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Z


Que Julio Zadik (1916–2002) no figure con más ímpetu en el catalogo de la historia fotográfica latinoamericana constituye una omisión y un descuido imperdonables.
           
En su país apenas empiezan a reconocerle, siendo no obstante el fotógrafo guatemalteco –posiblemente centroamericano– más significativo de su generación y de su tiempo. Podemos buscar y buscar: comprenderemos pronto que ninguna referencia le iguala, en términos de rigor técnico, de entrega, de poder exploratorio, de sensibilidad fotográfica.
           
¿No hay que considerar además que su obra posee rango y estatura continental? Lo supo el reputado crítico cubano José Gómez–Sicre en su momento, cuando lo incluyó –año 1949– en la First International Exhibition of Latin American Photography, en la entonces llamada Panamerican Union de Washington, D.C. Esto junto a figuras como Lola Álvarez Bravo, Martín Chambi y Alfredo Boulton.
           
Si Zadik no tiene mejor resonancia hoy en día, no ha sido porque su obra haya resultado ser intrascendente con los años –¡todo lo contrario!– sino por no contar con la vasija, aparato o estructura cultural posibilitadora que lo emplazara afirmativamente en el canon latinoamericano, junto a un Manuel Álvarez Bravo o una Tina Modotti.
           
Afirmamos la relevancia de Julio Zadik como fotógrafo de talla global, que nos ha dado imágenes tan intrigantes y tan clásicas como las de un Cartier–Bresson, un Brassaï o un Doisneau.
           
Hoy, con la ventajas que ofrece la circulación y difusión global, estamos en condiciones excepcionales para recuperar el legado fotográfico de Julio Zadik, y proyectarlo al mundo, dándole el lugar y autoridad que de sí merece. Sirva PHotoEspaña como una magistral plataforma para ello.
           
Que vuelva Julio Zadik pues, y que vaya.
           

[Formaciones]

Zadik –nombre estentóreo, poderoso, artístico en sí mismo, de origen judío, pues Zadik provenía de familia judía/germana– heredó mucho del negocio industrial de su familia, la famosa Litografía Byron Zadik, una de las empresas más grandes de empaques de Centroamérica y, en aquel entonces, de América Latina.  
           
Heredó para empezar un modus vivendi (que le permitió dedicarse holgada, aunque paralelamente, a la fotografía) pero sobre todo recibió el impacto estimulante de lo impreso, el diseño y lo visual.
           
Desde muy temprano comenzó a familiarizarse con este universo, asociado por demás a excelentes artistas locales de su tiempo, como Humberto Garavito.
           
El mismo Alfredo Gálvez Suárez –canónico maestro de las artes plásticas guatemaltecas– cumplió como director artístico de la litografía. Conviene agregar aquí que Litografía Zadik colaboró activamente en una suerte de musculación y democratización del arte nacional de la época, por virtud de un proyecto de creativa difusión en soportes de alcance repentino y popular (etiquetas de cigarros, cajetillas de fósforos, calendarios, tarjetas postales). 
           
Aparte de esta formación –y formación fue, a no dudarlo– Zadik realizó estudios de fotografía en 1935, en Nueva York, experiencia que tuvo que abrirle la mente a un mundo mucho más ancho y cosmopolita que el de la muy aldeana América Central de principios de siglo veinte (y que aldeana sigue siendo a principios de siglo veintiuno, maquillajes aparte). Seguiría viajando en vida, y eso explica por caso sus hermosas fotos europeas.  
           
Por demás, Julio Zadik era un hombre que se mantuvo siempre muy artísticamente informado, no solo por su contacto con lo mejor del medio creativo local, sino también por rodearse de fuentes de información y revistas vinculadas a la fotografía especializada (en donde por cierto publicó) por virtud de las cuales tuvo acceso ciertamente a las mejores referencias europeas y norteamericanas. Además conoció en persona a espectaculares maestros, incluso, al parecer, al propio Ansel Adams. ¿No tuvo que ser significativo eso?
           
Es muy fácil reconocer en Zadik motivos similares a otros fotógrafos y artistas de su época. ¿Es que supo asimilarlos así de bien –esto es: más allá de una fácil o simple emulación epigonal, lo cual sería ya de sí un mérito suficiente? ¿O es que estaba muy conectado con el zeitgeist de su tiempo, hasta el punto que él mismo estaba co–creando transversalmente una estética visual reconocible, a la par de los fotógrafos y cineastas más interesantes de su tiempo? ¿Pudo ser que tuviera ciertos momentos anticipatorios, incluso? Todo esto lo sabremos mejor cuando la totalidad de su colección sea develada, ya que en este momento solo tenemos acceso a una fracción más bien reducida de la misma.


[Éxito y silencio]

La obra y ojo de Zadik ha visto la difusión y el olvido a partes iguales.
           
Estando él en vida recibió varios premios, a nivel nacional e internacional. Por traer aquí alguno, mencionaremos el Primer Premio de Fotografía en la Feria Mundial de Nueva York, año 1940. Tampoco le faltaron a Zadik exhibiciones dentro y fuera del país, personales y colectivas. Como la que hiciera en su momento en Buenos Aires (1949), en la cual se interesó el propio Miguel Ángel Asturias. Se puede decir que Zadik recibió validación por parte de figuras muy enteradas, así un Carlos Mérida, quien escribió el texto para una de sus exhibiciones (1948).   
           
Luego se dio un giro: hacia principios de los años sesenta, Zadik dejó de exponer y de buscar premios. Hay que suponer una elección consciente en ello. ¿Por qué dejó de exhibir, por qué no quiso que su obra circulase más, teniendo el talento y los medios? ¿Es que dejó de requerir legitimación externa? ¿Se dio cuenta que todo ese trabajo de colocar su obra en el ojo público era demasiado irritante o fatigoso, que exigía demasiadas labores, que a lo mejor estaba interrumpiendo o demorando su mismo proceso creador, prefiriendo moverse, ad libitum, fuera de las magistraturas burocráticas de la ascensión artística? Habiendo tan nula información o comentario del propio Julio Zadik sobre su proceso creativo, no queda más que ir conjeturando, aproximándose.
           
Aclaremos que aún en esta etapa de discreción mantuvo un fuerte compromiso con la foto. La lucha y entrega heroica y generosa a su arte, la exploración de la posibilidad fotográfica, el esfuerzo metódico, el cuidado constante, la fertilidad y riqueza creadoras, la fascinación artística así como la mirada inocente y abierta continuaron, de modo estable, pero silencioso. Regalaba unas copias de sus fotos a los suyos, y eso era acaso todo.
           
Zadik nos recuerda un poco al guatemalteco César Brañas, un escritor que se dedicó pacientemente a escribir, con tremenda maestría, así como a estimular la escritura de otros, sin reclamar reconocimiento. La suya siendo una franciscana, pero a la vez pretoriana, actividad expresiva.
           
Que estas personas sobrelleven el oficio con semejante dignidad es razón de más para repudiar el ominoso olvido al cual Guatemala las somete, no solo no reclamándolas, sino por el contrario enterrándolas ferozmente en el Gólgota del anonimato y la ausencia, entre millares de huesos inaudibles. En algunos casos, cuando no los olvida, los hace comer, demasiadas veces, el membrillo oscuro de la injuria. O bien los asesina, ya sea literalmente, o erosionándolos, bastardizándolos de poco en poquito, en un lento cáncer. Si hay artistas que de todos modos brillan es por su fulgor y por su genio y por su carisma tan fuerte: brillan entonces a pesar y no gracias a las condiciones que los rodean, y al mal pago al que, salvo contadísimas excepciones, han de resignarse. Luego es cierto que muchos brillan, sí, pero tampoco es que se les permita brillar demasiado. Será un brillo–onda discreto, excepto cuando es asociado a un pegajoso, histérico, adulterante, cerdil nacionalismo.
           
De momento ignoramos si Zadik padeció alguna clase de frustración artística. Más creemos que no. Seguramente Zadik estaba más involucrado con la transparencia del trabajo fotográfico –pensamos– que con su aspecto de la fama o dinerario. ¿Qué tan consciente estaba de su propio talento conmovedor y excepcional? No lo sabemos, pero casi podríamos asegurar que estaba más centrado en desarrollarlo que en mostrarlo –y demostrarlo– en los cenáculos artecráticos.  
           
Como sea, la planta ha roto el asfalto, y además con qué fuerza y con qué majestad: ya con unos años estando muerto, Zadik empieza a ser otra vez celebrado, y no extrañaría que esto fuera aumentando con el tiempo, tal es el poder, la magia y la autoridad de su obra.


[Z]

Se nos figura que la personalidad de Zadik no era una personalidad química, epicúrea, teatral, o extrovertida. Más bien era una personalidad contenida, lateral, discreta, sencilla, y quién sabe si incluso inhibida en cierto modo. No todos, por supuesto, pero muchos fotógrafos son así. ¿Cuántas francas horas pudo haberse pasado Zadik en el cuarto oscuro, fantasmáticamente, reconcentrado, interior?
           
Pasa que una faceta suya era, en definitiva, muy mental, muy metódica, planificadora, programática, disciplinada, y hasta serial y repetitiva. En la manera en que fue guardando sus trabajos, con semejante celo archivador, o en el cuidado que puso en sus impresiones, se  detecta un espíritu reticulado, protocolario, perfeccionista, que convocaba la organización y la paciencia neutral y neural. A Zadik uno lo imagina con una Leica a una distancia estratégica del sujeto o la escena, evaluando con cálculo el problema o reto fotográfico.
           
Encima hay que imaginar a Zadik como un tipo muy serio, que seguramente demandaba seriedad de aquellos que lo rodeaban. Su nieto Estuardo Porras Zadik nos ha dicho: “El tipo tenía un muy buen filtro; él sabía cuando le ibas a hacer perder el tiempo: si tú no tenías la sensibilidad o el interés por lo que él estaba haciendo, él muy educadamente no te ponía atención y no te involucraba en su mundo”.
           
Lo cual a lo mejor no quiere decir que era frío y retirado en lo que hacía. Porque de hecho sus fotos traducen empatía, humanidad, ternura, involucramiento, así como vitalismo, energía, curiosidad, encanto, personalidad y mucha sensibilidad (sensibilidad que se extendía a otras artes, como la literatura y la música, que ciertamente apreciaba, además de tocarla). Esa sensibilidad le permitía acercarse a sus sujetos fotográficos sin espantarlos. Por otro lado, también vemos en algunas de sus fotos un cierto discreto humor.
           
Pero así como estudiaba el reto fotográfico, de la misma manera hacía la foto en pleno relámpago, en repentina intuición, en volcado movimiento, consiguiendo un efecto mágico y heroico. No se pueden tomar las fotos que él tomaba con una mera mente racional. Muchas de sus imágenes más geniales surgen del click espontáneo, de la inmediatez y la pura elisión creativa: una ocurrencia que es un navajazo. Si Dios existe, existe en el momento en que Zadik produce la sinapsis genio–asertiva que ha de coagularse en el material fotosensible del rollo fotográfico. Así Zadik transmutaba cualquier escena, situación, cotidianidad o ritual íntimo social en una especie de propiedad cristalizada y absoluta.
           
Hace falta una férrea vocación de trabajo pero también una cierta calidez interior –un fuego, ya– para dedicarse a la fotografía durante décadas y décadas. Y no solo hablamos de la fotografía personal: algunas anécdotas nos sugieren que Zadik era alguien que estaba dispuesto a compartir generosa y cooperativamente su trabajo y su tiempo y su sabiduría y su inspiración con otras personas, como afirman los testimonios. Allí están por ejemplo sus aportes al Club Fotográfico de Guatemala, fundado por Ricardo Mata, otro gran fotógrafo guatemalteco a quien ya empezamos a olvidar.   
           
Otra prueba que Zadik no era un artista frío, nos parece, es que viajaba mucho (salía desde temprano, las cámaras ocupando un sitio ceremonial en la parte de atrás del carro) a toda clase de lugares y settings rurales despiertos de Guatemala: he aquí un indicador de lo vibrante y conectiva que era su actividad fotográfica.


 [Descubriendo a Julio Zadik]

Lo primero que hay que decir es que recuperar artistas y mantenerlos vivos en el imaginario colectivo es un asunto que nunca ha preocupado al Estado de Guatemala. Se puede argumentar que eso es normal: después de todo, en un país como este, hay asuntos más urgentes, más basales, por atender. Lo problemático es que esos asuntos tampoco son atendidos. Los sucesivos gobiernos rubrican agendas más jugosas como lo son el clientelismo, la subvención, la corruptela y el proxenetismo político. Y para mientras ponen a figuras de mentirilla, decorativas, en el Ministerio de Cultura. No deja de ser irónico que esta cartera tenga a su cargo actualmente a un ex futbolista, lo cual en sí mismo no tendría nada de malo y sería disculpable si de hecho el señor supiera alguna maldita cosa de arte y de gestión cultural, o por lo menos contratase a asesores un poquito más competentes.  
           
Es en ese sentido que los creadores ya muertos del país dependen de sus propias familias para agenciarse cualquier clase de posteridad. Pero en términos generales, advertimos que las familias no cuentan con los recursos, el interés, o la estrategia para ello, y por tanto se encuentran en una situación de mucha impotencia para honrar el legado de los suyos.
           
Felizmente, el caso de Julio Zadik ha sido distinto. Es de apreciar que los descendientes para empezar supieron mantener el legado fotográfico unificado –como Dios manda– y no se dedicaran pues a trocearlo y parcelarlo. El mismo Zadik así lo quiso: ya sea que vendan, regalen, o quemen el archivo, háganlo todo junto, por favor no lo separen, dijo Zadik a sus hijas.
           
En verdad, qué gran fortuna ha sido que Zadik nos dejara un archivo tan solido, pulcro, conservado y en tan buenas condiciones, además de muy prolífico (todo ese trabajo, traducido a horas, uf). Con que esa colección tuviera (pues aún no se sabe a ciencia cierta) veinte o veinticinco mil negativos –entre blanco y negro y a color– ya tendríamos ahí un nada penoso legado, y eso sin contar las 3,000 imagenes vintage... En estos tiempos de fotografía digital e informática eso parece poco, o menos impactante, pero de hecho para la fotografía de entonces, y sobre todo tomando en cuenta la consistencia y calidad fotográfica, es una cifra estimable.
           
Pero incluso un archivo tan extraordinario como este sería estéril si estuviera metido en una cómoda, en un mueble. ¿Cómo no agradecer en ese sentido el interés de la familia por desenterrar tan fecundo material, que es más riqueza que cualquiera otra riqueza tangible que les pudo haber heredado?
           
Hoy, gracias a estos esfuerzos de la familia, y a los esfuerzos de personas informadas del mundo del arte, ya se cuenta con lo que se ha venido llamando el Estate Julio Zadik, un proyecto heroico de recuperación y exhibición de la obra de nuestro artista, vertiginoso en cantidad y calidad, ubérrimo pero además continuadamente excepcional. Por aparte, el estate también se ocupa de coleccionar material de otros fotógrafos.
           
Tómese en cuenta que el archivo Zadik está guardado en latas selladas y cajas especiales para su conservación. Uno puede (luego de ponerse unos guantes sutiles y blancos) abrir alguna de las cajas (cajas y sobres cuya función es preservar adecuadamente los materiales), extraer uno de los negativos, y exclamar. También puede contemplar alguna de las fotos que el mismo Zadik imprimiera, y exclamar una segunda vez, seguir exclamando.   


[Revelaciones]

Estuardo Porras es el nieto de Zadik, y un empresario –se nota por su modo y manera– químicamente puro. Pero a diferencia de muchos otros empresarios guatemaltecos, más chabacanos, se le ve lo despierto y sensible, y no bosteza y no se queda atrás al hablar de la fotografía de su abuelo. Al contrario lo capta todo al vuelo y da él mismo opiniones relevantes y constantes sobre su obra, aún si se presenta como una persona poco educada, en términos de arte. Lo cierto es que sabe más de fotografía de lo que uno pensaría, y de lo que él mismo estaría dispuesto a conceder.
           
Estuardo Porras ha resultado ser una pieza clave en la actualización y reivindicación del trabajo de su abuelo, que hasta hace muy poco se encontraba en un estado profundo de criogenización. Por cierto que a su abuelo no le llama abuelo, más que nada se refiere a él por su apellido: Zadik. Hay en ello ceremonia. Hay en ello respeto.
           
Estuardo Porras nos cuenta, hasta el último detalle, cómo fue que empezó a revivir el trabajo de Zadik, y es una anécdota del todo estimulante, que lamentablemente no podemos repetir aquí, por razones de espacio. Precisará escribirla luego.
           
Pero de todo modos podemos hacer un resumen. Pues resulta que el propietario de un famoso hotel en Guatemala pidió hace unos años unas imágenes de Zadik a una de las hijas del fotógrafo. Eso sirvió para que el nieto de Zadik empezara a tomar interés en el material de su abuelo, y le llevara las fotos a Howard Schultz, el fundador de Starbucks, a quien conocía, suponemos que por motivos de negocios.
           
Porras quiere proponerle un libro de fotos de Zadik a Schultz para sus tiendas de café. Schultz –que además es judío, como el propio Zadik– empatiza con la historia de nuestro fotógrafo, y reconoce en su obra un tesoro. Y, ¿quién lo diría?, resulta que Schultz es connoisseur de fotografía, de hecho uno de los coleccionistas de fotos más relevantes de los Estados Unidos. Le dice a Porras: lo que tienes en las manos no es para un libro, es para algo más.
           
Así que Schultz pone en contacto a Porras con personas de altísimo criterio en el mundo fotográfico estadounidense –incluida Susan Kismaric, entonces curadora del MoMA, conocida por su muy formal profesionalismo– y todos concuerdan que Zadik es una joya, un referente único para la fotografía centroamericana de su época.
           
Este es el punto en donde Porras conecta con figuras de mucho peso como la crítica cubana Valia Garzón –entonces residente en Guatemala– y que inmediatamente supo reconocer el valor de la producción del fotógrafo, o el muy respetable fotógrafo guatemalteco Jaime Permuth. De esa interacción surgió un primero momento de recuperación de Julio Zadik, con la labor de develar, explorar, digitalizar, revelar y exponer las imágenes halladas. Surgió asimismo el libro Julio Zadik: un fotógrafo moderno en Guatemala (1937–1965) (Zadik Editores, 2008). Para hacer esta publicación no se escatimaron recursos.
           
Julio Zadik: un fotógrafo moderno en Guatemala muestra 95 fotos de Zadik. Los textos, muy enterados, completos y articuladores, están a cargo de dos críticos cubanos –la ya mencionada Valia Garzón y José Antonio Navarrete– mientras que la cronología estuvo a cargo de la guatemalteca Mariflor Solís Sobavarro.  Este libro representa un trabajo de enorme valor, en cuanto determina una base de partida enormemente lucida y clarificante. Con el libro también vinieron también exposiciones muy serias, y muy exitosas, tanto en El Salvador como Antigua Guatemala. 
           
Sin duda, este trabajo dará lugar a nuevas fases de exploración, lo cual incluye ordenar el archivo de Zadik (en este momento solamente numerado) y continuar la labor de digitalización. Queda por supuesto agotar su etapa blanco y negro, que aún no ha sido agotada, y luego ya introducirse a su material a colores, así como a toda la fase tardía de Zadik. También han de multiplicarse y difundirse nuevas coordenadas críticas en torno a su figura y trabajo. Si a eso agregamos la expansión de su plataforma de difusión digital, podemos creer que Zadik se convertirá en un artista de bastante valor en el mundo del arte.  


[Maestro elegante]

Si el objetivo es hablar de la producción de Julio Zadik, no podemos dejar de comentar la tremenda factura y precisión formal de su trabajo. Lo conocemos sobre todo por sus rendiciones fotográficas que siempre tienen ese punctum de elegancia.       
           
La elegancia –la solución fotográfica cuajada con gracia y precisión– es el raccord que va uniendo las muchas fotos que tomó en vida, es el elemento cohesionador de tantos temas, formatos y perspectivas.
           
La elegancia está presente por caso en las mágicas decisiones de luz y sombra, en los efectos iluminadores, en los francos contrastes. Es grato reconocer esta misma gracia y catadura en el enfoque y manejo de distancias, para dar escenas concentradas, convivenciales, o ya muy abiertas y espaciosas. Se ve en asuntos tales como el encuadre, el fondo, o el estilo de los ángulos. Es una dignidad presente en superficies, planos y profundidades. También está en el buen gusto de la composición y en la repartición sutil de los elementos fotográficos.
           
Semejante corriente de exquisitez nace de la inspiración y la intuición profunda, claro está; de una simpatía y conexión obvias hacia lo fotografiado, cómo no; pero nace además de un conocimiento extremadamente técnico y científico del proceso fotográfico. Sin esa pericia pragmática, sin esa destreza mecánica, sin saber por caso los asuntos íntimos de la cámara, las delgadeces de la fotosensibilidad, las cábalas de la impresión, o bien las tecnicidades de la composición, no hay modo de crear una obra tan impecable y refinada.


[Zadik: arte y realidad]

Muchas de las fotos de Zadik carecen de títulos formales. Nos toca a nosotros descifrar el tema nuclear que las mueve. Tampoco es una cuestión de inventar mucho, pues en el caso de Zadik la realidad es consistentemente su incepción, a menudo llegando directamente a lo documental, antropológico y memorialista, por un lado, y a actualidades  abstractivas por el otro (hay muchos matices intermedios). Zadik no es un fotógrafo de ficción. Tampoco un fotógrafo particularmente simbólico, figurado o hipostasiante. La realidad es su punto de partida, y también es su punto de llegada.
           
Si en Zadik encontramos tantos temas, es porque abordaba la realidad con mucha curiosidad y desde plurales miradas. Por otro lado, tenemos la idea que su misma realidad le imponía condiciones temáticas. Así por ejemplo en la medida que fue envejeciendo –y por tanto su movilidad fue decayendo– se centró progresivamente en texturas y visualidades abstractas, bodegones, plantas, orquídeas, hongos, insectos: cosas más abordables, en fin. Eso solo da crédito de su capacidad de adaptación, y su lealtad al oficio, incluso en la vejez.
           
Una cosa que hay que dejar clara es que el realismo de las fotografías de Zadik nunca se hizo a costa de la posibilidad artística. El arte siempre estuvo ahí, innegociable. Lo que más nos encanta en Zadik es precisamente esa especie de equilibrio y fusión entre la parte capturadora de la fotografía y la pura determinación estética.


[Sujetos de Julio Zadik]

Uno de los aspectos que más nos causan fascinación de Zadik es la variedad de sujetos fotografiados.
           
Lo humano para empezar, los tantos seres humanos que Zadik nos va dando, y con los cuales se relaciona de un modo a veces neutral, invisible, y otras veces con cercanía evidente (a veces es una mezcla de ambas cosas). Capta a sus congéneres en el encuentro pero también en la distracción, como cuando Zadik mira a alguien pero ese alguien está mirando otra cosa, juega, intima, camina borracho, no se da cuenta.  
           
Los capta en el trabajo y en la ceremonia, en la  liviandad y en el tedio significativo. A veces el sujeto es uno solo pero luego también es una colectividad, una muchedumbre, en cuyo caso apreciamos al Zadik retrator de las costumbres, y cómo estas visten a la gente.
           
A la vez, a Zadik le gustaba fotografiar los cuerpos (a veces desnudos o semidesnudos, sensuales, en intimidad contemplada, o en atlético despliegue). Le gustaba retratar los cuerpos, sí, y cómo se relacionaban plásticamente con el espacio físico, situacional. Pero también con el espacio cultural, sea rural, pueblerino, o atronadoramente citadino.
           
Aparte de fotografiar seres humanos, tenemos fotos suyas de animales, insectos por caso, y por supuesto de entornos naturales, vegetaciones y paisajes, en donde muchas veces están presentes todos los elementos –agua, tierra, cielo y sol– en perfecta fidelidad y correspondencia. Están allí por ejemplo sus espléndidas fotos lacustres. Con esos cuerpos de agua (que apreciaba y navegaba: era veleador) hacía milagros. En términos generales, es interesante ver en sus composiciones al ser humano interactuar con la naturaleza.

Nos gustan asimismo sus fotos de lo inanimado y lo objetual. Zadik era un retratista, sí, de objetos y de texturas y de urdimbres y superficies materiales, en su estado crudo o ya trabajado. Pensemos en su trabajo con los tocadores de las puertas de Antigua Guatemala. Y ya no digamos sus fotos de grandes edificios y arquitecturas y ciudades.


[Continuidad / coherencia]

A Zadik le interesó mucho la realidad de su país, y para poder fotografiarla hizo incontables viajes al interior de la república. Esos viajes a la Guatemala profunda debieron ser no solo viajes en el espacio sino a la vez viajes en el tiempo: el maestro Zadik salía del siglo XX y llegaba posiblemente a páramos más propios del siglo XVI, a páramos incluso anteriores, primigenios, mítico–edénicos.     
           
Todo esos tiempos y todos esos espacios fueron suyos: Zadik es por igual un fotógrafo de los paisajes solitarios, pueblecillos retirados, y las crudas ruralidades apátridas y eternas, como de las urbes más convencidas, cosmopolitas, educadas y actuales, consiguiendo enhebrar una espléndida continuidad a través de la mirada, continuidad experiencial y estética que también sentimos en otros fotógrafos hispanoamericanos alumbrados de la época, y que celebra el acontecimiento proteico de la naturaleza y la identidad.
           
Hemos considerado que Zadik fotografiaba cosas profundamente distintas con la misma pero nunca aburrida mirada, haciendo de lo efímero un evento predicativo, inagotable, de tan observado y tan sentido. Además supo mantener la exigencia y coherencia fotográfica en medio de una gran variedad de registros en fondo y forma, y conservar la integridad artística en medio de una profunda flexibilidad de recursos e intereses.


[Etnografías]

Decir que Zadik escapa a toda mirada ocupadora es un poco apresurado. Es, realmente, una prisa discursiva.
           
Hay en efecto de una urgencia darle una actualidad y contemporaneidad a Zadik que ciertamente el artista tuvo, pero no siempre acaso como ellos, los críticos, han pensado. Es como si no quisieran que el descubrimiento–Zadik pudiera contener alguna mácula poscolonial.
           
Pero no hay que despedir tan pronto esa faceta criollista de Zadik. En su ethos fotográfico ciertamente encontraremos, aún si matizadamente, una pronunciación del edenismo paisajístico, del idilio rural, del contraste exótico.
           
Por demás, si alguien contribuyó a la cultura de postal –portadora de un inminente provincialismo– fue Zadik. La cultura postal ha recibido en Guatemala, necesariamente, muchas críticas, sobre todo por empujar una suerte de extranjería indígena que a menudo no tiene base en la realidad.  “Nos maravillan los trajes indígenas y se olvidan a quien visten”, escribió alguna vez Cardoza y Aragón.
           
Sin ser el suyo en toda justicia un crudo o venal indigenismo bon sauvage, sí se puede notar en Zadik una cierta fragancia de exploración antropológica que no se puede esquivar completamente: el deseo, quizá no de definir, pero sí de captar o absorber al otro.
           
Sin ir más lejos: esa indígena que ha figurado sempiternamente en la moneda de veinticinco centavos de Guatemala –y que es un perfecto leitmotiv del folklore del país– fue inspirada en un modelo fotográfico de Zadik. Con ello nos damos cuenta lo mucho que el arte del señor Zadik participa en el sujeto indígena como tema dualista de estudio y contemplación simbólica.
           
Por supuesto, no decimos esto para reducir o denigrar a Zadik (a quien por cierto Cardoza publicara en su Revista de Guatemala, en 1951). Zadik nunca fue pintoresco en el sentido crudo, injurioso, de la expresión. Fue más bien un impresionista, siguiendo la tipología del viajero de Todorov, y además uno más bien avanzado. El problema es que muchas de sus fotos fueron utilizadas en contextos moralistas, abobados, dialectales, adulteradores, devaluando la intención fotográfica del autor.
           
Es Valia Garzón que nos explica muy bien eso en su texto “Releyendo… Revaluando a Julio Zadik”, el mismo que fuera incluido en el libro ya mencionado. Dice: “Así, en ocasiones, piezas que, al ser revisadas a la luz actual destacan por su plasticidad y lo inusual de su temática, fueron usadas en su momento por algunos medios a manera de “comentarios sociales” al servicio de estrategias puntuales que, estamos seguros, no tenían que ver precisamente con el punto de vista del artista”.
           
Podemos decir que hay un Zadik (pues Zadiks hay varios) que pudo ensayar un estudio identitario menos apropiador, y luego trascender cualquier enfoque exotista, hasta llegar inclusive a la intimidad radical de la abstracción.
           
Por tanto, más que negar un cierto impresionismo indigenista suyo, es una cuestión de desatanizarlo para empezar, comprendiendo su contexto, y de comprender además que Zadik transitó por varios niveles etnográficos, y en varios de ellos supo conversar respetuosamente e íntimamente con el indígena, su realidad y su dignidad, ya sea presentándolo como lo que es, o retratándolo, como bien explica Garzón, en contextos más transversales: la intimidad, la pobreza, la marginal alteridad. Y allí ya no hay evasión ni colonización: hay encuentro.
           
Con Zadik se dan a veces dos tentaciones: la primera es condenarlo por cierto folklorismo que pudo en su momento cultivar (y que sí cultivó); y la segunda es sacarlo completamente de ahí para legitimar su contemporaneidad.
           
A lo mejor ambas posturas son correctas. Una tercera lectura nos permitiría en ese caso asociarlo a ambos perspectivas memético–culturales. Bastaría considerar todos estos enfoques de Zadik para apreciarlo como fuerza cultural mediadora.


[Segunda ola]

El póstumo Zadik vivió –con la publicación del libro y las exhibiciones en Guatemala y El Salvador– una primera ola de reconocimiento. Hoy a lo mejor podemos hablar de una segunda fase de expansión y difusión, con nuevas exposiciones locales, pero también exhibiciones a otros puntos de América, que buscan ya continentalizar mejor su obra. También se le quiere ofrecer un asiento en España y más allá. Todo acompañado de nuevos criterios en torno a su producción, pues habiéndose ya dado esa primera y sustantiva marcha de revisitación, referenciación, explicación y legitimación de su obra, aún queda toda clase de relecturas y preguntas pendientes que, de momento, y hasta que no se haga más investigación y más profunda, solo pueden ser resueltas en el plano de la especulación.  
           
El fotógrafo guatemalteco Andrés Asturias ha sido el responsable de curar y presentar a Zadik en PHotoEspaña 2015, enfocada por demás a la fotografía latinoamericana. Fue el nieto de Zadik el que tuvo la idea de poner a conversar a un fotógrafo del siglo pasado como lo es Zadik con un fotógrafo contemporáneo como lo es Asturias.
           
Afable de personalidad, de aspecto ligeramente desgarbado, he aquí a un auténtico activista cultural –nadie opine lo contrario– además de fotógrafo de referencia, editor e impresor impecable, y quien ya estuviera presente por cierto como artista invitado (dos ocasiones) en PHE. Si alguien puede comprender la actualidad y la vigencia de Zadik es Andrés Asturias, y a ello se deba acaso que haya ya organizado exhibiciones de y con nuestro artista, en un pasado reciente.
           
Asturias quiso apartarse de la representación de Zadik que ya se había hecho, y que a su juicio aún no trascendía del todo lo seguro, lo tradicional y lo decorativo. Es su pensar que el archivo Zadik ofrece registros de expresión más adecuados, más completos y en suma más geniales.  
           
Es completamente relevante para Zadik pisar tierras europeas. PH15 viene a ser el umbral a un mejor nivel de reconocimiento de su obra. A la vez, PH15 puede sentirse honrado de ser el espacio que legitime su genio y su actualidad, de cara al mundo.

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