligencia. Alguna vez leyeron a Kerouac, tienen un
tumblr donde suben sus instantáneas vaporosas con regularidad de clérigo, y es seguro
que hay una cuisine hipster ya plenamente desarrollada.
Por
supuesto, su gran fortaleza, a veces, es la música, ultrareciente. A veces de
buen gusto (a veces, vamos, no) y sin embargo pareciera ser que se mueve en un
recinto estrecho, en donde hay una cierta previsibilidad. Gran rotación de
bandas en el mundo hipster, por tanto es difícil seguirles la pista. Aquellas
bandas que los hipsters escuchaban apenas ayer –Arcade Fire, Mumford & Sons,
The Black Keys– hoy les parece chish.
El
hipster es sobre todo un pastiche compulsivo, una intervención blanda de sus
propios espacios cotidianos, una ironía performativa que se neutraliza a sí
misma, un eclecticismo de abostezados pretenciosos. El hipster es el mero
resultado de las fuerzas mercantiles permutando suavemente en sí mismas.
Mi dron antihipster: avances
Los
nerds están avanzando con el dron antihipster. Pronto lo soltaremos en la
ciudad: orbitará, romperá el coxis hipster, creará tormentas de sangre, con la
fuerza de una máquina obsesa e impiadosa.
¿Que
por qué odiamos tanto a esos indigestos, despreciables hipsters? Innumerables
artículos abordan esta cuestión. Yo me limito a decir que ha sido su suavidad
inoperante, su comicidad tediosa, su esnobismo antipódico, su moda dictatorial,
su callado desdén hacia el gusto de la auténtica gente, lo que ha causado
nuestra furia.
El
hipster es un conformista cultural en negación, y a todas luces el payaso de la
fiesta.
Sin espíritu y sin entrañas
Al
principio, cuando empezó a resurgir el termino hipster, me causó mucha confusión.
Es
porque yo había leído El blanco negro, de
Mailer, que presentaba una noción muy definida del hipster.
Mailer llamaba
al hipster “psicópata filosófico”.
Luego
entendí que entre el hipster de Mailer y el hipster actual no hay ninguna
vinculación. Que en términos generales no hay nada que una al hipster de los
años cuarenta –aficionado al jazz peligroso y sideral y la cultura negra– con
el desvitalizado y piadoso hipster actual, en donde no vemos ninguna clase de
originalidad cultural, algo duradero o especial.
Ahora comprendo
que el hipster no es más que una variante bacterial de consumidor cultural; que
el hipster busca sentirse pleno consumiendo de cierta manera; que lo que consume
son ciertos productos superparticulares, entre finos y banales; que el hipster
quiere vivir en una esquina rara del mercado, como si así fuera a trascender la
estiercolización del mercado, pero nadie puede escapar a la estiercolización
del mercado, ni al mercado en sí mismo, como nadie puede escapar a la muerte.
Incluso
el mercado más sutil huele toda vez a caca.
Es
posible que algunos hipsters hayan cruzado ciertos umbrales de comprenden. Pero
eso de qué les sirve, si los hipsters no tienen ni entrañas ni espíritu.
Si nos
acercamos a otras subculturas americanas nos damos cuenta que el hippie tenía
al menos espíritu; que el grunge por ejemplo tenía entrañas.
Pero
los hipsters no tienen ni una cosa ni la otra. El coolness del hipster no
proviene de ninguna realización profunda. Por otro lado, el hipster
hiperburguesivo le quita el peligro a vivir. Carece de actos decisivos, de
vísceras, de opiniones fuertes, de posiciones, más allá de un vago inocuo
progresismo.
No: los
hipsters actuales no tienen nada que ver con el “psicópata filosófico” de
Norman Mailer.
Réquiem antihipster
Mis
amigos nerds han terminado el dron antihipster. Es una bella pieza tecnosideral,
un vehículo aéreo meticuloso y salvaje.
Lo
enviaremos ya mismo.
El
hipster está condenado a morir.
Por
supuesto, el hipster renacerá una y mil veces. Le cortaremos una cabeza, y le
saldrán varias otras, como si fuera Hidra.
Es la Hidra
hipster.
Por
virtud y gracia del Mercado, el hipster volverá en otras encarnaciones mediáticas,
virósicamente.
Los
hipster ya van de salida, y ahora vienen, de entrada, los poshipsters, los
nuevos hipsters, los otros hipsters, los más hipsters.
Pero no
importa. Seguiremos cortando sus cabezas, con nuestro dron antihipster, hasta
el final de los tiempos.
El dron
antihipster ha sido liberado.
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