Es claro que hay otros escritores excepcionales
en CA, y que Chaves, siendo tan bueno, también tiene sus bordes, como todos,
pero en verdad sostengo que Chaves es un escritor de quien mucho se aprende.
Viendo libros en el FCE, me topé con esa
obra suya, 300 páginas, y con hojearla
un poco ya quise llevármela. Leída ya, puedo decir que el material da
resultado, merece mención, nos informa hasta qué punto Chaves es un escritor
culminado, un escritor que sabe perfectamente llevar las técnicas ficcionales a
la nota y el artículo.
Era de cierto la primera vez que me
topaba con el Chaves prosista. Algo de su poesía he leído, pero no es de su
poesía de lo que quiero aquí hablar, sino de su prosa –en ficción y no ficción.
[Chaves
con s]
Para aquellos connacionales que no lo
conocen, Luis Chaves (Chaves con s) es un confirmado poeta tico. Pertenece a los
escritores de mi generación, aunque me lleva unos años, tampoco muchos (él
nació en 1969).
Poco sé de la literatura de las
Tiquicias. Ignoro quién son sus prosistas, salvo ciertos casos aislados (e. g. Contreras Castro, de quien leí tres libros
suyos, que mucho me gustaron).
Si pienso en poesía tica pienso pues, y
cualquiera conmigo, en Luis Chaves. Y cuando pienso en Luis Chaves, mi
nostalgia (éramos jóvenes) se posa en la revista tica de contracultura Kasandra
(qué proyecto aquel) porque allí, creo recordar, publicaba el mismo Chaves. Por
lo tanto asocio a Chaves a la escritura contracultural de aquellos años. Ah,
aquella contracultura preinternética, pretecnomediática, con algo de insular, tibetana,
realmente.
Ya nunca nada será igual.
Por otro lado pienso en Los amigos de lo ajeno, revista de
poesía que el propio Chaves coeditaba y no sé si coedita. Me parece que publicaron
allí alguna cosa mía. A Chaves como tal no lo conozco, que yo sepa o recuerde,
y si algún contacto hubo, habrá sido indirecto y vicario. Lo he visto en algún
video, hablando con esos anteojos que lo caracterizan, y le traducen el oficio
de las letras. Es un video sobre diez libros que le han marcado. Lo encuentran ustedes
en YouTube.
Libros suyos de poesía son: Los animales que imaginamos (1997,
Premio Hispanoamericano Sor Juana Inés de la Cruz), Historias Polaroid (2000), Chan
Marshall (2005, Premio Fray Luis de León, España) y La máquina de hacer niebla (2012, Premio Nacional de Poesía de
Costa Rica). Entre otros.
Su poesía me gusta. Es poesía de la
cotidianidad, la presente o la expirada, y luego de la intimidad directa, rigurosamente
prosaízada, sin excesos verbales ni almizcles. No es como que le canta a las
calandrias, o algo así.
En cuanto a la prosa, Chaves ha
publicado hasta el momento tres libros: El
Mundial 2010 – apuntes (2010), 300
páginas (2010) (un libro que destaca, performa) y Salvapantallas (2015). En su blog Tetrabrik (luischaves.com) pueden inquirir más al respecto.
Luis Chaves –Chaves con s– es un autor
celebrado en su país, hasta donde alcanzo a entender, aunque bien podría estar
equivocado. Espero en todo caso que no le estén dando ahí la indiferencia típica
del istmo intestinal.
Escribir en estas latitudes es a veces
como flotar en mierda.
Pero no es la hora de la autoconmiseración,
me parece.
[Dos
reseñas]
Es lógico que nos gusten los textos de
Chaves. ¿Cómo no habría de gustarnos su prosa, en donde se adivina igualmente
la espontaneidad y el cuidado literario?
La frescura está allí: inocencia a ratos
festiva, pero luego también humor sardónico. Y astucia. Luis Chaves es un astuto. Esa “astucia artística” de la
cual hablaba Flaubert. Ocurrencias –frase a frase– puestas allí para el lector,
que acompaña a Chaves en sus exploraciones, en fondo y técnica (y en imagen).
Da placer leer –así en 300– algo que no decae, en donde la
electricidad es constante. La consistencia da autoridad, y de allí que
respetemos a Chaves. Por eso y por su capacidad de convertir un mero encargo en
magia literaria, en literatura.
No vaya a creerse que esa magia
literaria es gratuita. La mamó de los maestros (Vonnegut, uno de ellos) y uno
siente al leer a Chaves que está leyendo a no pocos autores de calidad,
concentradamente. En cuanto a mí, soy más barroco de prosa, y hasta verbalmente
mugiente, y por eso me ha gustado leer a un Chaves: porque me da mesura.
Detrás de esta mesura y economía suyas,
hay una confección evidente. Comprenderán que no se puede alcanzar ese grado de
precisión sin manufactura. No hay complacencia: Chaves se exige en cada sentencia,
con celo estajanovista, cierta dosis de efecto, de literatura. Pero el
resultado no es denso, opaco. Holgado, humorístico, fuera de nobiliarios esnobismos,
Chaves nunca pierde lo aéreo y nunca lo despreocupado.
Y ahora las reseñas.
300
páginas.– Lo
conseguí, como ya dije, en FCE, en una edición decente de Lanzallamas. Se ocupa
de juntar crónicas, ensayos, apuntes, artículos, críticas, periodismos, que fue
publicando en medios como SoHo, Áncora y blogs.
El trabajo periodístico y revistal de
Chaves es sobre todo literario. Me gustan esos recursos suyos, que hacen de sus
textos corales entretenidos, como los de un Villoro centroamericano. Con lo que
otros harían una crónica meh él hace un texto pulido, imaginativo, vibrante. Quisiera
haberlo leído a sorbitos; lo terminé leyendo de un tirón.
Con un simple encargo, Chaves hace
maravillas. El reporteo es periférico respecto al insight literario. Las
entrevistas no son transcritas sino más bien entrevistas. No cede al peonazgo estadístico. Chaves circunvala el
mero dato informacional para accesar el más puro momento literario. Limpiamente,
escrituralmente, con música y puntuación, con lenguaje y arquitectura.
La mayoría de sus textos son presentados
pulcramente en numerales, a la manera de Fresán. Si lo pienso, hay algo
fresanesco en Chaves, en cuenta esa prosa posmo y nineties. Como en Fresan
prefiero en Chaves su prosa de no ficción a su prosa de ficción, como pronto
veremos.
En fin, son notas armadas, displicentes,
bien empezadas, bien seguidas y bien terminadas. Dice en un momento Chaves que
no es metódico cuando escribe (p. 274) pero no termino de creerle. El control
narrativo está allí, y lo que nos entrega no son pulpos deformados sino piezas
con diseño y catexis literaria.
Sobre todo está allí el poder de frase
con que va cubriendo sus textos, producidos con notable intensidad: no les
cambiaría una palabra. Sus frases son frases de escritor, sobradas de
escritura, y por ello queremos decir, entre otras cosas, reducidas a su formula
irreductible. 300 páginas está regido
por un mismo espíritu de lo necesario. Un efecto sintetizador, en donde no hay
nada excesivo, melifluo, de más. Diré el lugar común: la síntesis aquí es un
síntoma de la condición de poeta de Chaves.
En cuanto a los temas, siempre tienen
algo de privados. Tienen esos temas un aire de privacidad y sinceridad, aún
cuando se acerquen a temas públicos y rituales culturales compartidos (piénsese
en la nota de los moteles, linda). Desde esa privacidad habla de los suyos,
familia, amigos; de su país, así el urbano, el turístico, el cultural, el
pequeñoburgués; de autores, músicas, deportes (es un cronista deportivo de alto
rendimiento, helo ahí hablando virtuosamente de pugilismo o ciclismo con un
estilo y acercamiento notables); y otros tópicos ya tan suyos.
Privados son los temas por el valor casi
sentimental que les adjudica, pero también por el ojo íntimo con que mira las
cosas, con que capta los detalles, los muchos detalles, por medio de los cuales
nos va rindiendo no uno sino muchos momentos exquisitos.
Sé que me gusta un libro cuando lo tengo
muy subrayado, y este lo subrayé mucho. 300
páginas es uno de los libros más estimulantes que he leído en algún tiempo.
Salvapantallas.– Un libro de ficción, pero a la vez un
retrato autobiográfico sentido y sincero
(con sus ritos de pasaje así sexuales y toxicómanos –la droga, ese
tópico de nuestra generación). Podría concebirse como una colección de cuentos,
biografía menor, una nouvelle o
diario, ¿importa?
Es cierto que el resultado es un poco
descosido, si se le presenta como novela, pues carece de toda trama narrativa,
ya no digamos de subtrama. Un cuento largo, acaso, que se lee en cinco minutos
y medio, y que nos hace preguntarnos si vale las Q150 varas que nos cobraron en
Sophos por él.
Algunos fragmentos de Salvapantallas ya los habíamos leído en 300 páginas, lo que nos acorta aún más
el libro. En extensiones más vastas, ambiciosas y ferroviarias, Luis Chaves
derraparía. Chaves, pareciera, no es exactamente un novelista, y la novela no
es su mar.
Funciona bien en la página, en la
distancia corta. Explicaría eso por qué Salvapantallas
está compuesto de capítulos ultraleves, en general. Es el principio acaso de
que no hace falta decirlo todo, para todo ya decirlo. La elipsis como
estrategia totalizante.
En eso de hacer una novela con notas y
viñetas, nos recuerda a nuestro propio Payeras: otro poeta que escribe novelas
cortas con apuntes. Decir que Chaves es el Payeras de Costa Rica es injusto
para ambos, pero sí diré que algunas vez hice reseña de un libro de Payeras (la
reseña se llama Lo amarillo y lo negro, está
disponible en mi blog Salivario) y muchas de las cosas que allí dije aplicarían
igual al Salvapantallas de Chaves. Se
parecen en algunas cosas, estos dos, aunque en otras, claro, no. Me da la
impresión que Payeras es más intelectual y cortical (lo cual no es mejor ni
peor). Sería interesante levantar una comparación seria, pero no es el momento.
Me limito a decir que tanto en Payeras como Chaves se da el vaivén interesante
y el parasitismo que pueden darse entre prosa y poesía.
El tema es la nostalgia, la nostalgia.
Chaves tiene vocación de memorialista.
Esa clase de personas que revisitan su infancia, en una especie de quiromancia
inversa, y cuyas lejanías biográficas son siempre emanaciones actuales,
presencias. Aquí unas memorias menores, con algunos de los tópicos que ya
habíamos visto en 300 páginas. Los
tópicos de Chaves son pocos, pero eso sí, consistentes. Y todos nacen de una cercanía
unitaria, de un contorno de subjetividad.
Esta novella,
a diferencia de 300 páginas, me
decepcionó un poco. Cierto buzz en torno a la misma nos vendió otra cosa. Es
entretenida, pero decir que me cambió la vida, incluso la tarde, es ya
exagerar. Claro, contiene segmentos meritorios, como el de Cuba. O el de su
amigo dealer. Personalmente, me parece (aunque ese soy yo) que le faltó
esperpento, aspereza, daimonismo y un par de vísceras. Uno hubiera querido un
punto de no retorno.
Termina el libro con un diario sin momentum,
recurso algo facilón, que ya sobra, y que si lo quitamos nos deja con apenas dos
o tres cuentos de una biografía sin bio y más bien fantasmática. Ese tedio al
final el lector lo siente. No es que tenga nada en contra lo corto del libro,
pero el libro se nos fue quedando corto.
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