En donde se ve
clarito lo mezquino, lo ingrato que es nuestro medio es en la recepción tan
muda del libro del poeta y ensayista Antonio Gamoneda, Se ha retirado el mar, publicado el año pasado por la editorial
Catafixia.
Y sin embargo
puede decirse sin vacilar que es una de las obras poéticas más importantes que
se haya cocinado en costas locales.
Antología, para más señas, armada por el
editor, y luego definida con las sugerencias del autor, en un ejercicio actual y
compartido. Es un trabajo meditado, da la impresión, y confeccionado además con
mucha precisión, lo propio de la Catafixia, siempre obedeciendo a una
noción de cuidado y detalle.
El
libro pertenece a la colección Tz´aqol
(que quiere decir formador) en la cual ya se han publicado poetas de importancia,
nada advenedizos, lo mismo locales que extranjeros, así el cubano José Kozer.
La colección promete darnos otros autores relevantes.
Se ha retirado el mar (tarde llega
esta reseña, pero aquí la tienen) es entonces una antología de poemas medulares de
Gamoneda, puestos cronológicamente, revelando además la unidad, en forma y
espíritu, que recorre su lírica. Este libro bien puede funcionar como prólogo,
como obra, como epílogo: como iniciación, como constancia, como suma
definitoria.
El lector
encontrará que en esta antología cada frase es una especie de llave, poder
perinatal, una forma de nacer a la poesía y a la integridad del lenguaje. En
esa integridad no hay de veras palabra que pueda ser cambiada: todo está en su
proporción y en su justo lugar.
La antología
está dividida en segmentos bibliográficos, que nos dejan sentir la circulación
de la poesía a lo largo de una vida. Una vida en donde Gamoneda encontró un
ritmo único y personal (“Vivo sin padre y sin especie”, dice
reveladoramente un verso). Y en donde supo ser fiel a un llamado de claridad sin
descanso.
La luz –la
palabra luz– la veremos incontables veces a lo largo de esta antología, desde
los primeros poemas (los de La tierra y
los labios) hasta los postreros. Y no está de más invocar la frase casi iniciática de Lezama que
inaugura la sección Cecilia: La luz es el
primer animal visible de lo invisible.
Puede decirse que el poeta es quien capta
la luz, pero también quien capta la sombra, y eso se conjunta en una poesía íntima,
insular (una insularidad muy clara en la biografía escritural de Gamoneda, quien
se mantuvo al margen de las escuelas y los grupos poéticos nucleares de España).
Pero esa soledad es una que se abre a la vida y a la memoria (y por cuya
alquimia la historia concreta de la posguerra española pasa a ser crónica
poética). También se abre al
profundo significado verbal de las cosas, en una suerte de solidaridad y
comunión lírica, construida con verdades sensibles. El lector viaja en una
naturaleza profunda hecha de paisajes metafóricos esenciales (véase los poemas de
Sublevación inmóvil).
Es como si la tierra concreta estuviera
ahí, pero ya transubstanciada por la poesía, lo cual es evidente en Exentos I, en donde la materia del
mundo es reconstituida como metáfora perpetua, sin tiempo. Que sea sin tiempo,
aclaremos, no quiere decir que sea ajena al frío y a la memoria del frío (tengo
en mente el poema Malos recuerdos).
En Exentos II continúa dándonos la imagen
profunda y necesaria. Pero quizá donde más inspirados nos hemos sentido es en la
sección correspondiente a Descripción de
la mentira, simplemente majestuosa, en donde se da un posurrealismo consecutivo,
pero a la vez temperado y sobrio. Es la obra de alguien que escribe con el
ritmo y con la magia de un maestro. En esta confesión de imágenes, a ratos
oscura, cada frase es intransferible, granito, necesidad poética, pero luego
también finura composicional, elevación, coincidencia sublime.
La parte
antologada de Lápidas condensa mucha
fertilidad creativa en poemas cortos, algunos cercanos (en espíritu) al haiku,
y otros al poema en prosa. En Libro del
frío encontraremos un resto de frases para el éxtasis lector. Arden las pérdidas no requiere grandes
extensiones: Gamoneda posee un sentido primordial de mesura. Canción errónea por su parte se mantiene
leal a las nociones poéticas elementales. En Las venas comunales seguimos percibiendo esa poderosa luz de
Gamoneda (“Me excede la claridad”, dice incluso un poema).
Me he sabido
reconocer, y mi palabra, en el geminiano Gamoneda (nació un 30 de mayo de 1931)
y quisiera, cómo no, aprender algo de su generosidad y de su sencillez (esa
sencillez que no le impide publicar, siendo Premio Cervantes y Reina
Sofía, en una editorial al final contenida –digna, eso sí– de Guatemala,
como lo es la Catafixia); aprender algo de su solemnidad, reconocible en la
profundidad de su voz, la fónica y la idiomática; aprender de su lealtad a la
palabra, que no alteró ni en la ausencia de reconocimiento, ni en el
reconocimiento que llegara después, crepuscularmente.
Sobre
todo quisiera aprender cómo la pureza y lo concreto se tocan en su palabra, y
al tocarse, crean lo sensible y lo poético.
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