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maurice
echeverría

Monólogo del cinéfilo perverso

Amo el cine y estoy enfermo: enfermo de cine. Tengo gusanos en los ojos. Llevo debajo del brazo medio millón de filmes vistos. Soy un hoarder de películas. Soy una movie whore. Soy un ser perverso.

¿Mi nombre? Llámenme Caín, como aquel famoso crítico cinematográfico.

Hablo con la autoridad –irrefutable, ejemplar– de quien ha hecho innumerables filas para ver incontables funciones. De quien se ha sentado incalculables veces, a todas horas, delante de la pantalla del televisor y llora y sangra viendo títulos clásicos y púberes.  

Nada en este mundo me retiene, salvo la experiencia cinética y mística de la pantalla. No tengo muchas razones para vivir, excepto ver filmes (Jarmusch, von Trier, Kubrick…) El día que me mate, lo haré en una sala de cine. Lo haré en ese callejón hermoso que es una sala de cine. Lo haré en ese útero tibio que es una sala de cine.

Mis uñas son larguísimas, ancestrales. No tengo tiempo de cortármelas; estoy muy ocupado contemplando otra cinta, otra serie. Cuando no lo consigo, cuando por una u otra razón no consigo sentarme a ver una película, rompo cosas, grito. Solo me calmo al sentir de nuevo el ronroneo calvo y sellado del DVD, o cuando toco la pelusa de la butaca en la sala…

Entonces lo que hago es recostarme y dejar que la película, en la suave penumbra, consuma la íntima felación. A veces no respiro, intencionalmente, durante algún plano o escena especialmente exultante, y eso me hace sentir especialmente orgásmico, vivo. El priapismo es constante. Podría masturbarme delante de cualquier cartelera.

Voy a comprar películas piratas como quien compra drogas. Bajo películas como quien se pica el brazo con una jeringa en la noche. Necesito un fix de Netflix. El cable es mi consorte. El streaming, un pequeño ano lúbrico. Sangre es el cine para este vampiro. Otros sueñan con degollar a su madre, con tocar a un infante. Esas cosas nada me interesan. Solo me preocupa –y me preocupa todo el tiempo, me genera mucha ansiedad– conseguir nuevas películas, o ver aquellas antiguas que habrían de darme el éxtasis (Hitchcock, Polanski, Fincher…)

Por supuesto, esta ocupación, la de consumir películas, me ha costado no pocos trabajos. Ya no me interesa leer, escalar, danzar: solo el cine. Soy un hoarder de películas. Soy una movie whore. Soy un ser perverso.

Antes, otros me acompañaban. Luego presintieron el problema (es cierto que me da por mutilarme los brazos con viejas cintas de 16 mm). Me aconsejaron terapia y otros métodos subsidiarios. Fueron dejándome solo, o yo fui dejándolos a ellos. Me siento en la última fila, y ya no tengo vida social. Y sin embargo los otros están allí, conmigo, a través de todas esas películas. Así los voy espiando.
           
Poseo colección extraordinaria de títulos fílmicos, clásicos y contemporáneos (Aronofsky, Pasolini, Gaspar Noé…) Tengo motivos para pensar que es la mejor colección de este país (aún si existen dos o tres directorcitos locales que pretenden rivalizar conmigo). Además, allí están todos esos posters colgados, debidamente enmarcados, cada uno representando un momento culminante, un fotograma extraño y sublime de la historia cinematográfica global. Auténticas joyas, por las cuales las personas muy enteradas matarían. Por demás, estoy enterado de todo lo que pasa en el cine, qué cosas circulan en los festivales, qué actores han recibido qué contratos. Mis conocimientos son extensos. Podría sostener sin mayor humillación una conversación con Tarantino. Soy un hoarder de películas. Soy una movie whore. Soy un ser perverso.

Lo confieso: a veces veo películas hasta que me duelen los riñones, los ojos, todo. A veces veo un mismo paneo 42 veces, compulsivamente. Los tejidos cutáneos empiezan a sacar pústulas, a ulcerarse. Después de esas maratones, quedo desorientado, hablando solo. A menudo entro en alucinaciones, trances. Se me aparece Billy Wilder en la cocina, Gus Van Sant en en la regadera, David Lynch en la sala. O bien empiezo a hablar como si fuera el Coronel Kurtz.

Así es mi vida. La vida es sueño. La vida es cine.

Ahora me crece un tercer ojo en la frente: el cainita, el fílmico. Con ese ojo podré ver todas las películas hechas y por hacer.

Y seré Dios.

Seré, por fin, la Pantalla en Blanco. 

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