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(Des)conocidos: lo constante, lo abierto



El libro ganador del Certamen BAM de novela 2016, por decisión unánime, fue (Des)conocidos, de Carlos Roberto Calderón del Cid.
        
Desde la primera lectura, la obra me causó una impresión completamente positiva, que no desmejoró después, cosa que sí ocurrió con otros de los libros concursantes, muchos que a mis ojos perdieron su energía pránica, su vitalidad.
        
(Des)conocidos es una obra que me sedujo por sus cuentos condensados y directos, cortos y rítmicos; por su economía narrativa –que rehúye el relleno inútil– pero a  la vez por su riqueza; porque sentí en sus páginas, asimiladas, referencias patricias de la literatura latinoamericana; porque me gustaron mucho las observaciones tan casuales como poderosas que contiene; la exigencia de las frases y su efecto literario; el golpe final de cada cuento pero a la vez su naturaleza trunca, muchas veces sin trama o final, como en una deriva carveriana; aprecié también cómo el autor se apropia de su íntima cotidianidad llevándola a una zona imaginal y literaria; la evidencia en recursos; las maneras y micromaneras narrativas; el equilibrio, la madurez.
        
Subrayé bastante el libro y cuando subrayo algo así es porque me ha gustado mucho. Sin duda el que más se adhirió a mi campo de atención, el que más se diferenció durante todo el proceso selectivo.
        
Otros libros por supuesto sobresalieron y sobresaltaron, pero ninguno con ese grado de claridad. Consideré en lo personal a múltiples posibles ganadores, pero en cierto modo –luego habría de darme cuenta– la decisión ya estaba tomada en algún lugar de mi inconsciente.
        
A los otros jurados el libro también les pareció digno de alabar. Uno de ellos dijo, no solo que era perfecto, sino que era demasiado perfecto, queriendo decir acaso con ello que era demasiado preciso.
        
En efecto, si algo distingue estos cuentos yo diría que es la precisión. Es una precisión y una claridad que no hay que confundir con falta de entraña. Son muchos los textos que bajan a zonas intensas y pancreáticas. Si (Des)conocidos tiene un mérito es que teme mostrar cosas incómodas sin por ello descuidar una cierta cualidad formal, a ratos casi ebúrnea.
        
Como sea, tanto José Luis Perdomo como Carol Zardetto –los otros miembros del jurado–, y yo mismo, sabíamos que con este libro no fallábamos. Un producto lúcido, que no da ninguna vergüenza presentar como ganador.
        
(Des)conocidos es en un libro para la clase de lectores que están esperando cierto conjuro sensible e inteligente. En su claridad, su entrega, su disciplina, su formato, el lector despabilado, de cualquier latitud, encontrará algo muy valioso.
        

Un carácter constante

(Des)conocidos es un libro que posee mecanismos intrínsecos de cohesión y consistencia. Lo cual se agradece. El problema con muchos de los manuscritos enviados al concurso es que eran irregulares. Daban unos grandes cuentos y a la par otros que no tanto. Pasa con (Des)conocidos que es un libro compacto, solido una y otra vez, solido consistentemente.
        
En este caso, y en lo que a mí respecta, la estabilidad del libro fue un criterio que me llevó a apreciar su calidad como un todo. Hay elementos formales y de fondo que parecen viajar a lo largo de todo la obra,  contra esos otros libros concursantes que fácilmente se perdían en la indeterminación.
        
La tensión permanece indivisa, hasta configurar un cuerpo geométrico con 99 cuentos–facetas (ya no le habrá entrado la número 100) que termina encapsulando al lector en una experiencia narrativa fija. En la multiplicidad de cuentos, de ambientes–situaciones, se da paradójicamente una continuidad, como si asistiéramos a un diario tácito, reforzado por un tono reiterado que es el mismo a lo largo del libro. Esta continuidad, esta permanente construcción, hecha cuento a cuento, y frase a frase, dota al libro de un carácter unitivo, constante.
        
Dicho esto, a mí me parece que el libro, cuyo punto de partida es cierta cotidianidad, cierta inmediatez y cierta intimidad, nunca se confunde del todo con el diario, la autobiografía o el género de la viñeta porque el modelo narrativo siempre es puesto en primer plano; porque busca extraer, de las situaciones cotidianas, situaciones fictivas; porque el reporte, la psicología y los afectos siempre obran en función de una historia, por muy condensada o elíptica que sea; y porque hay una consciencia del lector como receptáculo de ficciones. En la manera de disponer las frases y enlazar los cuentos se siente una voluntad de crear un efecto y un placer esencialmente narrativos. Incluso cuando el narrador está involucrado en primera persona en el cuento, siempre se mantiene una cierta mirada apartada, un distanciamiento, a ratos incluso frío y quirúrgico, una suerte de ecuanimidad que mediatiza, realiza y cohesiona el programa cuentístico. 
        
De todos los libros recibidos quizá este fue uno de los más voluminosos. En lo que a mí respecta, no considero que la extensión sea un criterio válido para calificar o descalificar un libro, pero ciertamente aprecio el trabajo ahí puesto. El libro tiene exactamente ciento cincuenta páginas, el máximo permitido en este certamen. Siendo el libro así de largo, los propios cuentos que lo componen son bastante cortos, una, dos páginas, a lo sumo tres. Siendo tan breves estas historias, son muchas, un centenar casi de ellas, y ahí caben naturalmente múltiples juegos narrativos; múltiples tiempos, espacios y culturas; múltiples puntos de vista.
        
Hay plurales puntos de vista, sí, pero por alguna razón parecieran siempre uno solo, y no lo digo aquí peyorativamente. Es como si fueran todos subsumidos en una metamirada de fondo, que está presente en todos los relatos, monológicamente, una cierta mismidad de perspectiva.
        
Luego, habiendo varios tiempos y espacios certificables (así, por ejemplo, Guatemala y México, en donde el autor realizara estudios) nunca nos quedamos con la impresión de depender de temporalidades, espacialidades o culturas específicas. Todo se va almacenando en una especie de tiempo–espacio único, el del libro, que es casi imparcial. Los espacios conciben referencias bastante localizables, pero en realidad nos atraen más por lo que tienen de genéricos. Los tiempos van cayendo en un ahora privativo del  libro, incluso cuando referencian pasado o futuro. Y en cuanto a esas coordenadas tenaces de la cultura contemporánea –celulares, redes sociales, etcétera– están ahí, cómo no, pero no son perseguidas con majadera obsesión.
        
Por otra parte, es cierto que se dan varios juegos narrativos, pero todos quedan unificados en una misma conducta escritural. Respecto al lenguaje utilizado, podemos decir que hay muchos guiños lingüísticos locales, pero no enajenan ni devoran la universalidad de la prosa, por demás siempre mesurada y medida, siempre acompasada y muy bien puntuada. El estilo retórico del autor es muy amplio, neutro y ecuménico. Lo cual se agradece.


El cuento, universo abierto

Que la obra sea así de constante y solida no quiere decir que sea aburrida. El resultado podría ser muy seco pero resulta que es muy literario. Y lo es porque el libro ha sido construido con un millón de sutilezas. Luego por el hecho de tener tantos textos independientes en su interior, la obra inevitablemente se va cromando. Que sus textos sean tan cortos crea en ellos una atmósfera de concentración y de particularidad. Una multitud apariciones sincrónicas y singulares.
        
Hay que mencionar cómo la monotonía es rota por una estrategia del autor, que consiste en sugerir, más que explicar; en presentir, más que develar. Así, el escritor triunfa por lo que calla, por ese misterio apenas insinuado en el borde de una frase. Dice, sin decir completamente, algo que nunca termina de decirse. Y el cuento funciona así como un universo abierto.
        
Esa apertura está igualmente presente en el contenido de libro, que para mí está asociado a una especie de porosa irresolución. Y que conjura una masa de microexilios; de sincronicidades sin gloria; de batallas ni siquiera empezadas; de remordimientos viscosos; de soledades centrífugas; de relaciones insatisfactorias; de mezquindades no dichas; de percepciones en fuga; de supersticiones mediocres; de memorias derrotadas; de fantasías inconclusas; de una factualidad sin asideros. De vez en cuando, una descripción optimista, una pequeña felicidad sin consecuencias.
        
Esta irresolución se hace más densa por medio de una suerte de desapasionamiento, un ambiente impersonal y ligeramente desencajado que va cubriendo el libro, y metiéndose como una bruma en todos sus interiorismos, sus introspecciones, en las perspectivas privadas y neuróticas de los personajes, que terminan siendo ellos mismos inasibles también, y no ofrecen un rostro clausurado.
        
Alguien dijo en una de las reuniones que el libro no conseguía dar con grandes personajes. En mi opinión, hay razones por las cuales este no es un libro de personajes formados y sellados en un sentido decimonónico. Una de ellas podría ser el carácter tan implosionado y condensado de las narraciones, en el cual el autor no tiene que dibujar completamente a sus personajes para de hecho externarlos (tres trazos y ya nos dijo algo absorbente de su historia, de su condición psicológica). Pero hay una razón más poderosa: y es que la abstracción hasta cierto punto incolora de los personajes es la forma escogida para situarlos. ¿Por qué? Porque esa abstracción refleja algo vital de ellos: la ausencia de una mística central. Para el lector que espera retratos e individuos acabados, que los personajes no tengan un espíritu distintivo le parece defectuoso. A mí me parece bastante revelador. Las personas, más que entelequias, son haces fenoménicos de sensaciones y proyecciones (en nuestra época de circulaciones vertiginosas de materia, organismos y data, eso es cada vez más evidente). Y me parece de hecho que el autor de (Des)conocidos es muy bueno para retener esos mismos rasgos y detalles fluidos: gestos, ambientes, descripciones, sensaciones, afectividades y tendencias psicológicas, todo puesto ahí de un modo impecable y esencial, pero de ningún modo complaciente con nuestra exigencia de situaciones y personajes estatuarios.
        
Termino esta sección diciendo que (Des)conocidos es difícilmente ubicable en cualquier tradición narrativa local inmediata. No podemos ligar sus cuentos a la tradición narrativa de la indignación política; al realismo sucio; ni a la fantasía; tampoco al humorismo. El libro tiene eso de exceptivo y flotante.

        
Un relevo generacional

Para todos en el jurado fue un gusto premiar a alguien sin mayor renombre. Antes de abrir la plica, todos imaginábamos que el autor de (Des)conocidos era alguien con cierta edad y bastante experiencia narrativa. Habríamos de enterarnos luego que nada de eso, que era un tipo relativamente joven, que había nacido en los noventa, lo cual para mí es completamente tranquilizante, porque quiere decir que un relevo generacional se está dando dignamente en la literatura, que de esa cuenta sigue viva entre nosotros.
        
Estamos muy ansiosos de hacerle ciertas preguntas a nuestro feliz ganador, respecto a (Des)conocidos. Preguntas como: ¿qué tanto disfrutó escribir el libro, si le costó terminarlo, cuáles eran sus intereses narrativos al momento de redactarlo?
        
Preguntas como: ¿qué le llevó a participar en el concurso, qué tanto esperaba ganar?
        
Preguntas como:  ¿de qué manera percibe su propia prosa, qué función cumple la literatura en su vida, cómo le ayuda a sobrellevar el día a día, cuántos libros ha escrito, es la literatura una forma de compañía, una vocación, un vicio, cuál son sus expectativas y ambiciones literarias?
        
Preguntas como: ¿cuál es su relación con el ambiente literario, se siente parte del mismo, qué espera del lector que lo irá leyendo?
        
A lo mejor el autor nos irá contestando todas estas preguntas en los meses venideros, y en la medida que se vaya desarrollando su carrera literaria.
        
Para mientras, celebramos que le hayan dado el premio BAM; celebramos que F&G ponga la edición del libro (asentando además el prestigio editorial del cuento como género); ciertamente esperamos que el libro circule y sea apreciado.

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