Ilustración: Alejandro Azurdia/s21 |
Cuando los guatemaltecos del futuro vean
el corpus de publicidad nacionalista
que se ha generado en estas décadas, y que se ha vivido, para nuestro castigo,
como una religión, como un destino, van a sentir una mezcla de tristeza, horror,
rabia, compasión y risa.
¿Quiere
Vd. hacer patriopublicidad?
Todo se puede aprender en esta vida. Si Vd.
quiere ingresar al negocio de la publicidad nacionalista, hay un par de cosas
que debe saber, y que son más o menos las mismas en Guatemala o El Salvador.
La receta no es complicada. De hecho,
las élites empresariales han venido aplicándola desde hace mucho tiempo y
siempre con resultados de mucho calibre. Lo del orgullo patrio y el
nacionalismo (que no es otra cosa que “nuestra forma de incesto”, de acuerdo a
Fromm) siempre cumple, porque es una forma muy barata de autoelogio.
No importa cuán cadavérica sea nuestra
realidad, el Narciso nacional siempre está dispuesto a bailar en el festín
tesonero del consumo, si le ponen la cancioncita de turno dedicada a nuestra gente,
a nuestra tierra, a nuestro sabor, el de nosotros.
Rendido a su propio embrujo, el sujeto
nacional parece ser una fuente de ingresos perpetua. Y aunque solo hay una
nación –y es la nación del espectáculo, es decir de la publicidad– eso nadie
tiene por qué saberlo.
Lo recomendable es rempujarle en el
buche al consumidor, el incauto, eso de la identidad, nunca importando lo joven
o núbil que sea. Anuncio tras anuncio, campaña tras campaña, año tras año,
década tras década, con total impunidad.
La categoría no es relevante per se: la patria es leal a la cerveza,
el pollo, la gaseosa, el banco, el azúcar, la instancia de gobierno, la
telecomunicación, la causa o el movimiento.
Claro, esto funciona mejor con marcas
centenarias o en resumen viejas, de alcurnia y linaje, patriarcales y
plutocráticas. Marcas que se han puesto de acuerdo y hecho una entente tácita para reforzarse unas a
otras, nupcialmente, con el mero propósito de sostener un orden que reditúa
millones y millones en ganancias. La identidad como armadura de la rutina
liberal.
Baste con hacer spots en donde la
condición humana y la villanía por efecto de magia no existan, y en donde la
imbecilidad compartida y la edulcoración social sean valores deseables. Podemos
extraer mucho de las fiestas septembrinas y otras parrandas cívicas que, con
sus múltiples parafascismos y fetichismos orgiásticos de bandera, nos atarantan
y vuelven entidades dóciles.
Se aconseja hacer un combo satánico. ¿Y
qué es un combo satánico? Es cuando se enchufa lo patriótico con otros
gregarismos, como el fútbol o la música popular. Siempre es conveniente
beneficiarse de la celebridad de ciertos rostros importantes del medio
artístico o deportivo.
Si usted hace spots patriopublicitarios,
asegúrese de cobrar holgadamente por ellos: después de todo, usted viene a ser
el responsable de resguardar el proyecto de legitimación del pueblo como agente
al servicio de la burguesía patricia –y eso no es poca cosa.
Por supuesto, en lo externo Vd. se presentará
más bien como el guardián incorruptible de la esencia mercurial de lo llamado
chapín.
Ingredientes
básicos
Todo empieza con el “sentimiento de
terruño” y la pirotecnia fácil de la pertenencia. Folklorícelo todo. Quetzalícelo
todo. Marimbícelo todo. Color–localícelo todo. Procure usted exaltar las
raíces, las inclinaciones, los rituales, los patrimonios culturales, en un
fondo hímnico (el pianito). La patria como refugio de sensaciones, como refugio
sensacional. Migre de landmark nacional en landmark nacional, por virtud de
raccords ingeniosos y manipulación digital. Utilice zoom outs que revelen la
majestuosidad de aquellos paisajes, selváticos o lacustres, históricos o
urbanos, que nos acreditan como una nación grande, insustituible. Los drones
ayudan. De otra parte, no olvide, para uso sentimental, incorporar muchos
primeros planos de rostros connacionales, y que sean más o menos diversos. La
corrección política es crucial. Un niño, un joven, un anciano, un negro. Por supuesto,
un indígena campesino –pobre pero sonriente, pero digno. Un canchito, cómo no.
Por si las dudas, un chucho.
Si usted consigue que alguien se vaya a
las trompadas por defender su marca nacional, ha triunfado. Confíe en que el
fachismo neoliberal light siempre triunfa, siempre.
Un toque de inocencia ayuda: la
volubilidad, la sonrisa, el optimismo, ¡los sueños! El narrador deberá hablar
con cierto tono condescendiente, como si fuéramos un atajo de imbéciles. Por
cierto, piense en todas las referencias más cutres, habidas y por haber, y
actívelas en su anuncio. No se equivoque proponiendo cosas culturalmente
interesantes. Vamos tras lo barato. De allí que nos interese colocar esos
cantantes de cancioncitas pegadizas o bandas limpias, asimiladas e inocuas que
van brincando de marca en marca, como las mariposas o prostitutas que suelen
ser. Es así. El imperio de lo plano. Ninguna creatividad.
Un toque de liviandad y de humor y de aparente
frescura es siempre posible y filmable, siempre y cuando no saque a nadie de su
zona de confort. Puede usted utilizar un lenguaje pretendidamente vernáculo,
cotidiano, aunque no demasiado popular (sintetizado en ese apócope infame,
pequeñoburgués: Guate). Popular un poco, justo para darle un poco de borde y
rudimentariedad. Se recomienda un aura de libertad narcisista y hedonista. No
la clase de libertad que pone en duda el statu quo, por supuesto. Nunca el vayan–todos–a–chingar–a–su–madre.
Esta creatividad y libertad y exploración que estamos vendiendo es una
sanitizada, domesticada, para nada enhiesta o respondona… ¿Qué más? Queda entre
las opciones hacer una edición rauda y cool, con aceleraciones que nos llevan
instantáneamente a la fiesta y el roadtripping…
El truco, nos parece, está en nunca presentar
algo disruptor, desagradable o inquietante, algo que pueda agitar la preciosa identificación
y lealtad del consumidor. Se trata de hacer de cada anuncio un útero
tranquilizador, amigable, contento, con imágenes de gente divirtiéndose,
riendo, mientras la voz en off va rindiendo una oferta o novedad con voz de
feriante, al sonido de una cancioncita semireguetonera, las mujeres trapicheando
calientes la piel, a un lado de la piscina. Patria y diversión deberán ser
equivalentes. Queremos gente complacida, pues lo complaciente genera
complacencia. Por otro lado, lo conmovedor conquista los corazones de aquellos con
una debilidad por la cursilería, que son casi todos. Puede incluso aderezar con
un toque de pseudoaltruismo, a su discreción.
En el mar de los valores, seleccione
aquellos que funcionalicen la plataforma republicana y liberal, y refuercen el
cuerpo de la productividad y el consumo: el trabajo, el progreso. No se moleste
en invitar otros valores como la crítica o la solidaridad real; más bien, si
puede, preséntelos como reaccionarios y regresivos.
Sobre todo heroice, exalte. Cuente una
historia solemne, sinfónica, de un individuo o de un país (son lo mismo). Una
historia de hadas, de reinado feliz.
Por último, dele factura y pedigrí al
spot publicitario en términos de producción y posproducción. Un poco de onda
audiovisual. Revuelva. Ha hecho Vd. un espléndido cóctel patriopublicitario.
Una
patria, por favor
Terminado el proceso, no haga caso de lo
que diga su consciencia por crear estos anuncios patriocorporativos. Con un
poco de caradura, se puede como se sabe trascender esos sentimientos
innecesarios. Y sepa que se agradece su interés por cuidar las rentabilidades
de los empresarios nacionales y transnacionales, su interés por mantener el
gran orden corporativo. Vale la pena darle al pueblo productos pegajosos que
cohesionen su inercia fáctica. Vale la pena instituir la maratón de la
nacionalidad débil para penetración mercadológica. No sienta pudor por
anteponer esta impostura y esta ruta fácil de pertenencia a cualquier intento
real de construcción nacional. ¿No es alegre darle en dos minutos a las
personas la ilusión de la de pertenencia, sin ellas habérsela ganado?
Después de todo, ¿para qué hacer patria
cuando podemos consumirla?
¿No es honorable hacerse patriota
consumiendo?
Cuando los guatemaltecos del futuro vean
el corpus de publicidad nacionalista
que se ha generado en estas décadas, y que se ha vivido, para nuestro castigo,
como una religión, como un destino, van a sentir una mezcla de tristeza,
horror, rabia, compasión y risa.
O a lo mejor no. A lo mejor esos
guatemaltecos serán iguales a las de hoy, y se van a regocijar con los mismos
anuncios pendejos que, año tras año, seguimos viendo.
Después de todo, no se olvida de donde
se viene.
(Texto publicado el 13 de septiembre en Magacín de Siglo 21.)
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