Nos recibe Julio en ese hontanar llamado
Erre, con unos lentes de plástico rosados, que son los que usa porque es
aventado y tímido a la vez, y con esos lentes se explicita y se oculta
simultáneamente. ¿Hemos venido a La Erre a ver qué? Te prometo anarquía. ¿Qué es Te
prometo anarquía? Una película de Julio Hernández. El lugar está full de
gente.
Aquí va mi reseña.
No es la primera vez que escribo de Julio.
Ya antes escribiera yo para la revista Rara un texto que se llamó, ¿cómo se
llamó?, se llamó Crudeza y belleza de un Julio Hernández y son unas impresiones sobre
una primera etapa fílmica del que nos concierne. No, no es la primera vez que hablo de Julio ni muy será la
última.
Mucho tiempo ha pasado desde que Julio y
yo trabajamos conjuntamente en aquel diario en el cual por lo visto yo sigo
trabajando. La vida, chupahoras, nos puso donde tenía que ponernos, que tampoco
es un pésimo lugar. A él lo convirtió en un auténtico hombre–cine. Algún
tiempo, sí, desde que yo viera los primeros inocentes tanteos videográficos de
Julio.
Hoy –al ver Te prometo anarquía– me daré cuenta que Julio es ya un cineasta de
otro nivel, un cineasta de clase latinoamericana y mundial. Y mientras se le
siga proveyendo las condiciones adecuadas de trabajo, dará resultados cada vez
más cristalinos–espesos de su parte. Espero que se esté entendiendo que le
tengo mucho respeto, y que es la clase de respeto que no viene de la
complacencia huera, sino de un escrutinio sentido en el tiempo.
Se abre el umbral luminoso, ingresamos a
la película. La misma que posee esos mismos elementos de otros filmes suyos. Mencionemos
algunos, al azar: 7, 10 o 12 planos memorables; actores que no siendo profesionales
sacan súperbien el trabajo; cinta auditiva que ha sido nuestro placer, porque nadie
en el barrio tienen mejor gusto musical que J; escenas que son detalles,
detalles que son escenas; etcétera.
Pero a pesar de todos sus leit motivs, sus
obsesiones formales y tópicas, Julio no parece repetirse, o no de una manera
que nos moleste particularmente.
Todo el mundo sabe mentir
Los personajes de Te prometo anarquía son por supuesto adolescentes, porque lo propio
de Julio es la adolescencia, como quien dijera un Gus van Sant latinoamericano.
Estos adolescentes, estos olvidados, esos
seres sin crónica pero nunca para Julio, van parcelando sus vidas donando
sangre, hueliendo pegamento, patinando en las periferias implosivas de la gran corriente
citadina, cogen tierna y testosterónicamente, recitan poemas–himnos
generacionales que son rapes de angustia, nos van dando las viñetas itinerantes
de este comic requeridamente, neuróticamente urbano.
Los principales son dos: Johnny (Eduardo Martinez)
y el suave y trágico Miguel (Diego Calva), quien me recordara a un amigo que
tuve tiempo atrás. Nos ha dicho Julio que ambos actores son heterosexuales, y que
no se conocían entre ellos antes del filme. A ellos Julio les dijo lo que les
dice a sus actores y es: no van a actuar, van a mentir.
Y es que todo el mundo sabe mentir.
Para mientras les roba sus personalidades
reales.
La inocencia traicionada
Tan solo una historia, una historia–poema de
unos skaters que se aman, venden su sangre, lazarillean, y cuya inocencia se
lastima y se traiciona (lo cual bien podría ser el tema de todas las películas
de J) y torna en algún horror. Esto es de cómo se pierde la inocencia, sí, y de
cómo al perderla se pierde la ciudad, hay un expatriamiento y una suerte de separación
electrolítica.
Película angustiante, de ominosas
consecuencias, como otras de Julio, y como otras de Julio, tierna y humorística
y lírica también, y con un final quién–sabe.
Que sea tan lírica no significa que no tenga
alguna trama: allí están, por caso, el crimen y el secuestro. Pero por otro
lado se nota que la narración no está religada científicamente, sino más bien
es una historia intuitiva, que se desovilla a–la–manera–de–Julio, a quien los guiones
solo sirven para conseguir dinero. En el rodaje ya no los usa del todo, sino
más bien improvisa. Esos guiones son suyos, no solamente porque él los ha
caldeado en su interior durante mucho tiempo, sino porque al final es él quien
los traciona.
El rollo de la película (y subrollos)
El título de este sexto largometraje de
Julio fue tomado prestado del blog de Rafael Romero Te prometo anarquía (en donde por cierto hay una selección de poemas
de este servidor, si a alguien interesa). Es un título cabal, para una película
cuyo rollo es el de la inocencia lastimada, como ya creo que dijimos. Te
prometo entropía. Te prometo planes rotos. Te prometo algo ya abortado.
Subrollos: la cosa gay, el skate, la
donación de sangre en el mercado negro, el narcosecuestro o narcolevantón, y la
ciudad, ese ónix sucio.
Podemos ir viendo todo eso por partes.
La
cosa gay. La cosa gay
entre dos adolescentes, pero resulta que uno de ellos no es gay sino bisexual
(y flirtea y se enrolla con una chava y sus tetitas dulces) y todo eso produce
las previsibles confusiones psicosexuales propias del caso, con su óbice de
celos. El filme rinde sesiones no explícitas, pero tampoco disimuladas, de carnalidad
homosexual teen. Sexo gay en un tanque o container metálico (que es como una nave
extraterrestre en alguna parte inefable de la metrópoli) o bien en un motel sin
coordenada, en donde un barquito de papel navega en las chamarras del amor, al
estilo de Luis González Palma.
El
skate. Por supuesto, es
un tema constante, pero tampoco despótico, y eso se aprecia. Me explico: yo fui
skater durante años, pero agradezco que esta no sea una peli de skate propiamente,
con toda clase de tecnicismos y stunts. No era ese el punto de la historia. Seguramente
si se le hubiera dado mucha atención a los efectos, los grinds, las escaleras, los
saltos sobre huecos tenebrosos, se hubiera perdido el poetismo básico del skate
allí planteado.
¿Y cuál es ese poetismo básico?
Cuando somos jóvenes y skaters, hacemos un
ollie entre angustia y angustia. Cuando somos jóvenes y skaters, skate es una
manera primaria y profunda de insobordinación. Cuando somos jóvenes y skaters,
patinar es un encuentro místico con la ciudad.
(Recuerdo que cuando patinaba tenía
memorizada cada grieta, cada desnivel, en cada acera).
La
donación de sangre en el mercado negro. Buena parte de la historia gira en torno al tráfico
de sangre, que a veces trae hepatitis C, y que cae o sube por un tubito que va
a dar a un negocio planchado.
El negocio es de los narcos, como todos
los negocios de billete. Y así es como llegamos a: el tema del secuestro. No es que Julio viera lo de los 43 estudiantes
Ayotzinapa, y dijera: voy a meter eso en mi película, previsible y conveniente
y oportunísticamente. Oigan: la parte del secuestro ya estaba definida antes
del rodaje. Rodaje que estaba a punto de empezar cuando ocurrió lo de los
estudiantes, una no desdeñable, pero tenebrosa, sincronicidad, que atravesó el
crew como una onda fría. De todas maneras, si esto hubiera sido una referencia
a los de los 43 hubiera sido una muy elegante (ninguna violencia, más bien
humor, en contraposición a lo que vimos, por ejemplo, en Heli, de Amat Escalante que, ojo, también nos gustó). En el filme nunca
se llega a saber qué pasa con los secuestrados, igualmente es en la realidad.
La
ciudad. Es decir la ciudad
de México, ese lugar preposmoderno, esa ciencia ficción, ese centro sin centro de
códigos devorantes, ese espejismo gris en donde millones de seres sin
patronímico evidente deambulan, con sus chilangas maneras. Y claro, la mejor
manera de llevarnos por la capital es por vía de los patinetos (dice Julio que
ellos se apropian de la calle de manera orgánica, dice que simultánemente aman
la ciudad y le dan sus golpes).
Extendámonos un poco sobre el tratamiento
que le dio Julio al DF. Sabemos que Exploró y Curó Las Locaciones, y eso
explica que salgan tanto mágicos derruidos rincones (así, una cancha de frontón
o como se llame eso) por donde circulan los personajes de su filme en una
suerte de nomadismo sinusoidal, encuentro y desencuentro de una Ítaca fluida,
en donde por demás las llamadas de cel puede que lleguen o no a su destino.
La cámara de Julio nos traslada al
suspense de las pasarelas, los vagones de metro, incluso a las autopistas más
allá de la metrópolis (aquí lo rural es simplemente lo que no es urbano, cuando
en otros tiempo eso fuera al revés). Pero esas autopistas, parece, son venas
que nos llaman de vuelta a la sangre genética de la Ciudad de México.
Y para mientras, Julio hace cosas con la
cámara, propicia ciertos travellings, incluye texturas sonoras, se auxilia de
ciertos cromatismos, practica la escena–detalle (escenas algunas que son
incluso innecesarias para la historia, pero son las que le dan carne mística). Todo
en nombre de la Ciudad de México, ciudad que Julio parece comprender muy bien,
y que sobre todo no tiene miedo a expresar.
Aparte de la Ciudad de México, también nos
trasladamos a Texas, a donde la historia migra. Esta película también es a su
manera, muy sutílmente, un northern. En el Norte tus pecados serán absueltos,
siempre y cuando tengas los contactos y las maneras.
Clase media, para arriba y para abajo
Múltiples tonalidades sociales en este
filme, pero el punto obvio de partida es la clase media. Hay una cosa con la
clase media –que es la clase de Julio, realmente, y la que quedó retratada en Gasolina– y es que se abre a la clase
alta y a la baja por igual, y por tanto le aporta posibilidad y registro social
a la historia.
Y así es como tenemos una escena en donde
un derrelicto delicado, lumpen, llamado Techno, se desmaya en el metro,
flotando en anemia; y en otro momento, nos entrega a un grupo de chavos urbanos
cantando en bandada El Tri; y más allá nos hallamos en uno de esos grandes estudios
televisivos, de cancerbero y talanquera, muy acá.
Lo real y lo oblicuo
Ya Julio tiene lo más difícil: un estilo
propio, y con eso quiero decir una manera propia de ser cineasta.
Y su manera de ser cineasta, su talento es
decir las cosas con una dosis directa de realidad pero a la vez con una dosis oblicua
de ficción.
Cuando hablamos de que dice las cosas con
una dosis directa de realidad estamos hablando de varias cosas. Para empezar de
lo duro y terrible y sentido de sus historias (que sin embargo no recurre a
tremendismos facilones). De Julio no podemos esperar sino auténtica y asqueante
condición humana. Te prometo anarquía
se mantiene real. Como a su modo Ixcanul
se mantuvo real. (Ixcanul, que me
encantó; aunque he de decir que esta película de Julio es mucho más cercana a
mi propia sensibilidad.) Otra forma en que los trabajos de Julio se agencian
realidad es por virtud de estrategias semidocumentales y actores que nunca han estado
enfrente de una cámara profesional en su puta vida, y de otro modo por la
floración de texturas escénicas y detalles conscientes.
Pero aparte hay que hablar de la
imaginación de Julio, esa magia sensible que le acompaña y le permite no decir lo evidente, esa magia sensible
que lo lleva a Captar Cosas Enajenadas. Estamos ya hablando de Julio como
rupturador, que encuentra soluciones oblicuas, que detesta los lugares comunes
(eso explica por qué en lugar de traficantes de cocaína tenemos traficantes de
sangre) y si bien se acerca ferozmente a lo ordinario lo hace siempre desde lo
inevidente, desde una clara vocación ficcional, desde una suerte de
lirismo–a–ultranza, desde un humor esperpéntico, desde una cursilería
escrutada, y desde un amor a las cosas que viven en las orillas, en las
periferias, en las subculturas, pues Julio tiene eso de absorbedor compulsivo
de subculturas.
Made in México
Te
prometo anarquía quiso
ser la segunda de Julio y terminó siendo la última. No la filmó en Guatemala
(sino en México) porque no encontró las condiciones, y entre las condiciones a
un par de skaters que estuvieran dispuestos a meterse mano.
Queda consignado en los créditos liminares
de dónde salieron los fondos para hacerla, en cuenta Conaculta, ese fantástico
depósito estatal mexicano, que a un guatemalteco nos parece una cosa de la
insania, como el cielo de los Musulmanes. Y ahora es la peli con más billete
que ha hecho en su vida.
Sin las usuales limitaciones materiales
mediatizando el proyecto, con siete amplias semanas de rodaje, un crew de
sesenta personas (versus los diez–quince de otros rodajes suyos), Julio ya no
puede escudarse detrás de eso del bajo presupuesto.
El problema, más bien ahora, resultó ser
que el proyecto se le había agigantado al punto que ya no tenía intimidad.
Mucha gente en el set. Y Julio requiere intimidad, porque así es él. Es como un
gato. Sobre todo en el rodaje, que para él viene a ser un momento de mucha
vulnerabilidad, un momento muy frágil. Entonces el reto era encontrar momentos
de soledad, de implosión.
Y unos audífonos.
Promesa cumplida
Infausta, fresca, clásica. Te prometo anarquía, muy lejos de
dejarme en blanco, me hizo muy feliz. Porque hay ahí un poeta, Julio, que muere
por el detalle. Porque no creo que perdí el interés en ningún momento. Porque todo
largometraje es un stream de decisiones fílmicas inteligentes y creativas, y
esta tiene muchas. Por su sensibilidad viva y herida, inocente y oscura. Porque
el talento se ve. Porque quien lo niegue a estas alturas es un mezquino o un
paranoico.
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